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CONTRAPUNTO

 

Sucede un fenómeno peculiar, y es que cada vez que hay una riada, un huracán, un terremoto, qué sé yo, cualquier manifestación de la naturaleza, en el telediario del día siguiente siempre aparece algún turista indignado, poniendo el grito en el cielo, paseando ante las cámaras su monumental cabreo.

SEPTIEMBRE 2006

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PROTESTO
POR CAROLINA FERNANDEZ

Enciendo la tele y me pasmo: "Quiyo, pero con la caló que hase cómo no vamo a llená la pisina". El entrevistado, un transeúnte, lo dice mirando con sorna al reportero que le pone el micro, como queriendo decir "a ti te falta un cocido, chacho, no ves que estamos a cuarenta grados a la sombra". Eso es porque un ayuntamiento del sur ha tomado medidas ante la falta de agua y ha decidido multar al que pille llenando la piscina o dándole un manguerazo al coche. El reportero quería recabar la opinión del pueblo. Y el pueblo no piensa quedarse sin su piscina. Y el caso es que con gazpacho la van a llenar, porque agua no hay. Mira que están avisados. Pero parece que hay cosas que no entran en la mollera hasta que un buen día por la mañana, abres el grifo y salen dos arañas. Y entonces sí, entonces hay que plantarse en el ayuntamiento, consejería o ministerio, lo que haga falta, a poner el grito en el cielo, a ver qué gestión de mierda es ésta, que no tengo agua en casa para poner los garbanzos a remojar. Y seguramente es cierto que hay una gestión de mierda, que el agua se nos va por los agujeros de las cañerías, que se despilfarra regando campos de golf en vez de regar lechugas. Pero eso queda lejos de la vida cotidiana de la mayoría, y en la vida cotidiana lo que importa es la piscinita y lavar el coche. Eso que no se toque. Cuando la sequía llega hasta ahí, entonces sí, entonces va a ser que el problema es grave. Mientras tanto, la vida sigue con alegría y buen humor.
Sucede un fenómeno peculiar, y es que cada vez que hay una riada, un huracán, un terremoto, qué sé yo, cualquier manifestación de la naturaleza, en el telediario del día siguiente siempre aparece algún turista indignado, poniendo el grito en el cielo, paseando ante las cámaras su monumental cabreo. Pero no vaya nadie a pensar que está indignado consigo mismo por haber sido tan tarugo de marcharse al Caribe en plena temporada de huracanes. No. Indignado con la agencia de viajes, por ejemplo. O con el director del hotel. O con el capitán del crucero. Bramando contra el gobierno y contra los medios de comunicación, que sólo avisaron a la población en general, pero nadie, y lo repito pronunciándolo con indignación mayúscula y gesto enfurecido, rayos y centellas, NADIE tuvo la decencia de llamar a Antonio Sánchez Fernández para advertirlo de la mala elección de fecha y lugar para celebrar la luna de miel, justo en la ruta de un huracán de categoría cinco. Y todavía habrá quien se ponga delante con chulería a ver quién se aparta primero. Sí señor, como un torero.
Es delirante. La gente no razona mucho normalmente, pero cuando las vacaciones se van al carajo se vuelven completamente irracionales. Se ciegan. Es como un nuevo tipo de "síndrome de la clase turista". Yo pago, yo exijo, y que no me ponga nadie de excusa un puñetero huracán. El caso es que cuando uno no tiene a quién quejarse, porque nadie en particular tiene la culpa, surgen conductas infantiles, absurdas, que de no ser por las circunstancias provocarían una sonrisa compasiva, por las pocas luces. El mes pasado, cuando no sé ni cuántos incendios arrasaban Galicia, el dueño de un camping que no ardió enterito porque Dios no lo quiso, contó que unos campistas le pidieron el libro de reclamaciones, para dejar constancia de su pataleta ante la incomodidad de tener que ser desalojados. Ganas le darían al buen señor de dejarlos estar, para que se les torrasen un poquito los calcañares, a ver si así caían de la higuera.
Y esperemos al invierno. Todos los años, una o dos nevadas monumentales colapsan las carreteras del norte. Y todos los años hay conductores que se quedan tirados, que no llevan gasolina, o móvil, o mantas. Los hay que protestan por la mala atención que han recibido, ya que en el kilómetro no sé cuantos, en medio de una estepa donde Cristo perdió el mechero, se quedaron bloqueados por una ventisca que llevaban tres días anunciando por televisión, y no había allí ni un miserable Guardia Civil para atenderlos. Qué vergüenza de país, oiga. Y toda la culpa es del gobierno.
Así es la raza humana, tan grande y a la vez tan ridícula, enfrentada con todo su ego a los elementos, protestando a los cuatro vientos -nunca mejor dicho- porque un temporal arruina unas vacaciones, exigiendo que la lluvia no chafe una boda, que la sequía se detenga justo al borde de mi piscina, o que el sol se ponga por otro lado, que la ventana de mi apartamento playero no tiene buen ángulo para ver el ocaso.
Que el mundo se pare, que hoy no tengo el día. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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