Revista Fusión

 Subscripción RSS

FUSION también eres tú,  por eso nos interesan tus opiniones,  tus reflexiones y tu colaboración  para construir un  mundo mejor

Recibe nuestras noticias en tu correo

 


 

 

CONTRAPUNTO

 

Y así, comenzaron las campanadas. Hice lo que pude, lo juro, pero no fue suficiente. A la tercera ya se había producido el colapso en mi esófago. El de al lado, me dio una colleja solidaria y me informó, por si no me había dado cuenta: "Que te atragantas, chavaaaal..."

DICIEMBRE 2006

contrapunto.jpg (15447 bytes)
NOCHE DE UVAS
POR CAROLINA FERNANDEZ

Faltaba una hora para las campanadas. Miré el reloj. En mal momento se me ocurrió salir a la calle. Pero claro, ya era tarde para arrepentirse. No podía desandar el camino andado porque a mis espaldas la multitud cerraba filas, como la compuerta de una presa, e impedía retroceder. Lo intenté, no obstante, pero mis brazadas furibundas en aquella marea humana no tuvieron resultado. No había más camino que hacia delante. ¿Hacia dónde? Hacia la Puerta del Sol, claro, que es a donde va todo el mundo ese día, en ese lugar y a esa hora. Así que no había más que hacer. Ni siquiera era necesario que realizase algún tipo de esfuerzo físico. La multitud se encargaba de todo. Yo iba casi en volandas, con los antebrazos pegados al cuerpo y sin poder separar los pies más de una cuarta. Con esos andares de geisha avanzamos unos ciento cincuenta metros hasta que divisamos una de las entradas laterales a la plaza. Supongo que estaba abarrotada. Supongo, porque no podía ver más allá de la nuca sudorosa que tenía a dos centímetros de mi cara. A mi lado, un grupillo hacía verdaderos malabarismos para avanzar con un cigarrillo en una mano y un gran vaso de plástico rebosante de cerveza en la otra. Se ve que tenían práctica en eventos multitudinarios, porque lograban mantener bastante bien el contenido dentro del recipiente. Como vieron que miraba de reojo debieron pensar que estaba solo y desamparado en este mundo, en noche tan señalada como ésa, y como estamos en fechas solidarias decidieron adoptarme. Me echaron el brazo por los hombros y me pusieron en el centro del corrillo. Yo intenté en vano zafarme con educación, pero ni siquiera era capaz de escuchar mi propia voz, así que creo que para ellos yo no era más que un individuo gesticulante, que gritaba como el que más, o sea, como ellos, de modo que me sumaron a su fiesta. Para animar el ambiente empezaron a dar saltos y a cantar aquello de "a por ellos, oé, a por ellos, oé..." Cierto es que no venía al caso, pero ¿quién se fija? El soniquete lo mismo vale para un roto que para un descosido, y tiene además otra ventaja, y es que la letra no requiere gran esfuerzo intelectual, imposible por otra parte en tales circunstancias, así que con las caras rojas, sudorosas y desencajadas, mis camaradas entonaban con mucha entrega y poca gracia el himno polivalente. Yo también saltaba, aunque con distinta intención: encontrar el punto flaco de aquella muralla humana para escabullirme. Creo yo que pensaban que botaba con ellos con gusto, al ritmo de la cancioncilla, así que acabada la primera estrofa reengancharon con la segunda, que para todos los efectos es exactamente igual que la primera, "oé, oeeeeeé... A por ellos...". Y así estuvimos un rato. El caso es que entre salto y salto, y con la ya notable influencia etílica, resultó completamente imposible mantener el equilibrio de los vasos por más tiempo, y en un segundo varias tsunamis cerveceras se volcaron sobre este servidor que, dicho sea de paso, era bastante más canijo que aquellos vikingos, y que por circunstancias se encontraba en aquel momento en el puto medio del corrillo. En un momento me vi bañado de arriba abajo. Evidentemente la risotada fue general. Aprovechando el momento de flojera del personal, me largué por una esquina y traté de moverme hacia un lateral. Un grupo de chicas me rodearon durante un momento, me sonrieron, me tocaron el trasero con descaro y me llamaron "guapo" con cierta lascivia, o al menos es lo que quise yo creer en aquel momento. Pestañeé una décima de segundo -mayormente porque la cerveza me escocía los ojos- y al volver a la realidad habían desaparecido, y con ellas también mi cartera y el móvil. Afortunadamente conservaba las llaves de casa. No me dio tiempo a compadecerme de mí mismo ni siquiera un ratito, porque en aquel momento empezaron a sonar los cuartos y la gente literalmente enloqueció. El rugido general fue tan ensordecedor  que toda la plaza se elevó unos centímetros por encima del suelo. Alguien me colocó un sombrero de pico con guirnalda, me puso una botella de champán en la boca, un matasuegras en una mano y un bote con uvas despepitadas en la otra. Ya digo, la gente desparrama solidaridad con los desamparados. Y así, comenzaron las campanadas. Hice lo que pude, lo juro, pero no fue suficiente. A la tercera ya se había producido el colapso en mi esófago. El de al lado, me dio una colleja solidaria y me informó, por si no me había dado cuenta: "Que te atragantas, chavaaaal..." He de decir en mi descargo que siempre fui de cuchillo y tenedor, y comer reposado, así que aquella prueba fue para mí una iniciación a la bacanal. Veía a mis vecinos de campanada engullir uvas y rezumar mosto por la boca con gran placer, mientras yo pasaba peligrosamente del rojo al violeta. A dios gracias, sonó la decimosegunda y la gente empezó a felicitarse el año, de modo que antes de llegar a un punto sin retorno recibí entre los omóplatos semejante palmada solidaria que bastó para destupir lo que estaba tupido, y asentarme en el mundo de los vivos, donde recibí besos y abrazos de numerosos desconocidos que me dejaron las mejillas pringadas de zumo y sudor. Así entré en el nuevo año.
De modo que sí, lo confieso, yo soy uno de esos perros verdes que en Fin de Año no sólo no sale a celebrarlo, sino que se cierra en casa con las ventanas trancadas, en plan antisocial. Mis zapatillas, mi sofá y yo hacemos un ménaje à trois perfecto, que me permite entre otras cosas comerme las uvas de una en una, a mi ritmo, saboreándolas, acordándome de lo bueno que hubo y pensando en lo que vendrá.
El resto del mundo puede esperar un poco, que nos queda mucho año.
Suerte con las uvas. ∆

   

   
INDICE:   Editorial Nacional, Internacional, Entrevistas, Reportajes, Actualidad
SERVICIOS:   Suscríbete, Suscripción RSS
ESCRÍBENOS:   Publicidad, Contacta con nosotros
CONOCE FUSION:   Qué es FUSION, Han pasado por FUSION, Quince años de andadura

 
Revista Fusión.
I  Aviso Legal  I  Política de privacidad 
Última revisión: abril 07, 2011. 
FA