Muros de diseño para frenar una avalancha que no va a
detenerse. Como mucho, servirán para construir una cárcel en torno al mundo
rico, que lo mismo vale para impedir entrar que para no dejar salir. |
|
NOVIEMBRE 2005
ADVERTIDOS ESTABAMOS
POR CAROLINA FERNANDEZ
E n Africa Subsahariana,
más de 60 millones de personas viven con el riesgo de contraer la enfermedad
del sueño, transmitida por la mosca tsé-tsé. La enfermedad ataca el sistema
nervioso central. Si no recibe ayuda médica, al cabo de un tiempo el
paciente entra en coma y muere. Hay un tratamiento, el melarsoprol, derivado
del arsénico descubierto hace más de cincuenta años. Es tan corrosivo que
disuelve las jeringuillas de plástico. Y tan agresivo que uno de cada 20
pacientes muere a causa de la medicación. A pesar de todo, y a falta de algo
mejor, sigue siendo el tratamiento más utilizado. Podría mejorarse, sin
ninguna duda, y también los métodos de diagnóstico sencillos y adaptados a
las condiciones de estos países, pero no se lleva a cabo porque hay algunas
enfermedades, que pese a causar millones de muertos, no son rentables para
las empresas farmacéuticas. No merece la pena investigar porque los
pacientes viven en países pobres y no pueden pagar lo que los laboratorios
piden por sus medicinas. Sin embargo, las grandes multinacionales sí
consideran rentable dedicar tiempo, esfuerzo y dinero a investigar remedios
para enfermedades minoritarias si se miden en cifras globales, pero cuyos
pacientes pagan gustosos el tratamiento. De modo que así son las cosas:
mientras los laboratorios investigan para lanzar al mercado una batería de
anticelulíticos para alisar los traseros de las mujeres del mundo rico, se
cierra la puerta a la investigación de otras enfermedades que, aunque son
masivas, se desarrollan en lugares donde se vive con menos de un dólar al
día.
Otra de estas enfermedades es el kala azar, un tipo de leishmaniasis. Sin
tratamiento resulta mortal. Es muy difícil saber cuántas personas mueren
anualmente debido a esta enfermedad porque los que la padecen viven en zonas
pobres y no van a hospitales, de modo que posiblemente muchos mueran sin
saber qué los mató. El tratamiento es complicado, porque los medicamentos
son muy antiguos, tóxicos, caros y poco prácticos para ser utilizados en
países pobres. Tuberculosis: principal causa de muerte en el tercer mundo.
Cada año ocho millones de personas la desarrollan y dos millones mueren.
Malaria: dos millones de muertes al año. ¿Y el sida? Mientras en los países
desarrollados se ha conseguido que deje de ser una condena a muerte para
convertirse en una enfermedad crónica, en los países pobres, de los seis
millones de personas que necesitan antirretrovirales, poco más del 7% tiene
acceso al tratamiento. Todos estos son datos de Médicos sin Fronteras, en un
esfuerzo por recordar al mundo desarrollado que hay otra realidad al otro
lado de la valla de alambre de espino.
Y esto es sólo una parte. Hay mucho más. Llevamos años desoyendo
advertencias. Sabemos que vivimos en un planeta desequilibrado, con un
puñado de ricos confinados en un área que llamamos Primer Mundo y muchísimos
millones de pobres repartidos por el resto del planeta. Los que vivimos en
el "lado bueno" de la valla somos muy conscientes de que llevamos décadas
explotando recursos naturales que no nos corresponden, instigando guerras
internas, manipulando gobiernos según la conveniencia de los intereses
occidentales. Cuando en el mundo desarrollado comienzan las campañas
antitabaco, las multinacionales miran hacia los países pobres y los enseñan
a fumar; hay que vender a costa de lo que sea. Pescamos en sus aguas.
Contaminamos sus mares. Nos llevamos la madera de sus bosques. Nos
aprovechamos de su necesidad para instalar nuestras empresas donde se
trabaja mucho y se paga poco.
Por éstas y otras muchas razones nadie debería sorprenderse ante la
televisión cuando nos muestra las imágenes de la marea humana que por
tierra, mar o aire intenta colarse en la parte rica del mundo. Nos ven como
la posibilidad de un futuro que en su lugar de origen no existe. Y cada vez
son más. Y cada vez los muros son más altos. Muros de diseño para frenar una
avalancha que no va a detenerse. Como mucho, servirán para construir una
cárcel en torno al mundo rico, que lo mismo vale para impedir entrar que
para no dejar salir. No es un problema local, que se vaya a solucionar en
Ceuta o en Melilla. Ni lo va a solucionar Marruecos, ni tampoco los expertos
de la UE.
Seguirán llegando a oleadas para reclamarnos su trozo del pastel.
Cuestión de justicia. ∆ |