NOVIEMBRE 2006
ConfusiOn de poderes
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La
opinión pública sigue los procesos judiciales bamboleándose a un
lado y a otro, zarandeada por las declaraciones de todos,
bombardeada constantemente con la intención de que tome partido, se
posicione, juzgue. |
Hace unos
años se estudiaba en los colegios que en España teníamos tres poderes bien
definidos y completamente separados, como compartimentos estancos. Una
trinidad con tres brazos, Legislativo, Ejecutivo y Judicial, con capacidad
cada uno de ellos para actuar por su cuenta, al margen de las decisiones de
los otros dos, libres de influencias y de presiones. La independencia de
esos tres poderes se consideraba la base en la que se sustentaba nuestro
sistema democrático y lo que garantizaba su pervivencia, al protegerlo de
todas las perversiones a las que se ve siempre sometido el poder, y evitar
que los intereses de uno interfirieran en los deberes de los otros. Cada uno
a lo suyo, y sin entrometerse.
Así era antes.
Últimamente las reuniones del pleno del Consejo General del Poder Judicial
parecen careos entre peñas futbolísticas, a un lado los del Madrid, al otro
los del Barça, discutiendo acerca de la legitimidad de los goles del día
anterior y de la "presunta" majadería del árbitro. Los políticos opinan
sobre las decisiones judiciales y juegan con la sospecha gratuita. Los
jueces son presentados como peones al servicio de tales o cuales intereses.
Los progresistas tiran hacia un lado y los conservadores hacia otro. Y se
atacan, y se echan pullas, y se ponen zancadillas por el camino. El culebrón
que hemos visto con la excusa del ya famosísimo ácido bórico ha sido
vergonzoso. Como es vergonzoso que Garzón haya tenido que pedir amparo al
Poder Judicial por los ataques recibidos y que además éste le sea negado. La
prensa, que es la cuarta pata de esta mesa de poderes, reclama un papel en
este circo. Las informaciones periodísticas se mezclan con procesos
judiciales en curso hasta que se deja de distinguir qué es qué, lo cual
normalmente sirve básicamente para echar más leña a la hoguera. La opinión
pública sigue los procesos judiciales bamboleándose a un lado y a otro,
zarandeada por las declaraciones de todos, bombardeada constantemente con la
intención de que tome partido, se posicione, juzgue. Últimamente, siguiendo
la estela de los medios de comunicación de EEUU, en los telediarios, además
de las secciones habituales, el apartado dedicado al seguimiento de juicios
compite en interés popular con el de sucesos. Cualquier maruja puede decir
en qué estado se encuentra la causa contra los cacos de Marbella, un marido
maltratador, o algún etarra. Tenemos las imágenes -qué importantes son las
imágenes- de los encausados saliendo del furgón policial, aguantando la
lluvia de insultos del numeroso público asistente, también de los etarras en
su jaula de seguridad. Y así la gente tiene la oportunidad de estudiar sus
caras y opinar sobre su inocencia o culpabilidad. Qué poco oportuno, por
ejemplo, en el caso de juicios a miembros de ETA. Para qué enseñar la rutina
de una sala penal, si no es para dar carnaza a una opinión pública ávida de
sucesos. Para qué calentar más el ambiente en un país que afronta un proceso
de paz, una posibilidad de empezar un nuevo camino. En fin.
Deducimos que la intención es que la sociedad juzgue antes de que lo hagan
los jueces. Así, mientras, en la Audiencia Nacional se tiran los trastos a
la cabeza, se van creando corrientes de opinión con los cuatro datos
interesados que facilita la prensa. Queda en entredicho la labor de los
jueces, sus lealtades, su integridad. Y no se trata de decir que todos los
jueces sean ejemplo de honradez, pero no se puede jugar gratuitamente a
sembrar desconfianza. Si vamos por ese camino, lo que nos queda es
organizarnos para mandar un SMS a la Audiencia Nacional y votar por el
favorito del público, como en Operación Triunfo. Así las sentencias irían
como churros. Y después de eso, echarnos a temblar, porque ya todo es
posible.
El PP debería reflexionar, y también sus sicarios en distintos estamentos,
sobre la tremenda irresponsabilidad que supone provocar y alimentar esta
mezcolanza de competencias, y sembrar la confusión y la duda. El Ejecutivo
ya es un mercado de abastos en muchas ocasiones. Si dejamos que la
judicatura siga los mismos pasos, estaremos sembrando las bases de una
República bananera regida por los escándalos, los cotilleos y el delirio de
un puñado de nostálgicos que no soportan no estar en el poder.
El daño se verá con el tiempo y será difícil de reparar.
/CF |