Los jornaleros, legítimos hijos de
esa tierra no tienen sitio, y son por ello repudiados, ignorados, y lo
que es peor, apartados a golpe de porra. |
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ABRIL 2006
EL MEDIEVO FUE AYER
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Sucedió
ayer, martes de carnaval, mientras en miles de lugares, la pobreza se
disfrazaba de riqueza, la riqueza de pobreza, el obseso de obsesión, el
oportunista de oportunidad, el moralista de inmoral, el inmoral de cura,
habráse visto mayor inmoralidad. Mientras la civilizada carne se tornaba
oropel aún en su más resplandeciente y lujuriosa exaltación. Mientras las
cloacas se proclamaban asépticas y formalmente democráticas. Y las calles
ejercían de escaparates de tiempos en los que todo parece ganado, ganado
para ser y ejercer de eso mismo, de ganado que pace y camina junto.
Mientras, digo, algo se quebró por donde siempre lo estuvo, por donde nunca
se ha sellado la fractura: la de la injusticia, la de la insolidaridad. Y se
hizo como se suelen hacer estas cosas cuando nos dicen que la libertad está
a salvo, con mucho desprecio de los derechos humanos y muy poca sensibilidad
social. Eso fue lo que motivó que las calles se crisparan al paso de un
puñado de hombres y mujeres arrebujados en sus pancartas y consignas. No les
hacían falta, sus razones se hacían patentes hasta hacernos enrojecer de
vergüenza, en sus rostros, tempranamente gastados de fríos y soles, labrados
de sudor y esfuerzo, en sus manos encallecidas de golpear la tierra del amo
esperando una respuesta que, pese a estar perfectamente escrita, descrita y
prescrita en los magníficos manuales: ideológicos, filosóficos y
sociológicos de que disponemos, nadie parece estar dispuesto a pronunciar
para ellos en una clave concreta, la de la realidad. Todo a su alrededor son
buenas palabras, pero la única palabra que se hace evidente hasta en el
umbral de sus puertas, y en muchos casos hasta más allá, es la que pronuncia
desde su mayestático silencio, el Latifundio. Esa bestia antediluviana que
los tiene atrapados en un mundo sin esperanza. Esa que como el inclemente
minotauro les exige la sangre de sus hijos condenándolos al amargo exilio o
a la afrenta de la injusticia.
Gritaban mientras caminaban, bien es verdad que podrían haberlo hecho bajo
la atenta mirada del más sepulcral silencio, y su grito habría sido aún más
seco y profundo. Y a mí, perfecto y formal idiota, me vinieron a la cabeza,
esos hermosos renglones de Boris Pasternak: "Andaban, y al andar cantaban
Eterna memoria. Los pies, los caballos y el soplo del viento parecían
continuar el cántico en las pausas". Me sentí contrariado. Vino a socorrerme
el siempre bien intencionado Miguel Hernández, con sus versos: "Carne de
yugo, ha nacido/ más humillado que bello, /con el cuello perseguido/ por el
yugo para el cuello...". Pero tampoco obtuve satisfacción, porque cuando la
carne desnuda y palpitante sale a la calle hambrienta de esperanza y hambre,
no se imponen palabras, siempre en exceso, sino actos, eternamente escasos.
Ocurrió en Sevilla, cientos de jornaleros protestaban ante el miserable acto
de proclamar a Cayetana Fitz-James Stuart (Duquesa de Alba) como hija
adoptiva de Andalucía. Hay hijos que no deben ser homenajeados ni acogidos,
porque no son hijos, son animales mitológicos que devoran la esperanza de
ese pueblo y como tal no merecen esa fraternal distinción. Porque no se
puede adoptar aquel que representa al medieval latifundismo, aquel que posee
más tierra que tierra hay. Aquel que lejos de la generosidad de la
solidaridad y el reparto se entroniza en los hipócritas sillares de la
caridad, de la limosna, para desde allí gobernar su infinito patrimonio de
tierras y títulos.
La indignidad del nombramiento es de facto terrible, pero lo es aún más
comprobar la saña con que se empleó la policía con esos hombres y mujeres,
cuyo único delito fue el repudiar a una hija que no es hija, que no la
sienten ni reconocen como tal, sino como a la eterna ama, ama en la peor de
sus acepciones.
Pero la imagen del vil festejo vale más que su esplendorosa razón. La fatua
liturgia del acto más que la justicia de sus bocas desdentadas de tanto
gritar exigiendo dignidad ante la infamia. Y es que el refinado talante de
la oligarquía gobernante, demanda otra estética, en la que los jornaleros,
legítimos hijos de esa tierra no tienen sitio, y son por ello repudiados,
ignorados, y lo que es peor, apartados a golpe de porra.
La realidad insulta a quienes desde el poder se han olvidado de que es la
raíz quien sustenta al árbol, quien da vida al verde y deslumbrante follaje
que ellos de forma tan petulante representan. Y es que bajo el designio del
poder y su rentable ceremonial quién se acuerda de los jornaleros, sino es
para maldecirlos por el atrevimiento de presentarse allí a recordarles lo
que nunca debieron olvidar. No la promesa que les encumbró en el sillón del
poder, sino la responsabilidad que uno a uno tienen en la defensa de valores
que están, o debieran estar al menos, muy por encima de ideologías e
intereses.
Un fraternal abrazo para todos esos hombres y mujeres que levantan la voz
frente a la injusticia. Voz que hago mía en la razón y también en la rabia.
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