
Hoy la ideología ha desaparecido
en favor de la mera estrategia, de la propaganda, convirtiéndose en mero
oportunismo especulativo. Es decir, el político no es necesariamente un
ideólogo, sino que nace a la política sin otro afán que el de alcanzar
el poder. |
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JUNIO 2006

LA IDEOLOGIA EN
DEMOCRACIA
POR JOSE ROMERO SEGUIN
La
ideología es la razón práctica y utópica de todo proyecto social. Ha de ser,
por lo tanto, dogmática en la raíz y dinámica en su proyección vital, es
decir, en la parte que emerge y se expresa a la hora de dar respuesta a las
necesidades sociales.
Esta idea puede parecer contradictoria, pero si la analizamos detenidamente
comprobamos que no lo es, pues de inicio no necesita la ideología sino una
voluntad inequívoca de preservar los principios inamovibles e insoslayables
que la conforman, como son: dignidad, amor, paz, justicia y libertad. En
defensa de los cuales ha de ser rebelde sin tregua ni concesión alguna a la
debilidad, de ello depende el ser o no ser de su esencia.
La ideología ha de ser dinámica a la hora de impulsar, además de imaginar,
toda cuanta iniciativa social revitalice y proteja la esencia de esa
naturaleza.
La ideología debe beber de lo mejor de la filosofía y de la teología, para
asentar sobre ese legado las bases de su expresión sociológica, es decir, la
política.
La política es un sistema de conexiones sociales que hacen posible articular
el conjunto social, dotándolo de sentido sin que pierda el sentimiento, es
decir, hacer posible la utopía de la convivencia universal, sin quebrar la
singularidad del individuo en ninguno de sus atributos. Es, por tanto, un
acto que necesariamente ha de conciliar los intereses particulares con los
del grupo.
Tarea nada fácil y para la que se precisa de un ideario claro y conciso que
se haga asequible a todo entendimiento y sea a su vez asumible por la
mayoría más amplia posible del cuerpo social.
La sociedad necesita la cohesión, la subordinación de la parte, el
individuo, al todo, la sociedad, pues no puede, por su carácter de elemento
esencial, permitir que se infravalore al individuo, en cuanto es él quien da
sentido al grupo, y también él quien con sus necesidades y respuestas lo
dota del dinamismo preciso para que sea eficaz y, lo que es más importante,
posible.
Una sociedad sin individuos termina necesariamente en manos del inmovilismo
totalitario. Para que una sociedad sea ralamente democrática necesita
conservar intacta la independencia y la correcta valoración del individuo en
todos y cada uno de sus actos. Al ideario que se le encomienda tal prodigio
es la ideología, pues es ella quien establece las reglas que rigen esta
relación, con tan exquisita medida y tan preciso equilibrio en su acción,
que hace posible que sea la naturaleza del individuo quien anuncie y
represente la de la sociedad en la que participa.
Hoy la ideología ha desaparecido en favor de la mera estrategia, de la
propaganda, convirtiéndose en mero oportunismo especulativo. Es decir, el
político no es necesariamente un ideólogo, sino que nace a la política sin
otro afán que el de alcanzar el poder.
El poder se ha convertido en espíritu esencial de la ideología, en
detrimento de los principios que en un principio señalábamos, con el riesgo
que ello conlleva, pues no podemos obviar que éstos conforman la razón
epistemológica de la política. Sin validación en el campo humanista, el
individuo ya no importa, y como tal, tampoco el grupo.
Partiendo de ese erróneo postulado la necesaria cohesión se produce a través
de la prebenda, de la corrupción de su esencia, haciéndole entender como
bien social aquello que le favorece a él y no a la colectividad. Se
establece pues un sistema perverso de control de unos sobre los otros que
nada tiene que ver con la filosofía que lo anima.
De este modo el poder se ha convertido en el bien a preservar, a mimar, a
satisfacer. El es el primer ciudadano. Y es que muerta la idea base, no cabe
otra alternativa que no sea la de dejarse llevar por la necesidad que
demanda el nuevo amo y señor, él es ahora y no el individuo el precursor y
procurador del grupo.
El poder conduce al anquilosamiento de la sociedad que lo padece. La
envilece. La hace conservadora y egoísta. La embrutece, pues su dinámica no
busca dar respuestas a las necesidades del individuo en el cuidado de su
espacio, patrimonio con el que luego ha de situarse en el espacio social,
sino que actúa en función de su propio interés, ajeno como es lógico a toda
suerte de generosidad y respeto.
Cuando decae la ideología sensible mueren las ideas y sobreviene la
ocurrencia productiva.
La ideología es capital para que la política sea vitalista, humanista y
realmente democrática en su interacción social. ∆ |