Hay
unos peces que no hacen más que beber y beber de un río probablemente
contaminado; una burra que va cargada de chocolate, supongo que para
venderlo en el mercado negro; un cabronazo que a la puerta de su casa
quiere poner un petardo pa' reirse del que vaya a pedir el aguinaldo... |
|
DICIEMBRE 2006
YA ESTAMOS OTRA VEZ
POR ELENA F. VISPO
Hace
como mes y medio ya que los adornos navideños
están en la calle, con el consiguiente estupor de los ciudadanos de a
pie, léase yo, que aún no he asumido que no estamos en verano, sobre
todo con el calor anormal que hemos tenido por mi tierra. Pero el caso
es que sí, los días pasan, las semanas caen y ya estamos de nuevo en
Navidad, queramos o no. Mi número uno de las fiestas absurdas de todo el
año.
Los adornos son lo primero que llama la atención, sobre todo porque
casi, casi, los ponen una vez acabadas las rebajas. Es decir, que tú
estás tan contenta porque has visto en un escaparate una camiseta a muy
buen precio, y cuando vas a buscarla hay un reno guiñándote un ojo desde
un trineo con tunning. Porque hay que tener en cuenta que lo de los
adornos, tanto en tiendas como en casas, ha evolucionado una barbaridad.
Lo digo porque antes había dos opciones muy claras: o belén o árbol.
Pero ahora te encuentras conos de purpurina con luces dentro, esculturas
conceptistas a base de hierros torneados en los que se supone que tienes
que ver a los tres Reyes Magos, peluches de Santa Claus haciendo el
spagat, y renos, muchos renos por todas partes.
Que lo de los renos es otra. Qué manía con los pobres animales, por
Dios. Que levante la mano el que haya visto un reno al natural alguna
vez en la vida. Estoy segura de que si me encuentro uno y no tiene la
nariz roja y los ojos saltones, no lo reconozco. Y ahora resulta que
toda fiesta navideña que se precie tiene que tener a su gente con nariz
de payaso y cuernos en la cabeza. Si a eso le unimos los que llevan
gorros de Papá Noel comprados en el todo a cien, no se sabe si esto es
Navidad o Carnavales. Porque si hay alguien que no vaya disfrazado,
suele ser el camello de la fiesta, que ejerce todo el año, y no necesita
alardear de nada.
En cualquier caso, para empaparse realmente del espíritu de estas
entrañables fechas, no hay como ir a un todo a cien. Lo que no
encuentres allí no existe: surtidos inmensos de espumillones, bolas de
todos los colores, estrellas, campanitas, figuritas del niño Jesús made
in Taiwan... y cosas que nunca imaginarías, ni siquiera en Navidad. Mis
preferidos, porque yo en el fondo soy muy tradicional, son esos sprays
de nieve que valen para hacer un graffiti en las ventanas, que luego no
lo limpias hasta marzo porque vaya pereza que da. Todo eso y más lo hay
en un todo a cien, claro que para descubrirlo hay que ir con tapones en
los oídos porque ¿alguien podía explicarme el trauma que tienen en estos
sitios con los villancicos? ¿Por qué tienen que ponerlos a todo volumen?
Últimamente, además, se ha puesto de moda poner música en las calles,
por si no la escuchas bien en las tiendas. Sé de más de uno que le han
puesto el altavoz al lado del balcón y ha arreglado el problema a
pedradas, que es como se hacen las cosas cuando no queda más remedio.
Encima todas esas canciones están cantadas por supuestos niños de voz
chillona, y así, a medida que pasan los días y escuchas el mismo disco
una y otra vez, te vas convenciendo de que esto es la Navidad de los
pitufos.
Unos pitufos, como poco, bajo el efecto de algún psicotrópico, porque no
hay nadie que pueda cantar villancicos durante mucho tiempo sin que
peligre su salud mental. Hay unos peces que no hacen más que beber y
beber de un río probablemente contaminado; una burra que va cargada de
chocolate, supongo que para venderlo en el mercado negro; un cabronazo
que a la puerta de su casa quiere poner un petardo pa' reirse del que
vaya a pedir el aguinaldo (que hay que ver el salero que tienen
algunos); y ya el consumo de estupefacientes está más que claro cuando
viene alguien y afirma que en el portal de Belén hay estrellas, sol y
luna. ¿Todo a la vez?
Y luego están los que cantan en inglés, que tengo que decir que a mí
siempre me han parecido más bonitos los villancicos ingleses que los
españoles. Eso, hasta que llegó Bonnie M. y su Feliz Navidad, feliz
Navidad, próspero año y felicidad. Mal rayo les parta, ya se podían
haber currado un poquito más la letra. Viendo cómo está el patio, aquí
el único listo es aquel que dijo: "saca la bota, María, que me voy a
emborrachar".
Pero qué le vamos a hacer. Como todos los años, supongo que después de
oír el ai guanagüischu a merri crismas más de cincuenta veces, decidiré
que no vale la pena enfrentarse a lo inevitable. Así que sí, por una
vez, os deseo merri crismas a todos, y que os sea leve.
El año que viene, más y mejor. ∆ |