-¿A quién
recomienda leer su ‘Abecedario’? ¿A dónde podemos llegar viajando de
palabra en palabra?
-Es un abecedario abierto para todos los públicos, aunque al final
no sea tan inocente. A diferencia de un diccionario, que es algo con
voluntad de fijar, de concluir, un abecedario es un primer paso, permite
pesquisas, exploraciones. El mío además es un abecedario que trata de
antropologías, es decir, no se vincula con una determinada escuela
antropológica o de pensamiento.
La pluralidad llega hasta la propia forma de lectura posible de este
libro. Puede leerse en rayuela, saltando de letra en letra, o de voz en
voz, cuando se encuentra algo que interesa o engancha. Para eso hay
muchos vocablos escritos en versalitas que reenvían a otros y así
sucesivamente. Uno puede viajar entre las palabras y en varias
direcciones. Haciendo un pequeño mundo.
-¿Con su
libro pretende ampliar los conocimientos del lector o animarle a viajar
para saber por uno mismo?
-Siempre estoy en lo mismo: procurar transmitir lo que he visto y
sabido. Sea en televisión, en prensa, o en libros, intento que los
kilómetros, los libros, y los años que llevo sirvan para algo más que
una distracción. Soy consciente de que doy más pistas que soluciones,
pero por eso sigo viajando, para encontrar respuestas, no para llevarlas
puestas.
-¿Qué
creencias se repiten, invariablemente, en varios pueblos del mundo?
-Yo creo que lo que más se repite en el mundo es la gente que se
cree el ombligo de todo. No sólo hay individuos, sino naciones,
religiones, masas enteras, dedicadas a ensalzar lo propio y denigrar lo
ajeno hasta puntos a veces criminales. Una cosa es decir "mi queso es el
mejor" o "no hay como el vino de mi tierra", y otra pegar fuego al que
es diferente. El ser humano cae mucho en ese error, conocido como
etnocentrismo, ya sea blanco o negro, rico o pobre. Luego hay otra cosa
muy común en el mundo y es el miedo a la enfermedad, a la soledad, a la
pobreza y en definitiva a la muerte. Y para eso la gente acude a toda
clase de remedios, incluido el hedonismo a tope. Pero precisamente para
la gran contradicción de la vida no hay solución, salvo tomar las cosas
con unas gotas de humor, o de relativismo cultural, o de ambas cosas.
"El colonialismo occidental ya no usa
el látigo, pero sus objetivos básicos siguen siendo los
mismos: dominio sobre gobiernos enteros, sobre información,
materias primas, precios y consumos, gestos y marcas". |
-¿Qué queda
en usted del explorador de antaño, que descubría las cosas por vez
primera?
-Nunca he descubierto el Amazonas, ni siquiera el Mediterráneo. Otra
cosa es que los azares me llevaran en 1969 a ser el primer viajero
español en pisar el Polo Sur, o en 1999 a ser el primer español en
volver, desde que lo hizo Álvaro de Mendaña en 1568, a la Bahía de la
Estrella, en Santa Isabel, una de las menos conocidas Islas Salomón.
Pero lo que más he hecho, ya en más de tres décadas, ha sido fijarme en
los bordes de los caminos, en los pueblos periféricos, en las creencias
que pueden ser tan extrañas para nosotros como las que hay en Deshnok,
un pueblo de la India donde adoran a las ratas, una de las encarnaciones
de una diosa. Claro que también hay otros pueblos que no comprenden por
qué en España se adoran a las angulas.
-Viaja a
conocer muchos pueblos ancestrales y luego vuelve a su ritmo normal de
vida, ¿a qué llama progreso, evolución?
-Voy y vengo de los sitios, es verdad. Así observo lo mejor de ambos
mundos, tengo la sorpresa de lo nuevo y la vuelta a Europa, y dentro de
ella, a España. Me gustan las noches en un poblado de la Melanesia,
donde no hay más luz que la de las hogueras, o de las luciérnagas. Pero
también me gusta mucho ir al cine o ir a cenar pudiéndome sentar en una
silla cómoda, con todo fresco y limpio.
