La democracia pervive gracias a la mentira, con ella
se somete la voluntad rebelde del ciudadano sea cual sea su grado de
razón y justicia. |
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OCTUBRE 2006
Las formas y el fondo
POR JOSE ROMERO SEGUIN
La
trinchera no es un diván, ni un general un psicoanalista. Pese a que una y
otra vez reincidamos en el error de tumbarnos en la trinchera a la espera de
un general, para cabalgarlo o descabalgarlo, qué más da. El uso de los
generales en materia social es siempre el mismo: sojuzgar, acallar, en
definitiva la conciencia del individuo, del ciudadano, a fin de que la
sociedad siga viviendo en la enfermedad sin formar ideal cabal, no ya del
remedio, sino del diagnóstico.
Eso somos hoy, una sociedad enferma, aún sin diagnosticar. Tal vez de rabia,
quizás de ira, sin duda de envidia y egoísmo, y por qué no de la suma de
todas ellas, quién lo sabe. En manos, eso sí lo sabemos, de un cuadro médico
deleznable, que o bien adopta la represión como medida de choque para
combatirla, como es el caso de la dictadura, o hace uso de la mentira para
disimularla como le ocurre a la democracia.
La democracia pervive gracias a la mentira, con ella se somete la voluntad
rebelde del ciudadano sea cual sea su grado de razón y justicia. La
dictadura, menos imaginativa, subsiste, como es lógico, gracias a la
represión.
La mentira no es, por tanto, sino una variante sutil de la represión. No
menos terrible, tampoco menos perniciosa. Y más si tenemos en cuenta que
frente a la primera se produce un rearme de la sociedad, al fortalecerse,
por razones obvias, el individuo. Mientras que frente a la mentira el
proceso se invierte, el individuo se siente respaldado en sus miserias,
asistido de razón, es más, es constantemente, y así lo percibe, animado a
reincidir en ellas.
Todo en torno a él parece conspirar para adecuarse a sus demandas y deseos,
independientemente del grado de justeza de las unas y de los otros. Él es el
centro de lo creado, porque lo creado está en apariencia hecho a imagen y
semejanza de sus deseos.
No quiere decir esto que todo se cumpla siguiendo el dictado de sus
apetencias, digo sólo que nada parece tampoco contradecirlas. El secreto
reside en la sabia administración de la mentira y los tiempos. No en vano,
todo esfuerzo es aplazable, toda esperanza admite espera, y todo sueño cabe
en el cuerpo de una instancia.
No es mi intención hacer un discurso ditirámbico en favor de las dictaduras
frente a las democracias, sino hablar de la responsabilidad que tanto unas
como las otras no sustraen para un mismo fin, extraviarnos del compromiso de
pensar y actuar por nosotros mismos; convirtiéndonos de ese modo en seres
dependientes, en eternos beneficiarios, subvencionados en lo material y
también en lo espiritual. En una palabra, mutilándonos en lo más íntimo, a
fin de implantar en nosotros espacios de desatención en los que nos sintamos
tan seguros que seamos incapaces de discernir entre la injusticia y la
necesidad, entre la necesidad y la ética, entre la ética y la estética,
entre la responsabilidad y la posibilidad, entre la posibilidad y la
oportunidad, entre la oportunidad y la razón, entre la razón y la justicia,
única razón que la hace justa.
La cuestión que trato de plantear es que debemos avanzar y profundizar en
compromisos ajenos a estos manejos. A los que se llega desde la absoluta y
rotunda admisión del personal e intransferible compromiso que tenemos con la
responsabilidad que a todos y a cada uno de nosotros concierne.
Vivimos bajo el síndrome de Penélope, estamos, o al menos se asemeja,
condenados a elegir entre los peores, o esperar pacientes, tejiendo y
destejiendo la realidad social, la llegada de un Ulises, amo y señor que nos
salve de la debacle. Esa sensación, mezcla de desamparo y confusión, es la
que debemos desenterrar de una vez y para siempre de nuestras vidas.
No debemos consentir la mentira de que somos ingobernables, tal como
pretenden inculcarnos unos. Tampoco que somos tan débiles y estúpidos que
nos podemos resistir a la verdad que emana de la realidad en que vivimos,
pues en último extremo de ella somos objeto y sujeto, tal como pretenden
hacernos ver otros.
Debemos, pues, levantarnos responsables sobre las ruinas de esas seculares
mentiras, y uno a uno sentarnos en el diván de nuestras filias y fobias,
para un fin tan legítimo y necesario como es el de la convivencia. Espacio
donde hemos de encontrarnos fraternales y generosos, exentos de rabia, de
ira y de egoísmo, en la conciencia de que lo que aflige al vecino nos aflige
en igual medida a nosotros.
Debemos para ello retomar la oportunidad aplazada de reclamar un Estado
basado en la solidaridad, la igualdad, la justicia y la libertad; en el que
cojamos todos, y en el que todas nuestras necesidades hallen eficaz y
solidaria respuesta. ∆. |