Revista Fusión

 Subscripción RSS

FUSION también eres tú,  por eso nos interesan tus opiniones,  tus reflexiones y tu colaboración  para construir un  mundo mejor

Recibe nuestras noticias en tu correo

 


 

 

EL ARBOL DEL BUHO

 

 

Y volviste a estar sola. Y en tu soledad volviste a enfundarte en el viejo traje, el traje de patito feo con el que habías crecido, el traje que aquel hombre te había quitado y tirado a un rincón del armario de tu mente.

 

NOVIEMBRE 2005

buho.jpg (22462 bytes)
EL PATITO FEO
POR ELENA G. GOMEZ

Recuerdas con dolor que cuando eras pequeña tus hermanas se reían de ti, siempre decían que eras fea y débil, que siempre estabas llorando por todo y que eras el patito feo de la familia.
Tú las querías y no entendías por qué te hacían sufrir así. Llorabas mucho, tenían razón, pero llorabas porque no querías sentirte diferente, porque querías que te incluyeran en sus juegos, con sus amigos. Pero no fue así, y poco a poco fuiste construyendo un mundo de fantasía, un mundo ajeno a todo cuanto te rodeaba, un mundo como el de los cuentos que leías, y fue así como te convertiste en una princesa cautiva que esperaba que un día llegase un príncipe para salvarla.
Fuiste creciendo, ahogando tus sentimientos, porque expresar tus sentimientos era síntoma de debilidad, y tú no querías ser débil y que los demás se rieran de ti.
Creciste soñando, soñando con tu príncipe, soñando con tu libertad. Y tu sueño se hizo realidad y un día conociste a un hombre que miró dentro de ti y te hizo sentirte bella.
Y tu vida, hasta entonces triste y solitaria, se convirtió en un mundo lleno de color, de sonido, de olor. El te mostró lo que había dentro de ti. Te ayudó a volar de tu cárcel, te enseñó a confiar en ti, en tu fuerza, en tu intuición.
Te mostró lo que era una auténtica mujer, una mujer sin límites que podía hacer todo cuanto se propusiera, una mujer sensible que pudiese entrar dentro del corazón de los demás y hacerles vibrar, una mujer atrevida que enfrentase la vida como una aventura, una mujer soñadora.
Todo a su lado era sencillo. Todo a su lado era perfecto. Todo a su lado era mágico.
Pero un día el hombre se marchó y tu mundo se derrumbó.
No entendías nada. No entendías por qué se había tenido que marchar. Tú aún lo necesitabas, él decía que no, que ya te había enseñado cuanto necesitabas y que ahora tenías que ser tú la que crearas tu propia vida.
Y volviste a estar sola. Y en tu soledad volviste a enfundarte en el viejo traje, el traje de patito feo con el que habías crecido, el traje que aquel hombre te había quitado y tirado a un rincón del armario de tu mente.
Pero el traje ya no se ajustaba a ti como en el pasado. Habías crecido, habías probado nuevas cosas y éstas luchaban por salir una y otra vez del cajón donde las habías encerrado.
Así empezó el conflicto. Un conflicto entre lo que fuiste y lo que ya eras, entre el pasado y el futuro, entre lo viejo y lo nuevo. Y aunque lo intentabas, ya no podías esconderte, habías probado algo distinto, habías probado la libertad, la vida, la alegría y no podías volver a encerrarte. Pero ¿qué podías hacer?
Entonces recordaste que un día aquel hombre te había dicho que tenías que ser como una fuente, una fuente que hacía manar el agua de su interior para que quien tuviese sed pudiera beber. Las fuentes, te había dicho, no escogen a quien dan el agua, tampoco dejan de manar si alguien pasa a su lado y no bebe de sus aguas. Así tienes que ser tú, sentirte agua, sentirte fluida, sentirte infinita, luego, quien tenga sed acudirá a ti, y entonces sabrá apreciar el valor de tu agua. Y le parecerás el agua más maravillosa, limpia y sabrosa de toda la creación.
Entonces comprendiste, comprendiste que tenías que recordar todas las cosas que aquel hombre te había enseñado y que tenías que hacerlas tuyas, hacerlas verdad.
Así fue pasando el tiempo y sus palabras se hicieron realidad, y junto a ti, a tu lado, empezaron a surgir personas que se sentían patitos feos a las que tú empezaste a mostrar su auténtica realidad. Y cuanto más les enseñabas más aprendías y más sentías la presencia del hombre, de tu príncipe, del que te había sacado de tu prisión.
Entonces comprendiste que el hombre nunca se había marchado, que formaba parte de ti, de la misma forma que tú formabas parte de los demás. Que estabas en su mente y que su mente te había estado acompañando durante todos esos años.
Desde entonces nunca más te sentiste sola. Sabías que él estaba junto a ti en cada una de tus palabras, en cada uno de los pequeños y grandes instantes que formaban tu vida. Siempre había estado a tu lado y siempre lo estaría.
Esa había sido su última enseñanza. ∆

   

   
INDICE:   Editorial Nacional, Internacional, Entrevistas, Reportajes, Actualidad
SERVICIOS:   Suscríbete, Suscripción RSS
ESCRÍBENOS:   Publicidad, Contacta con nosotros
CONOCE FUSION:   Qué es FUSION, Han pasado por FUSION, Quince años de andadura

 
Revista Fusión.
I  Aviso Legal  I  Política de privacidad 
Última revisión: abril 07, 2011. 
FA