Yo desde luego creo en el progreso, en la evolución, y además en un
sentido darwiniano. Lo digo porque en Estados Unidos ya más del cuarenta
por ciento de la gente cree que la Biblia es la única explicación del
mundo y lo único cierto sobre su origen. Para ellos no es posible que el
desierto del Sáhara fuese un mar y un vergel hace millones de años:
todo, en su actual aspecto, surgió de repente y hace solamente miles de
años, tal como lo cuenta el Génesis. Pero si no fuera por el progreso
todavía estaríamos diciendo que el Sol gira en torno a la Tierra. La
caverna está bien para ver pinturas, y poco más.
-¿Hemos
sustituido el colonialismo occidental de siglos pasados por una
globalización cultural que está haciendo desaparecer las señas de
identidad de cada pueblo del planeta?
-El colonialismo occidental ya no usa el látigo, ni al blanco le
dicen todo el tiempo 'sí, bwana', pero sus objetivos básicos, sus
intereses, siguen siendo los mismos. Hay un dominio del Primer Mundo
sobre gobiernos enteros, sobre la información, sobre las materias
primas, sobre precios y consumos, gestos y marcas. Ese dominio se
transforma en que los dominados pierden lenguas, culturas, modos de ser.
La cuestión ahora es que se conocen las estrategias blancas, o sea, las
del capitalismo puro y duro, y al menos en América empieza a haber un
acceso mayor a la información, a la educación, y eso genera un nuevo
poder, que naturalmente choca con los intereses de siempre. Sin embargo,
en América algo se mueve con más velocidad que en otros sitios, y no
digamos nada de África, donde en cambio hay muchos indicadores del
retroceso. Ahí están los cayucos rumbo a las playas españolas.
-¿Dónde
diría que está la frontera entre un pueblo que desea conservar sus
raíces y los nacionalismos de quienes reafirman su cultura?
-Esta es una de esas buenas preguntas que no tienen contestación
rotunda. Es cierto que muchos pueblos si no recurren a cierto
nacionalismo pierden identidad, y por ese camino, lengua y cultura. No
menos cierto es que una lengua mayoritaria no practica la caridad con
las lenguas minoritarias, lo que busca es garantizar su expansión, y
disfrutar de ella. Esa expansión es también cuna de un nacionalismo
aunque sea de mayor tamaño y aunque la gente que lo practica no se
sienta vinculada directamente a lo político, sino a lo cultural, o al
propio goce de hablar y escribir su idioma. La cuestión sería modular
todo eso, convencer a todas las partes en juego de que también es un
tesoro la lengua del otro, el color del otro, la historia del otro. Por
mi trabajo trato de entender que las cosas tienen varios puntos de
vista. Pero lamentablemente se lleva más el punto de vista único, lo que
yo llamaría el ombligo único, por no ir bajando en la anatomía humana.
"Es muy común en todo el mundo el
miedo a la enfermedad, a la soledad, a la pobreza y en
definitiva a la muerte" |
-¿Hemos
convertido las culturas del planeta en meras mercancías destinadas a
atraer al turista con dinero?
-Los lapones exigen dinero cuando se visten a la vieja usanza y
alguien pretende fotografiarlos o sacar algo de eso. Los masais de Kenia
piden unos cuantos chelines por foto. Y lo mismo sucede ya en muchas
tribus del mundo. Nos quieren distintos, pues que nos paguen por ello,
eso parece ser ya bastante universal. La verdad es que este mundo de
viajes masivos, rápidos, de turismo creciente, de información global,
parece necesitar unas dosis de exotismo para funcionar. ¿Para qué viajar
si encontramos lo mismo que en la vuelta de la esquina? Lamentablemente
el exotismo es una mercancía y hay muchos casos en que, si no existe, se
recrea. También en España hay personas que viven a base de reproducir el
cliché flamenco, porque a diario no van precisamente con bata de cola.
-¿Qué viaje
pendiente tiene por hacer, en terrenos en los que aún no se ha
aventurado?
-Siempre hay sitios adonde ir. El mundo tiene muchos rincones
interesantes como para poder conocerlos todos en una vida. Y luego está
el placer de volver a los sitios, sobre todo cuando ha pasado mucho
tiempo después de la primera visita. Yo por ejemplo no me cansaría de ir
a las islas del Pacífico, y eso que he visto muchas. Siempre hay una
sonrisa nueva que necesitas. O un baño más en un agua de mar limpia y
caliente. Y el sabor de un pescado no congelado. Hasta es un placer ver
gente que no esté tan deseosa de ir a más de 120 kilómetros por hora.
Aún queda eso en la Melanesia, en África, en algunos países asiáticos.
En fin, todavía no está todo perdido. ∆