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EL ALEPH

 

Dios es un asunto privado al que cada uno ha de dar respuesta en la medida de sus necesidades. Y el estado es un asunto público que no puede de ningún modo anular al hombre.

SEPTIEMBRE 2005

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EL LENGUAJE DEL TERRORISMO
POR JOSE ROMERO SEGUIN

El terrorismo habla el mismo lenguaje que el imperialismo, es de hecho una forma más de imperialismo. No es por lo tanto un movimiento de liberación sino de opresión, tampoco es libertario o progresista, sino retrógrado y consecuentemente conservador. Es, en una palabra, el mejor aliado con que cuenta hoy en día el sistema capitalista, que ha encontrado en él el ingrediente de tensión necesario para mantener las políticas de rearme, de recorte de libertades y fortalecimiento del estado frente al individuo, entendiendo Estado, entendido no como la firme voluntad de los pueblos a la hora de administrar su vida en sociedad, sino como instrumento de poder en manos de unos pocos.
Las acciones terroristas, y más hoy, se hayan desprovistas del más elemental sentido de justicia y libertad, como antes otros, sino que beben en fuentes ideológicas tan arcaicas como esas que postulan movimientos nacionalistas de carácter excluyente e insolidario, o las rancias teocracias medievales de los países árabes; y no hallan, por tanto, eco en una masa humana dividida entre la hambruna y su desesperanza, y la desesperanza de la hartura. Por el contrario, el efecto que produce entre unos y otros es de acercamiento al poder. Los unos para congraciarse con él, para mantenerse fuera de sospecha y ser así aceptados en el seno de esas sociedades más prósperas, y los otros, en la lógica defensa de su bienestar, exigiendo ellos mismos que se sacrifiquen más espacios de libertad individual en beneficio de la seguridad. Hoy las clases medias también nombran, como lo hacen desde siempre las más cerradas burguesías, la libertad por el nombre de seguridad. Hoy todos tenemos algo que perder y ante ese temor nos rendimos a cualquier barbaridad por injusta que sea. Quizá lo hagamos porque lo que hemos perdido en la aventura de tan pírrica adquisición es tan importante y definitivo como puede ser nuestra propia singularidad. Es por ello que, a la vista de la indolencia y fanatismo de los terroristas suicidas, a uno se le antoja hacer la siguiente reflexión: ¿cómo pueden estas personas, si su objetivo fuese realmente la imposición de un ideario distinto al capitalista o materialista hoy imperante, pensar en una remota posibilidad de victoria? Nuestro fanatismo en el consumismo y las bondades del sistema que mece nuestra existencia, es cuando menos igual al suyo, por lo tanto, unos y otros podríamos convivir perfectamente en esa sangría sin que las posiciones se moviesen un ápice. Pero esa no es la cuestión, hoy el terrorismo no es sino una forma más de comercio, y como tal, está abierto a la estrategia y la oportunidad económica, en pos de beneficios que nada tienen que ver con los idearios que exhibe a la hora de reivindicar o justificar sus acciones. Me refiero claro está a los que lo dirigen, no a los que militan en la base, de los que no tengo porque dudar que creen firmemente que están obrando por principios más altos, en algunos casos divinos. La cuestión es que con sus acciones anulan toda esperanza de justicia, al frustrar el elemento primordial para que esos pasos se materialicen, como es la imperiosa necesidad de que todos entendamos que el único dios es el hombre, que es a él ante quien tenemos que rendir cuentas y con el que contar, y que por lo tanto no hay dios ni estado que pueda estar por encima de él, no en vano tanto los dioses como los estados no son sino instrumentos ideados y establecidos por el hombre; con el objeto de ordenar su vida en sociedad y su vida espiritual. Elementos que lógicamente han sido aprovechados por aquellos individuos más ambiciosos en su beneficio.
Dios es un asunto privado al que cada uno ha de dar respuesta en la medida de sus necesidades. Y el estado es un asunto público que no puede de ningún modo anular al hombre. Pero para que esto ocurra, debemos tener confianza los unos en los otros, porque la convivencia, cuando se basa en la mutua desconfianza, no es convivencia, sino una orgía legislativa que no hace sino profundizar en el desencuentro y la recíproca desconfianza.
Los hombres y pueblos han de hallar en ese hermanamiento real, que no es sino el sencillo reconocimiento de los derechos que por naturaleza le son inherentes a los demás, la fórmula con que desentrañar las claves de un ámbito de justicia y libertad en el que de verdad cojamos todos, y en el que todos participemos de la posibilidad de vivir en unas condiciones dignas. Ese convencimiento nos dará la fuerza que no tiene ni la bala ni el explosivo, la fuerza que da la firme voluntad de pacíficas mayorías que con el sólo hecho de caminar unidos aplastarán dogmatismos, fronteras, estados y dioses, en el nombre de la única realidad que en realidad no le es ajena, que la pueden sentir sin necesidad de ocupar el lugar de otro, porque está en ellos, su condición de hombres, y a través de esa diáfana conciencia la percepción de la de los demás, será un ejercicio tan sencillo que hasta un niño lo podrá entender.
Debemos, tenemos la imperiosa necesidad de decir no a todo dogmatismo, a toda voluntad autoritaria, por paternal que pueda parecernos, porque esencialmente y en esencia unos y otras son mentiras que no hacen sino atarnos a esta locura que hoy gira en manos de un puñado de locos armados hasta los dientes, y que nos tienen a todos como rehenes y a la vez como verdugos. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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