Se les llama ilegales, como si
fuesen un producto nocivo y perseguible de oficio. Se les comunica que
van a ser expulsados. Se les hacina en centros de acogida. Y cuando
mejor, se les extravía en alguna calle de una ciudad desconocida, con su
orden de expulsión en el bolsillo, como espada de Damocles... |
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NOVIEMBRE 2005
ECLIPSES Y ALAMBRADAS
POR JOSE ROMERO SEGUIN
L o majestuoso se
expresa sin márgenes en los enmarañados manglares de la vida, y pudiera
parecer que nos eclipsa y extravía, como al ave que migra la poderosa
tormenta. Y en verdad, y en un principio, nos aturde, pero no somos barro, y
en esa conciencia no tarda en erguirse pletórico el espíritu, permitiéndonos
intuir la grandeza de lo que ocurre.
-Entender es una suerte imposible, tal como lo dicta la suerte que dispone
el cosmos, que a todos, tomados uno a uno, nos está vedada-. Por eso, ese
profundo escalofrío de desasosiego bajo la piel aún adormilada. Por eso, ese
sabor a nada en la boca, de silenciosa belleza silenciada. Por eso, esa
plácida sensación de desnudez bajo las ropas, ciegas de novedades
cotidianas. Por eso, ese humilde desdén hacia la vacua vanidad que puebla
como cualquier otro día las calles de esta mañana eclipsada de fantasías.
Por eso, ese sabernos por una vez despiertos, o cuando menos, despiertos
testigos de los majestuosos sueños del universo. Por eso, ese sentirnos sin
misterio todo, en el misterio de la nada. Por eso, afirmar sin temor a
equívoco que esta mañana de eclipses, voló el alma en el alma de la mirada.
Curiosamente la Luna devora al Sol, y la leve pero penetrante sombra de ese
festín nos produce un hondo desasosiego de felicidad, al permitirnos
reconocernos como seres humanos. Pero si breve es el acto que nos eclipsa en
lo terrible y ensalza en lo divino, más breve es aún esa percepción, porque
al volver la mirada hacia la tierra, sientes que decae el espíritu como flor
marchita, que se impone la víscera como la ortiga en huerta abandonada, y
todo el encantamiento del firmamento, se convierte en ruda realidad. Digo
bien, se cae el alma y se levantan alambradas de espinos que, como las más
malditas de las redes capturan noche tras noche cientos de hombres y mujeres
eclipsados hasta más allá de la hermosa sombra de su piel, por esa bestia
terrible y despiadada que es el hambre.
El hambre que no nace de la falta de recursos de su tierra, ni de su
incapacidad para obtenerlos, sino que es producto de un plan perfectamente
diseñado, de una estrategia comercial que les niega el futuro en aras de un
bienestar elitista que se supone civilizado. Un hambre que no es hambre, que
es injusticia, holocausto, brutalidad innecesaria. Un hambre que no cura el
pan, sino la esperanza, eso hemos de devolverle, la esperanza, para que su
voluntad no mueva sus pies por las rutas del amargo exilio de la huida, sino
por los limpios senderos de su tierra. Para que nunca más tenga que
constituirse en rebaño y como rebaño lanzarse ciegos sobre los muros de
alambre.
El eclipse copa los telediarios, la Luna devora al Sol, el pequeño devora al
grande, pero esa realidad que soporta el universo, aquí en la tierra se
antoja imposible, porque una y otra vez es el grande quien se come al chico.
Porque su dolorosa victoria no les conduce sino a la esclavitud, al
abandono, al dolor de verse manejados como bestias aún en medio de las más
exquisitas de las formalidades democráticas.
Se les llama ilegales, como si fuesen un producto nocivo y perseguible de
oficio. Se les comunica que van a ser expulsados. Se les hacina en centros
de acogida. Y cuando mejor, se les extravía en alguna calle de una ciudad
desconocida, con su orden de expulsión en el bolsillo, como espada de
Damocles, a la hipócrita espera de la oportunidad tardía del nuevo gobierno
de turno. Así de sutiles son hoy los grilletes de estos esclavos atraídos
por la fuerza de una realidad construida en muchos casos a sus expensas.
La puerta a la esperanza no debiera estar nunca tapiada por una barrera de
alambre de espino.
Ningún hombre debiera ser menos que una frontera, porque el hombre es antes
que las fronteras.
Ningún hombre debiera morir por aspirar a más, porque de lo contrario todos
deberíamos estar muertos.
Ningún hombre debiera merecer menos atención que un eclipse, porque nada nos
eclipsa más que la insolidaridad de la que hacemos gala.
Ningún hombre debiera ser cazado como una bestia porque no es una bestia, no
en vano habita bajo su piel un estremecimiento muy superior a lo que
representa.
Si nosotros tenemos alma para titiritar de pasión frente a la belleza, ellos
también.
Hoy, no tenemos disculpa, hoy somos más que nunca conscientes de la
indiscutible condición y singularidad de todos y cada uno de los hombres que
habitan el planeta, y como lo sabemos, debemos actuar en conciencia y con
conciencia, sin apartar los ojos de sus ojos para así no poder olvidarlo.
Empezaba afirmando que lo majestuoso se expresa sin márgenes, y hoy por hoy,
tengo que decir que también lo miserable, sí, también lo miserable se
expande sin que nadie le ponga remedio y para vergüenza de todos. ∆ |