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Salvo excepción, quienes escupen en la calle son siempre varones, lo que me descubre que no se trata de personas enfermas o que no han podido controlar un impulso natural sino que constituye una actitud tolerada según los patrones tradicionales de la masculinidad.

FEBRERO 2006

COSAS DE HOMBRES
POR ISABEL MENENDEZ

Un entrenador de fútbol hacía unas declaraciones, que podrían tildarse de racistas, en las que comparaba a los hombres, los monos (aunque en realidad habló de quienes se subían a los árboles) y el acto de escupir. Si bien sus manifestaciones fueron muy poco afortunadas, en tanto que mencionaban a un jugador de color, el fondo de la cuestión despertó mi atención porque no es la primera vez que un jugador de fútbol decide escupir en el campo de juego. Ello me recordó una columna firmada, hace algunos meses, por Juan José Millás, quien lamentaba la costumbre que tienen algunas personas de escupir según les apetezca y allí donde se encuentren, sin tomar en consideración que se trata de un acto que agrede a los demás. El escritor se sentía francamente enojado cuando alguien caminaba delante de él y, sin rubor, se permitía escupir cuando le venía en gana. Yo también he experimentado esa sensación entre la irritación y la estupefacción y me he preguntado por qué alguna gente ejecuta dicha acción sin cuestionarla siquiera. Leyendo a Millás en aquel artículo caí en la cuenta de que, salvo excepción, quienes escupen en la calle son siempre varones, lo que me descubre que no se trata de personas enfermas o que no han podido controlar un impulso natural sino que constituye una actitud tolerada según los patrones tradicionales de la masculinidad. En consecuencia, siempre he pensado que, si yo fuera hombre, rechazaría absolutamente dicha conducta e intentaría cambiarla por alguna más respetuosa con la higiene y con la convivencia en sociedad.
Y es que la masculinidad convencional ha elaborado unos patrones de comportamiento que explican cómo ser hombre, para así consolidar los roles sexuales. Estos patrones se aprenden en la más tierna infancia y hay estudios que demuestran que las criaturas de apenas cinco años, ya han adquirido su identidad de género. A ello han contribuido todas las instituciones que nos socializan, como la familia, los medios de comunicación o la escuela. Tanto es así que muchos progenitores observan cómo sus niños y niñas adoptan papeles estereotipados que en casa no se les habían propuesto. La trasgresión del mandato de género es, por tanto, muy difícil y supone muchas veces el rechazo del grupo de iguales, situación complicada durante la adolescencia, cuando las chicas y chicos necesitan reconocerse y sentirse aceptados. Por eso, es entonces cuando se observan conductas muy arraigadas en el modelo tradicional de masculinidad y feminidad entre las que aparecen actitudes censurables como la de escupir, acto muy frecuente entre ellos. La adquisición de conductas promovidas o toleradas para el otro sexo es una de las cuestiones que mayor rechazo despiertan, por esa razón muy pocos chicos se atreven a incorporar valores convencionalmente femeninos y viceversa.
Así las cosas, me sorprende gratamente saber que la última moda en los bares de Estados Unidos es hacer calceta. Al parecer, los establecimientos de Nueva York, Los Ángeles o San Francisco, se han convertido en locales de reunión donde hacer punto o ganchillo, una afición a la que se han apuntado, y esto es lo más sorprendente, tanto varones como mujeres. Dicen quienes se han incorporado a las agujas y las lanas que permite combatir el estrés y que estas reuniones se convierten en un estilo de vida. En cuanto a los chicos que se han apuntado a esta moda, aseguran que les facilita la independencia. Lo más evidente es que se trata de un valor tradicionalmente femenino y que muchas mujeres conocen bien lo que es tomar la labor y trabajar en ella, solas en compañía de otras. Lo que la mayoría de ellas no sabía es que era una afición, desconocedoras de la palabra ocio. Es, desde luego, una iniciativa original y rompedora de estereotipos, que permite a mujeres y a hombres fraccionar las barreras que la socialización ha levantado entre ambos. Espero que sean estas actitudes y no las otras las que logren transgredir los muros simbólicos de la jerarquía sexual. ∆

   

   
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