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El Ventano

En la estampita, el tocomocho y los similares, que tan célebres se hicieron en la España de la posguerra, hace falta que el timado quiera sacarle algo al timador, y para eso normalmente tiene que hacer una inversión, y ahí está el tongo.

FEBRERO 2006

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LA ESTAMPITA Y OTROS TIMOS
POR ELENA F. VISPO

Ultimamente llegan a mi correo electrónico un montón de mensajes de esos que los más expertos llaman spam: mensajes no solicitados con publicidad de algún medicamento milagro o de la última técnica de alargamiento de pene o de lo que sea. De esos, por suerte, me llegan pocos y normalmente los borro sin leer, no vaya a ser que encima traigan un virus de regalo, y se me vaya el ordenador a tomar viento.
Los que sí leo, y además últimamente colecciono, son estos mensajes tipo el timo de la estampita. Hagamos un breve recordatorio del proceso en cuestión: estos timos se basan fundamentalmente en la ambición de la gente combinada con la estupidez. Así, aparece un "tonto" con un fajo de billetes que confunde con estampitas de colores, luego llega un "listo" que convence al pringao de turno para que le cambien las estampitas por billetes de menos valor, aprovechándose de que el otro es bobo y no se va a dar cuenta. Y hecho el trueque el muy pardillo descubre que la mayoría de las estampitas son recortes de periódico y que ha soltado su dinero por nada.
En la estampita, el tocomocho y los similares, que tan célebres se hicieron en la España de la posguerra, hace falta que el timado quiera sacarle algo al timador, y para eso normalmente tiene que hacer una inversión, y ahí está el tongo. Yo debo de tener cara de tonta, porque últimamente he ganado la lotería (y no juego) gracias a un sorteo entre los e-mails de toda Europa (mi servidor está en Florida), me he enterado de que tengo una cuenta en Bancaja (en mi vida) que corre serio peligro de ser cancelada (y por lo tanto perderé todo el supuesto dinero que hay ahí ingresado) y se han puesto en contacto conmigo algunos benefactores a los que, sin conocerme, les he caído bien. Éstos son los mejores, ya que cada historia requiere una imaginación que a mí, por lo menos me parece envidiable.
Un ejemplo: se ha puesto en contacto conmigo una amable señora Owen, ciudadana de Bulgaria con residencia en Inglaterra. La pobre mujer ha tenido una vida muy dura, tal y como me cuenta. Su marido, Sir Francis Owen, trabajó durante veinte años en los Ferrocarriles Británicos, hasta que la fría mano de la muerte se lo llevó el 3 de junio de 2005, a eso de las 2:00 a.m. Lo más triste es que esto ocurrió después de más de una década de matrimonio, sin ningún fruto del vientre de la señora, ahora viuda, de Owen. (No le estoy poniendo literatura ¿eh?, estoy traduciendo literalmente del inglés, porque ahora parece que hasta para que te timen tienes que hablar inglés)
El caso es que ambos habían hecho la promesa de ayudar a los más necesitados de Europa, América del Sur y del Norte y el resto del mundo en general. Esto es por el trauma del difunto señor Owen al no tener hijos, y por eso quería ser el padre de la humanidad, dicho así a lo bruto y sin consultar a Freud. Antes de morir, pues, tenía ahorrados de diez millones y medio de dólares (¿no deberían ser libras?) pensando en que a su muerte este dinero se dedicaría a solucionar los problemas del mundo.
El problema viene ahora: la pobre señora, ahora viuda de Owen tiene un cáncer terminal, y se va a morir en unos 150 días máximo (el correo tenía fecha del 19 de enero de 2006, hagan ustedes sus cuentas), y por si esto fuera poco, la pobre mujer también tiene una apoplejía, y está hecha polvo. Así que ha decidido donar el dinero a una ONG o mejor, a una persona que use el dinero para ayudar a los pobres y desfavorecidos del mundo (ésa soy yo)
¿Y por qué esta mujer no se lo da a alguien más cercano, pensarán todos ustedes? Pues porque ella no tiene hijos (por si no había quedado claro) y la familia de su marido son todos ricos y además muy avariciosos. Esas malas personas están todo el rato con ella en su lecho de muerte, así que no se la puede llamar por teléfono, por eso ha puesto todo en manos de un abogado (con nombre, apellidos, e-mail y teléfono), que se pondrá en contacto conmigo para enviarme el dinero en cuanto yo le dé mis datos. Claro que debería darme prisa en hacerlo, porque si no encontrará a una ONG que esté interesada en gestionar todo ese dinero, y yo me quedaré sin catarlo.
Y hasta aquí la historia (resumida) de la pobre señora Owen y de la millonada que me va a caer en las manos sin comerlo ni beberlo. Lo malo es que si sigo adelante con la historia en algún momento me van a pedir que pague los gastos de envío del dinero, o el billete del abogado o lo que sea para llevar a buen puerto los trámites y cobrar una pasta gansa. Casi estoy tentada a contestar, sólo para ver cómo sigue la historia, en qué momento me piden que pague y cuánto, y sobre todo, porque me he quedado enganchada al culebrón de la señora ésta y sus terribles vivencias, que ríete tú de Pasión de Gavilanes. ¿Cómo sé yo que no tiene un hijo perdido por ahí, que aparece en el último momento para reclamar los millones?
Bueno. Esto se llama estafa nigeriana, según me cuenta google. Y tiene infinitas variantes, todas cortadas por el mismo patrón. Yo de momento las colecciono, por si en algún momento me da por escribir una novela. Les copio la idea sin pagar derechos de autor y, con la intensidad dramática de estas historias, igual les saco beneficio y todo. Habría que ver qué piensa la señora Owen de todo esto, claro. Igual le escribo para interesarme por su salud. ∆

   

   
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