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El Ventano

 Es mucho más cómodo tomarse las copas en el salón de casa que en la calle, así que no estaría de más que un día de estos salieran todos en tropel para protestar por el precio de la vivienda.

ABRIL 2006

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BOTELLON
POR ELENA F. VISPO

Aquí, a mis años, yo fui una vez a un botellón. Me invitaron unos amigos, bastante más jóvenes que yo, así que un sábado por la noche me encontré en un parque de mi ciudad sentada en la hierba, bebiendo calimocho y charlando de todo un poco. Estuvimos un par de horas y cuando nos apeteció, tiramos la basura a una papelera y levantamos el campamento. El ambiente que se veía por allí era, en general, lo que se viene llamando buen rollo, y había un par de policías locales con cara de aburrimiento, controlando que la gente recogiera todo y que no hubiera follones, que en este caso no los había.
Éste era un botellón normal y corriente, no una macro fiesta de ésas que se vienen anunciando estos días, en plan Libro Guinness de los Récords, pero claro, yo que tengo alergia a las multitudes no iría nunca a uno de esos, pero por lo que se ve la gente va en manada.
Hay dos argumentos que a mí me parecen lógicos a favor del botellón. Uno, el precio de las copas, inasequible para la mayoría de los jóvenes. Y dos, que el 80% de las copas que te sirven en los locales nocturnos son de alcohol de garrafa, por mucho que lo pagues a precio de oro. Con lo cual sale más barato y más sano comprarte unas botellas en el súper y tomártelas con los amigos donde puedas, que suele ser en la calle, porque cada vez está más difícil conseguir piso propio.
También, claro, hay muchos argumentos en contra: el ruido, la basura, esa juventud desmotivada cuyo único aliciente en la vida es cogerse una buena curda el fin de semana... Pero a eso voy. Se dice que los jóvenes son apáticos, que nada les interesa ni les motiva, y está claro que no es cierto. En cuanto tocas algo que les molesta, pongamos prohibirles beber en la calle, desarrollan un poder de convocatoria que ya le gustaría a cualquier sindicato que se precie, o mismo al PP, que últimamente se dedica a mover a las masas. Los macrobotellones son llamadas a la desobediencia civil, perfectamente organizadas y coordinadas, en distintas ciudades de España con una capacidad de movilización pasmosa. Se convoca a todo el mundo en tiempo real a golpe de móvil o de Internet, e incluso el que no tiene mayor interés se entera, porque últimamente hasta la prensa se hace eco de dónde y cuándo.
Es fantástico la que han demostrado estos chavales, ahora faltaría que toda esa capacidad, que se ve que la hay, se canalice de mejor forma. Si lo que les motiva es el botellón, pues que peleen por él y por todas sus variantes. Por ejemplo, es mucho más cómodo tomarse las copas en el salón de casa que en la calle, así que no estaría de más que un día de estos salieran todos en tropel para protestar por el precio de la vivienda. O también, de vez en cuando, puedes ir a tomar algo a algún local, que se está calentito, tienen vasos de cristal y te ponen música por el mismo precio. Claro que para eso hace falta una nómina normal que te permita un capricho de vez en cuando, y no un contrato basura. ¿Qué tal un macrobotellón contra la precariedad laboral? Ya lo están haciendo, más o menos, en Francia, y no les va mal. Por lo pronto ya han podido hablar con el Primer Ministro y han dejado de ir a clase, porque les han cerrado la Universidad. Con lo que mola hacer pellas.
Ironías aparte: no está mal el botellón. A mí me parece divertido y hasta sano, en su justa medida. Que para eso son jóvenes ¿no? Por increíble que parezca, con todo lo que esta sociedad de la tontería ha hecho para estropearlos, aún queda esperanza en ellos. Cuando se ponen, pueden ser rebeldes, anárquicos y francamente simpáticos. Sólo les hace falta centrarse un poco, y entonces la cosa sí que promete.
¿Qué quieren que les diga? Soy una optimista. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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