La rebeldía no es como a menudo se cree un acto
de rabia, de violencia o el último argumento de nuestra falta de argumentos,
sino algo más profundo y maravilloso. Es la potencialidad de todo lo que
somos en pos de la justicia y la libertad. |
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OCTUBRE 2005
REBELDIA, DIGNIDAD DE DIGNIDADES
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Siete
son las dignidades que nos adornan: singularidad, inviolabilidad, voluntad,
intelectualidad, corporalidad, espiritualidad y rebeldía, siendo esta última
la que colma de sentido a las otras seis, pues se puede ser singular, pero
de qué sirve si no se reivindica en todos y cada uno de los momentos y actos
de nuestra existencia. Se puede sentir como un derecho inalienable la
inviolabilidad, pero en qué se sustenta esa afirmación sino es en la
rebeldía. Se puede tener voluntad, pero ¿qué es la voluntad sin rebeldía?
Nada, un acto vacío de nosotros mismos. Se puede tener conciencia de nuestra
capacidad de tener conciencia de lo que somos y de lo que es todo cuanto nos
rodea, pero ¿qué es la conciencia sin voluntad? Sólo un esfuerzo vano. Se
puede sentir el empuje, la fuerza bruta de la carne expresándose en todos y
cada uno de nuestros actos, y también la leve pero profunda brisa del
espíritu modulando tal dispendio a favor de mayores cuotas de sensibilidad,
y como tal, llenándonos de infinitas y hermosas posibilidades, pero qué
sería de la carne y del espíritu sin rebeldía que no estuviese ya escrito en
la ambiciosa voluntad de otros. A tenor de lo expuesto con anterioridad se
podría afirmar que somos dignos en la medida que somos rebeldes.
Ser rebelde no significa que hayamos de situarnos siempre en actitudes de
contumaz resistencia, abierta controversia o frontal oposición ante los
actos y opiniones de los demás, sino que abarca un concepto mucho más amplio
y ambicioso, que busca alcanzar una sublimación instintiva de todas las
demás dignidades sustantivas que nos conforman y dotan de sentido, en pos de
la consecución de una idónea y constante expresión del yo que representamos,
del ser que somos y también del todo al que pertenecemos ante nosotros
mismos y ante los demás. Objetivo que por supuesto nada tiene que ver con
actitudes agresivas, sino por el contrario, de complicidad y cooperación en
aquellas iniciativas o empresas que ideadas o puestas en marcha por nosotros
mismos u otros, se distingan por su capacidad de dar respuesta no sólo a
nuestros problemas, insatisfacciones y carencias en todos los órdenes, sino
a las que padecen y azotan a la humanidad. No hemos de olvidar que no es la
inanición lo que mata a los hombres del tercer mundo, sino la inacción a que
le somete el espejismo de occidente. Ha de ser por ello su dignidad el
objeto a potenciar, pues sólo así serán de verdad capaces ante ellos mismos
y ante los demás. No en vano ese ha sido, la dignidad digo, el recurso vital
que le ha sido expoliado y por lo que ahora se mueren de hambre y
desesperanza.
Afirmaría sin dudarlo ni un instante que la rebeldía es un movimiento que
nace en la intimidad de lo individual para conformarse y alcanzar plenitud
en la pluralidad. Representa, por tanto, lo homogéneo en el acto de
convertirse en heterogéneo, pues como he dicho, nada somos a la sombra de
nuestras dignidades, pues no hay dignidad sin fraternidad, pues no hay
posibilidad de elaborar existencia si no es en comunión con los demás, tanto
para aquello en que estamos de acuerdo como para aquello en lo que
discrepamos abiertamente. Y si no hay existencia, nos quedamos solos frente
al existir, y éste no tiene por sí solo capacidad alguna de poner en acción
todos esos elementos que nos dignifican y dotan de sentido.
Pero qué duda cabe que al igual que ella es elemento esencial en el
desarrollo de las otras dignidades, lo son las otras en el desarrollo y
sentido de ella. Pues no puede haber rebeldía sin singularidad, no puede
haber rebeldía sin inviolabilidad, no puede haber rebeldía sin voluntad, no
puede haber rebeldía sin corporalidad ni aún sin espiritualidad. Y es que la
rebeldía no es como a menudo se cree un acto de rabia, de violencia o el
último argumento de nuestra falta de argumentos, sino que es como ya he
dicho, algo más profundo y maravilloso. Es la potencialidad de todo lo que
somos en pos de la justicia y la libertad, y a través de ellas de la
auténtica fraternidad.
La rebeldía no necesita otras armas que ésas que por naturaleza le son
inherentes e inalienables. Con ellas puede el rebelde iniciar una verdadera
revolución, la auténtica revolución, ésa que no va de fuera a dentro sino de
dentro a fuera, ésa que nace en uno, no para ser en los demás, sino para ser
con los demás uno en todo aquello que dignifique al ser humano, en todo
aquello que lo signifique y engrandezca lejos del mero materialismo, lejos
de la ambición y todas sus lacras.
Todas estas afirmaciones están cargadas de ingenuidad, pero qué es la
ingenuidad sino la rebeldía por excelencia, pues sólo el ingenuo atesora en
su interior espacios capaces de albergar la posibilidad de ser algo más que
aquello que marca la mera oportunidad. Y es que no se puede olvidar que la
oportunidad es la virtud remota que define a todo depredador, y de lo que se
trata es de huir de esa condición para situarnos en otra muy distinta y
superior, la posibilidad. No se trata de ser dioses, se trata de ser
hombres. No se trata de suplantar al universo, sino de adquirir conciencia
de él para que así tenga él conciencia de sí. ∆ |