Porque eres, aunque te duela
reconocerlo, una mujer más, una mujer pasiva, una mujer acostumbrada a
que piensen por ella, a que otros tomen la iniciativa, acostumbrada a
esperar, a pedir, a exigir pero no a crear, a iniciar. |
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SEPTIEMBRE 2005
DESPERTAR
POR ELENA G. GOMEZ
A cabas de despertar.
Respiras profundamente y piensas en que eres afortunada por estar viva,
porque te puedes levantar por ti misma sin depender de nadie, por tener agua
para ducharte, ropa para vestirte, alimentos para comer. Piensas que cerca
de donde tú vives, a tan sólo unos kilómetros, hay personas que están solas,
o enfermas, o que no tienen todo lo que tú posees. Por eso sabes que tienes
una deuda con la vida y que tienes que corresponder con ella valorando todo
lo que tienes y a todas las personas que están a tu lado.
Despierta un nuevo día, un papel en blanco donde escribir otro capítulo de
tu vida y sabes que todo lo que en él escribas depende de ti, de tus
decisiones, de tus actitudes ante los acontecimientos y de lo que estés
dispuesta a dar de ti.
Quieres VIVIR, sí, con mayúsculas, y sabes que para hacerlo tendrás que
mantenerte despierta, atenta, consciente de tus actos.
Sales de la cama y empiezas a prepararte, y te das cuenta de que ya estás
haciendo las cosas como todos los días. Te reprendes a ti misma porque no
quieres ser un zombi, quieres saber en cada momento lo que haces y cómo lo
haces. Quieres controlar esos pequeños momentos que forman parte de la vida
cotidiana y a los que nunca le das importancia. Empiezas a hacer todo de
forma tranquila, a pensar antes de actuar, a valorar lo que es importante o
lo que puede hacerse en otro momento. Cuando te das cuenta ya estás lista.
Te ha sobrado tiempo.
Sales de casa para el trabajo y, como tienes más tiempo, decides ir andando.
Te encuentras con personas en tu barrio que nunca antes habías visto,
personas que como tú hasta hoy, salen corriendo de sus casas y se meten en
sus coches. Personas que pasan a tu lado y no te ven. Y las miras con
tristeza porque te das cuenta de que viven prisioneras del tiempo, un tiempo
que no dominan, un tiempo que en realidad están perdiendo de vivir.
Caminas tranquila por la calle y observas cómo despierta la vida, los niños
que van a la escuela con sus caritas de sueño, la zapatera que abre su
tienda, unos jóvenes que regresan de alguna fiesta, gente que pasea a su
perro. Mundos, mundos junto a mundos, mundos que están en un mismo espacio
pero que se ignoran, que se desconocen.
Llegas a tu trabajo. Abres la puerta y te das cuenta de que allí hay un
fantasma que te viene a recibir, es el fantasma de la monotonía. Pero hoy no
estás dispuesta a que entre dentro de ti, y mucho menos de que se apropie de
un segundo de tu valiosa vida. Y decides enfrentarte a él de la única forma
que conoces, enfrentándote a ti misma, superándote a ti y demostrándote que
puedes hacer tu trabajo de forma distinta, mejor y en menos tiempo. A medida
que transcurre la mañana vas observando cosas nuevas, cosas que siempre
estuvieron ahí pero que tú, en tu estrechez mental nunca habías visto.
Entonces, de forma natural, empiezas a pasar un escáner a tu vida. Piensas
en las cosas que haces porque realmente las deseas hacer, en las que haces
porque así te dijeron que las tenías que hacer, y en las que haces porque
las hace todo el mundo. Y te das cuenta de una tremenda realidad, hay muy
pocas cosas que hagas porque realmente las deseas hacer, porque tú así las
creaste. Y no es porque nadie te esté obligando, ni te sientas presionada,
es, sencillamente, porque nunca te habías planteado tomar las riendas de tu
vida. Porque eres, aunque te duela reconocerlo, una mujer más, una mujer
pasiva, una mujer acostumbrada a que piensen por ella, a que otros tomen la
iniciativa, acostumbrada a esperar, a pedir, a exigir pero no a crear, a
iniciar. Y comprendes que muchas de las insatisfacciones que tienes son
precisamente porque estás esperando. Esperando que alguien reconozca tu
trabajo, o tu inteligencia, o tu belleza. Esperando. Ese es el error:
esperar.
Y decides que no vas a esperar más, que vas a convertirte en una mujer con
iniciativas, con creatividad. Y empiezas en ese mismo momento. Coges el
teléfono y llamas a dos de tus amigas más cercanas y les invitas a tomar una
copa en tu casa. Quieres hablar con ellas. Quieres hacerlas partícipes de lo
que has comprendido.
Cuando llegan tus amigas sientes que te tiemblan las piernas y, aunque estás
nerviosa, estás decidida a romper con la superficialidad. Empezáis a hablar.
Pronto te das cuenta de que lo que estás haciendo es abrir una puerta, una
puerta por la que ellas enseguida pasaron y juntas fuisteis descubriendo que
en realidad tenéis los mismos problemas, las mismas limitaciones, los mismos
prejuicios. Y decidisteis que ésta sería la primera reunión de unas nuevas
reuniones en las que hablaríais de vosotras mismas, porque queríais
descubrir lo que es ser realmente amigas, amigas que se cuidan, que se
ayudan y que también se dicen las cosas tal y como las ven.
Cuando llegas a la cama estás agotada pero satisfecha. Hoy es el primer día
de muchos días distintos.
Se te cierran los ojos y comienza una nueva noche. Te dejas arrastrar a ese
otro mundo en el que, quien sabe, tal vez la vida sea aún mucho más real.
Feliz despertar. ∆ |