Después de los telemaratones
navideños en los que uno apadrina un niño, o compra una peonza, o da
unos euritos para la crisis humanitaria de turno, vuelve la normalidad
de la hipoteca y los pagos a fin de mes y se olvida del tema hasta el
año que viene. |
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ENERO 2006
REBAJAS
POR ELENA F. VISPO
Por aquí
andamos, con un frío del carajo, al menos en estos lares por los que yo
me muevo, que parezco el muñeco de Michelín cuando salgo a la calle, de
tanta ropa como llevo encima. Por aquí andamos, digo, sobreviviendo a
las resacas navideñas y desparrames varios de turrones y comidas ricas,
el que haya querido y podido permitírselo.
Y hete aquí que llega la segunda parte de esta tradición tan empalagosa
que es la Navidad: la cuesta de enero, con sus correspondientes rebajas,
en las que media España (o tres cuartos de España, no me sé la
estadística, pero vamos, mucha gente) corre a gastarse lo poco que no se
ha gastado en las fiestas a la caza del chollo en una tienda cualquiera.
Lo de las rebajas está bien, vaya por delante. Yo misma le tengo echado
el ojo a unos zapatos, que me costarían precisamente eso, un ojo de la
cara, si me los comprase a precio normal. Pero le tengo puesta una
velita a San Francisco del Inmaculado Saldo para que no vuelen el primer
día y pueda yo pillarlos a un precio razonable.
Por lo demás, no pienso gastarme un euro más de lo necesario. Sobre todo
porque me agobia la cantidad de gente que pierde los papeles en estas
fechas, que si me pongo bruta hasta echo de menos no ser yankee y poder
llevar una pistola en el bolso (o, en su defecto, un bate de béisbol)
para defenderme de las hordas de compradores compulsivos que acechan en
cualquier esquina. Esas imágenes de la gente haciendo cola en la puerta
del Corte Inglés para pillar primero el chollo no son ciencia ficción,
aunque lo parecen. Una vez, hace muchos años, una buena mujer estuvo a
punto de pegarme por unos pantalones vaqueros que ella había cogido por
una pierna y yo, sin darme cuenta, por la otra (aunque juraría que yo
los vi primero, señora). Lo solté inmediatamente, claro. De qué me voy a
jugar la integridad física por ahorrarme mil pelas.
Porque en las rebajas recibes golpes. Eso está claro. Tengo un amigo que
trabaja en una tienda de ropa y termina la temporada con moratones. Ya
le he dicho que debajo del uniforme se ponga protectores a lo jugador de
rugby, pero dice que los suspensorios con el pantalón de marca cantan un
poco. Así que el pobre se mentaliza, y te cuenta cada año lo mismo:
gente que llega la víspera de Reyes a la desesperada, "dame algo, lo que
sea", y lo mismo le da un calzoncillo que una colonia. Otros que compran
un par de zapatos, cada uno de un número, y cuando en la caja se lo
advierten dicen que da igual porque total, son sólo diez euros. Otros
que vuelven tres semanas después a cambiar un jersey, porque en la
vorágine no se dieron cuenta de que le sobran cuatro tallas. Broncas,
por supuesto, como la mía de los pantalones, que se repiten cada hora. Y
gente, gente, gente, gente y más gente por la calle con cantidad de
bolsas gastándose un dinero que no tienen.
Y luego llegan las peores rebajas, las otras: las que te reducen
sustancialmente el subidón navideño de buenas intenciones. Las que,
después de los telemaratones navideños en los que uno apadrina un niño,
o compra una peonza, o da unos euritos para la crisis humanitaria de
turno, vuelve a la normalidad de la hipoteca y los pagos a fin de mes y
se olvida del tema hasta el año que viene. Y casi siempre los políticos,
unos más de saldo que otros, rebajan nuestras esperanzas de que el mundo
se arregle un poco.
Pero no perdamos la calma. Después de enero, si todo va como debe ir,
vendrá febrero, y la vida sigue. Algunos con suerte tendrán en su
armario alguna compra conseguida a buen precio, y otros, más afortunados
todavía, tendrán aún intactos sus sueños y proyectos para el nuevo año.
A estos últimos suerte, y que soñéis a lo grande, que de rebajar ya
tendréis tiempo. ∆
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