Los jóvenes, cuando de verdad lo
son, conforman una nación ajena a la rabia y, por tanto, indiferente a
las fronteras, visados y documentos. Una nación que se cree con todo el
derecho del mundo de entrar y salir de los mundos sin hacer cola y pedir
permiso. |
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MAYO 2006
BotellOn e indiferencia
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Los
jóvenes son una nación, tienen un lenguaje propio y son un grupo de personas
que disfrutan de una misma tradición, vivir. Una nación sin noción del
tiempo, que indiferente al espacio, se espacia allí donde lo encuentra, sin
importarle que sea público o privado. Una nación, por tanto, sin tierra, que
se expresa en la apetencia que es a su vez su única voluntad.
Son lo peor de lo mejor de nosotros mismos, decimos quienes creemos y
buscamos encarnar su espacio y su tiempo. Pero no es así, sino que son lo
mejor de lo peor de nosotros. Porque ellos no lo disimulan, ni lo esconden,
sino que lo exhiben sin pudor, no en vano viven ajenos a la apariencia
social y religiosa, no así a la exigencia de la moda, que una cosa es una
cosa y otra bien distinta es la otra, y no se puede estar libre de todo
pecado. De todos modos, entiendo que es más fácil desengancharse de la
última tendencia en cuestiones indumentarias que a la indumentaria de la
constante e hipócrita moral mística y de clase.
El botellón es pues la consigna de una nación que avanza en el sencillo
proceso de ignorar para vivir. Porque intuyen que saber es morir y para
morir siempre hay más tiempo que el que realmente se necesita. Cuando hablo
de saber no me refiero a conocimientos culturales sino a los reales, a los
que impone el sistema, y a través de los cuales sistematizan nuestras vidas.
Los jóvenes, cuando de verdad lo son, conforman una nación ajena a la rabia
y, por tanto, indiferente a las fronteras, visados y documentos. Una nación
que se cree con todo el derecho del mundo de entrar y salir de los mundos
sin hacer cola y pedir permiso. Porque uno a uno se reconocen sin esfuerzo
ni artificio en todos y cada uno de ellos, y en todos plenos de derechos y
libertades.
Una nación rebelde en la entrega, y no busquen en ello contradicción, ocurre
que el ariete de la indiferencia es aún un arma en proceso de diseño,
digamos en prueba, pero que se revela como una auténtica revolución.
La indiferencia es el arma del futuro, si de verdad queremos que éste lo sea
alguna vez, y deje, por tanto, de ser la foto fija del pasado que hoy es.
La indiferencia al poder, y es por ello que aplaudo más el botellón como
expresión de rebeldía, que la manifestación callejera, que el grito en la
calle en demanda de derechos y libertades que acaban siempre en meras
concesiones que vienen a consolidar lo terrible.
Cuando los adultos con sus adultos ineficaces y corruptos gobiernos, se
afanan en negociar patrias y naciones con las que aislarse de los demás.
Cuando se multiplican las corruptelas. Cuando se le llama paz al proceso a
la cobardía de aceptar la violencia como forma de hacer política. Cuando
ensuciamos conceptos como democracia, libertad, paz, justicia, solidaridad,
con generosidad impropia de seres racionales, ellos se llaman a su orden y
sin ordenamiento, beben, charlan y escuchan música, la suya, enarbolando la
bandera de la indiferencia.
La indiferencia dicen, no conduce a nada, y a qué nos conduce la militancia,
a eso, a militar, a desfilar, a ser esclavo ya antes de serlo. Para militar
ya están esos jóvenes que, desgajados de su nación, hallan oportunidad
afiliándose a las nuevas generaciones de los partidos políticos. Arrimándose
con descaro a las organizaciones sindicales, para un futuro de transar con
innumerables cursos formativos.
Si ellos manchan el silencio es porque el silencio, tanto silencio, les
duele, como les duele el sosiego de una ciudadanía desatenta de ellos aún en
el fragor de los más exquisitos cuidados.
Y la suciedad que ellos dejan detrás de sí, es un rastro visible y
subsanable de botellas, vasos y algún que otro vómito, que se limpia con
suma facilidad. Mientras la baba de despropósitos con que nosotros y
nuestros representantes vamos dejando sobre las cosas de la vida, materiales
y espirituales, se filtra y endurece del tal modo que no hay ni ganas ni
posibilidad de limpiarla. Porque la de ellos no es sino desperdicios, y sus
palabras y deseos, sólo sueños que no hieren. Pero los nuestros, son la
verdad, lo que de verdad damos de sí, y es con ello con lo que se va
conformando el día a día y con él la realidad que nos toca vivir y la que
les hacemos vivir. Es más, la que les guardamos y con la que les aguardamos,
temerosos de esa indiferencia que los diferencia, pero que no podemos
aceptar. ∆ |