…una de las turistas entrevistadas
para el noticiario, a raíz de las llegadas masivas de inmigrantes a
Canarias, sin ruborizarse ni un pelo se quejaba de que tal y como están las
cosas, la playa es un jaleo y ni un baño a gusto te puedes dar. Jope, chica,
qué quieres, o sea. |
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JUNIO 2006
DE PENA, GUAPA
POR CAROLINA FERNANDEZ
Ya
no podemos decir eso de que como todos los veranos, empieza la avalancha de
inmigrantes a nuestras costas, porque ahora la avalancha no afloja en todo
el año. Como mucho, se tranquiliza un poco con los meses más fríos, pero en
cuanto asoma un rayito de sol, se vuelven a echar al mar a buscar su propio
rayito de esperanza. Antes venían en patera, ahora lo llaman cayuco, que por
lo que sé es la misma mierda de embarcación pero cabe más gente. El caso es
que desbordan las previsiones, desbordan los albergues, desbordan a los
gobiernos, desbordan las vallas fronterizas y desbordan las barcas que los
traen. Africa entera se desborda. Si un día llegásemos a saber cuál es la
cifra de los que partieron pero nunca llegaron a ninguna parte, nos
quedaríamos tontos. Más tontos, aclaro.
El caso es que un mediodía de estos hemos almorzado con una noticia bastante
habitual: "Canarias recibe tantos inmigrantes ilegales". "La cifra más alta
hasta el momento". "Las autoridades insulares piden ayuda al gobierno
central." Etc. Con las imágenes mil veces repetidas del penoso desembarco,
las primeras ayudas, las mantas, el zumo y las galletas, el personal de Cruz
Roja de aquí para allá, camilleros, Guardia Civil, en fin. Y las caras de
algunos de los maltrechos "viajeros": desorientados, cansados, derrotados.
Vivos.
Pero señores, estamos en Canarias. Playita, pareo y paypo. Sol y mar.
Bañistas con el culo y las témporas al sol. Y la gente, que es como es, no
lleva bien eso de pagar una pasta por su semanita de playa para que luego
venga un puñado de negros andrajosos a joder las vacaciones. Porque eso es
exactamente lo que pasa si las circunstancias exigen que el desembarco sea
en la playa. Y claro, hay que ponerse en situación: cuando una está
despatarrada en la playa, con las tetas al sol, resulta bastante fastidioso
ver pasar cuadrillas uniformadas, de arriba abajo, y luego de abajo arriba,
llevando gente a cuestas para darle los primeros auxilios.
Pues algo así, más o menos, es lo que comentaba a la cámara una de las
turistas entrevistadas para el noticiario, a raíz de las llegadas masivas de
inmigrantes a Canarias. Sin ruborizarse ni un pelo se quejaba la chica de
que tal y como están las cosas, la playa es un jaleo y ni un baño a gusto te
puedes dar. Jope, chica, qué quieres, o sea.
Se me viene a la memoria una instantánea del fotógrafo Javier Bauluz, tomada
hace unos años en algún rincón del sur. Una playa, una sombrilla en la
arena, dos turistas al sol. Y a pocos metros, el cadáver desmadejado de
alguno que lo intentó y no lo consiguió. Y los tres conviviendo en los
mismos centímetros de una imagen tremendamente impactante, porque consiguió
atrapar un instante de dos universos tan lejanos que no llegan a tocarse en
ningún punto. Es uno de los curiosos efectos de la cotidianidad, que
convierte las barbaridades en rutina. Y se producen situaciones tan
grotescas como ésa, como si los ojos no viesen, como si la mente no pensase,
como si el corazón no sintiese. Y es que acabamos por anestesiarnos tanto
que ni vemos ni pensamos ni sentimos. Habría que pensar entonces quién está
más muerto, si el que se lo jugó todo por un sueño o el que toma el sol
apaciblemente en una playa con cadáveres, o la que se queja de que ni
siquiera puede darse un baño a gusto por culpa del rollo ése de los
inmigrantes. Cuando eso pasa, es que ya se ha perdido la humanidad. Poco
queda entonces.
Lo mejor, creo yo, sería negociar con los países exportadores de inmigrantes
unas rutas específicas, con puertos de salida y de llegada, para que en
ningún caso los pobres diablos se encontrasen cara a cara con los turistas.
Podríamos poner playas alternas para desembarco de pateras, y playas para
bañistas. Podríamos poner paneles en las playas, para separar los dos mundos
y que no tengan que cruzarse. Podríamos también poner carteles avisadores,
como en las puertas de los hoteles: No molestar. Do not disturb. No tocar
los güevos, que somos turistas. Gracias. ∆ |