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NOVIEMBRE 2005

Ventana Nacional
ESPAÑA, UNA, GRANDE Y LIBRE

ESPAÑA, UNA, GRANDE Y LIBRE

Otra concepción de este país, de España, no sólo es posible, sino imprescindible.
Y sólo se va a conseguir con diálogo y respeto.


Hay frases que después de dichas se convierten en pesadas losas, losas como la que en el Valle de los Caídos impide que los restos del Caudillo se reagrupen y se pongan en movimiento como si de una película mala de zombis se tratara.
Pero aunque los restos de los que no deseamos que vuelvan sigan su progresiva putrefacción, su herencia pervive a través de los tiempos, porque siempre hay mentes que se alimentan únicamente del pasado, ignorando que en el futuro está todo lo que necesita la especie humana, todo lo que significa evolución, todo lo que, además, es inevitable que llegue algún día.
Mantenerse aferrado a una frase, a una imagen, a un hecho, a unos valores, por mucho que todo ello haya significado en el pasado, es cerrar la puerta a toda posibilidad de evolución, porque la evolución, y así la historia lo demuestra, a veces nos conduce por caminos impensables, incluso aparentemente ilógicos, pero que siempre desembocan en espacios abiertos que contienen mucha información y mucha nueva experiencia para todos.
Así, todo lo que se dice y se escribe sobre el controvertido tema del Estatuto catalán, es un tremendo galimatías donde se encuentran y chocan las dos eternas corrientes de la vida, la del pasado y la del futuro.
Los que se aferran al pasado, a lo escrito, a lo legalmente establecido, deberían preguntarse si de verdad creen que un texto escrito, como puede ser la Constitución, debe convertirse en un arma arrojadiza, o en un muro inexpugnable para el progreso de la nación, o en un concepto inquebrantable a pesar de que todos, absolutamente todos los españoles, sabemos que nadie la cumple.
Eso sí, se convierte en algo sagrado cuando alguien pretende ir más allá, más bien se convierte en un freno al pensamiento libre, a la intención renovadora, al cambio posible.
Pero, si nada considerado "peligroso" asoma por el horizonte, entonces la Constitución es papel mojado, un panfleto lleno de derechos y deberes que, repito, todos, sobre todo los que más reivindican su defensa, se pasan por el forro.
Y tamaña hipocresía se acaba encontrando con la realidad inevitable de la evolución, con quien, consciente de la realidad, pasa de las amenazas por la necesidad de progreso, de cambios, de nuevos horizontes.
Así, España puede seguir siendo "una" si elevamos tal concepto y lo arrancamos de la mentalidad franquista que lo acuñó y lo utilizó para sus propios beneficios.
Porque la verdadera "unidad" no se basa en estar encadenados todos a un tópico, o a un concepto intocable, sino en caminar, cogidos de la mano, poniendo cada uno lo mejor de sí mismo para el bien de todos. Pero nunca, nunca, la unidad debe ser impuesta por la fuerza, sino que debe salir del corazón y de la comprensión mental del beneficio global que aporta dicha actitud.
Y algo similar sucede con la "grandeza", entendiendo como tal la consecuencia de los avances, de los logros, de toda una sociedad.
España nunca fue "grande" porque nunca estuvo unida. La realidad de las "dos Españas" fue y es algo más que un escollo, fue un serio impedimento para avanzar juntos y construir un gran país.
Respecto al concepto "libre", que emana de libertad, casi mejor ni hablamos. Si dicho concepto nació bajo el franquismo, no hay mucho más que decir. Pero, ahora, en plena democracia, muchos se agarran a la Constitución como paradigma de la libertad en este país. Como si un texto pudiera otorgar libertades. Y ése es un gran error, porque ahora mismo se está convirtiendo ya, repito, en arma arrojadiza contra quien pretende mayores libertades.
Rajoy dijo hace poco contra Zapatero que lo que había puesto en marcha era irreversible, y tenía más razón de la que se creía. So lo que lo que es irreversible es también inevitable, y Zapatero sólo es el catalizador de un grito general, de una necesidad vital de los españoles, de unos cambios profundos y definitivos que nos abran las puertas del siglo XXI y entierren definitivamente los fantasmas del pasado debajo de la misma losa del Valle de los Caídos.
Otra concepción de este país, de España, no sólo es posible, sino imprescindible. Y sólo se va a conseguir con diálogo y respeto, con comprensión y mentes abiertas. Y, sobre todo, mirando hacia un futuro que, inevitablemente, nos reclama.
No se trata de mantener, como sea, una "España una, grande y libre", se trata de construir una España auténtica, no falsa.
/ MC

   

   
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