Viendo
lo visto, en verdad os digo que antes de que un obispo suelte a un feligrés
entrará un elefante por el ojo de una aguja. |
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JULIO 2006
COMO EL CHICLE
POR CAROLINA FERNANDEZ
H ay que decir que
es una palabra que asusta un poco. El sustantivo es complicado:
apostasía. Suena a trastorno digestivo o a enfermedad venérea. Sería
difícil explicársela a un niño, lo cual quiere decir que es un concepto
retorcido en sí mismo. Pero más complicada es aún la conjugación del
verbo, o sea, llevarlo a la acción: yo apostato, tú apostatas. ¿Y qué me
dicen de "nosotros hubiéramos o hubiésemos apostatado"? ¿Y los que
apostatan? ¿Se llaman apostatadotes o apostatos? En fin, qué vocablo más
rematadamente feo.
El caso es que tenemos en España una pila de gente que está cabreada
porque no puede apostatar a gusto. Todo son trabas, problemas y
zancadillas para tachar el propio nombre de una lista en la que no se
quiere estar.
Hay que centrar el contexto. Estamos en plena era de las
telecomunicaciones. Información, noticias, móviles hasta para los
pingüinos, GPS en las mochilas del cole. Internet llega hasta el último
rincón. Mi vecina del primero tiene su propio blog sobre los asuntos de
escalera, y la charcutería de la esquina su página web con un diseño
high fashion que te pasas. En fin. Y lo más: la red incluso va a acabar
con algo que es tan intrínsecamente español, tan nuestro, tan parte de
nuestra cultura y nuestra idiosincrasia, como la burocracia, el papeleo,
las colas, el "vuelva usted mañana", la íntima relación con el
funcionario que nos mira desde su mostrador de arriba abajo, después de
dos horas de espera, y nos dice que el formulario no es el correcto. En
fin, incluso esas cosillas tan familiares y tan nuestras, parece que van
a dejar de ser un castigo divino por obra y gracia de Internet, y
podremos empezar a rellenar impresos desde casa, darle al enter, y
santas pascuas.
Pues, con todo, parece que no hay forma humana ni divina de apostatar,
esto es, de borrarse de los listados de la santa madre Iglesia. Resulta
más fácil hurgar en plan hacker en los archivos secretos de la CIA que
acceder al archivo del obispado, que está tres calles más abajo.
Me pregunto si no habrá conceptos confundidos. En las pelis, cuando el
protagonista decide venderle el alma al diablo, que es como acceder por
propia voluntad a que cuente con uno en su lista, debe pensárselo muy
pero que muy bien, porque según dicen luego no se puede rectificar. Si
uno vende su alma, sea lo que sea eso, es para siempre, que en este caso
quiere decir por toda la eternidad. El diablo no es de los que dicen que
sí y luego que no, así que cada uno sabrá lo que hace. Lo que no se
plantea en el cine es qué pasa con las listas de Dios, porque es el
bueno de la película y no se le cuestiona, pero lo que está claro es que
sus listas están dentro de la caja fuerte con siete cerrojos. Además,
dudo bastante que al diablo le importe tres pimientos el tema éste,
porque no me parece que la burocracia sea su fuerte. Dudo que lleve la
cuenta. Es más, dudo que lo necesite. Me lo imagino yo un tanto
irresponsable para estas cosas, despreocupado y vividor. El que quiera
que se apunte y el que no, a adorar santos.
En cambio los del otro equipo necesitan hacer balance, cuentas y
recuentas con avaricia para casar los números. No pueden permitirse
perder ni a uno. Ratonean socios como los banqueros céntimos. Deberían
estar advertidos todos los padres que, nada más nacer, corren a apuntar
a sus niños en unas listas que son como una tela de araña o lanzarse a
una piscina de chicle: no se sale. Pero resulta que hay gente a la que
le importa el tema, por aquello del "no en mi nombre", la consigna de
moda. Y que no le basta con pasar de cumplir los rituales de rigor, que
eso lo hace la mayoría, sino que además no quiere un punto negro en su
expediente por figurar en una lista no deseada. Y no puede borrarse sin
más.
A ver si va a resultar más difícil apostatar de alguna compañía de
telefonía de cuyo nombre no quiero acordarme -si es que se me permite
esta acepción del verbo apostatar- o de los mailings publicitarios de
algunas empresas más pegajosas que el "Opá, yo viacé un corrá", que
borrarse de la puñetera lista de la puñetera Iglesia. Además, si nos
vamos a poner pesados, podemos recordar que en España tenemos una
legislación para la protección de datos que dice, entre otras cosas, que
los usuarios tenemos una cosa que se llama "derecho de oposición", que
traducido viene a decir que cualquiera puede oponerse a figurar en un
fichero o al tratamiento de sus datos personales, mientras la ley no
disponga lo contrario. En concreto, especifica que puede retirar su
consentimiento para el tratamiento de datos especialmente protegidos,
relativos por ejemplo a religión o creencias.
La pregunta es ¿será posible que entren por el aro antes las compañías
de telefonía que la Iglesia? No me lo puedo creer, pero viendo lo visto,
en verdad os digo que antes de que un obispo suelte a un feligrés
entrará un elefante por el ojo de una aguja. Pero no nos desviemos del
tema. La siguiente pregunta por fuerza ha de ser: ¿por qué el gobierno
sigue manteniendo este "islote" legal, con tan claro trato de favor?
A veces parece que vivimos en la Edad Media. ∆ |