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EL ALEPH

 

Ocupado el piso, compruebas que los tabiques son de cartón piedra, que el aislante brilla por su ausencia, que el parqué se levanta y las baldosas suenan hueco. Y por si esto fuera poco, recibes del juzgado una citación para comparecer en un juicio por un supuesto delito urbanístico.

DICIEMBRE 2006

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EL PRODIGIOSO OBOLO INMOBILIARIO
POR JOSE ROMERO SEGUIN

Resuelto el dilema, arrendamiento o propiedad, en favor del juro, emprendes el iniciático camino en busca de la vivienda perfecta, peregrinando a la inversa que en cualquier proceso espiritual al uso: de la ciudad santa, "el centro", hacia aquellos lugares donde mora el abandono y gobierna el pecado de la desigualdad, "el extrarradio".
Llegado a ese punto, constatas que te falta aún un grado más de humildad, es decir, que no alcanzas.
Inasequible al desaliento te encaminas entonces al verdadero "finis civitas", "el villorrio", donde esperas encontrar lo que buscas.
Y allí, en medio de una cartuja recién mancillada por un caótico escenario de máquinas, herramientas, materiales y crípticos planos que descansan en sucias mesas de humildes casetas, encuentras al fin el bosquejo del pisito que, sin confortar tu ánimo, se muestra al menos asequible.
En una oblonga construcción que oficia de piso piloto, se te anuncia, sin la menor repugnancia y envuelta en los más variados eufemismos de índole mercantil, la penitencia, por supuesto en euros, y en una cantidad que, aún así, se te antoja astronómica. Una vez aceptada y recibida la bendición, bajo contrato de compraventa, se te plantea dónde encontrar tanta plegaria. Te pierdes para ello en un laberinto de  sucursales crediticias, en las que se te exigen nóminas, seguridades laborales y garantías de las que no siempre dispones. Mas no desfalleces, la nobleza de la cruzada bien lo merece. Y una vez has aportado, en ciento y un lugares, datos sobre lo tangible e intangible que en materia de propiedad te avalan, un día te llama alguien para anunciarte la buena nueva: "Su préstamo ha sido aprobado." Respiras hondo y hondamente emocionado de terror, preguntas, ¿para cuándo la firma?
Cumplida la fecha, y previo pago al Caronte "notario", al Caronte "registrador" y a las dos "Carontidas" "Haciendas" (estatal y autonómica), la "benefactora" entidad bancaria le abona a la promotora el dinero convenido y en los colores acordados. A la vez que te endosa un tocho de folios donde se detallan con meticulosidad todos y cada uno de los pagos que has de realizar hasta el fin de tus días.
Ocupado el piso, compruebas, sin entender el motivo de tamaño desafuero atendiendo a lo disparatado del precio, que los tabiques son de cartón piedra, que el aislante brilla por su ausencia, que el parqué se levanta y las baldosas suenan hueco. Y paradojas de la vida, que las viviendas contiguas a la tuya, son propiedad de un único y misterioso personaje. Y por si esto fuera poco, recibes del juzgado una citación para comparecer en un juicio por un supuesto delito urbanístico, porque según consta en la denuncia la promotora se pasó por el forro las más elementales medidas de protección del medio ambiente, construyendo en un espacio protegido.
Un día, cualquiera, lees en el periódico que el alcalde de ese pueblo, concretamente el que recalificó el terreno, y que descansa ahora en algún paradisíaco lugar del Caribe, cobró decenas de millones de euros y algún que otro piso en concepto de comisiones. Y es entonces cuando lo entiendes todo, no sólo estás pagando en cada mensualidad las del Caronte "alcalde", sino que has de abonar las sucesivas derramas con las que hacer frente a las obras que demanda la, cada día más evidente, fragilidad estructural del edificio, que aún no ha cumplido el quinquenio y ya amenaza ruina. A la vez que, con el corazón en un puño, os defendéis con uñas y dientes de la amenaza de una sentencia que ordena el derribo de la urbanización al completo.
No sabiendo si reír o llorar, optas por lo único que te es permitido: cerrar el periódico. Acto seguido, apuntas en una hoja de la agenda: comprar "aguaplás" y visitar al abogado. Conseguirás así disimular el enésimo agujero de la pared y apaciguar la angustia que te produce el roto de la justicia. Para el que te duele en el pecho, no hay, y lo sabes, ni consuelo, ni mucho menos remedio. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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