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CAPITULO XXXVII - UNA VISITA INESPERADA

 

..se trataba de un santoral de mujeres en donde todas, además, eran mártires.
-¿Las esclavas desnudas del Señor? -leyó don Jota.
-Es una orden falsa. Una orden de monjas que surgen y se ocultan como el Guadiana.

MARZO 2005

EL FOLLETON DE LA QUIJANA
 CAPITULO XXXVII - UNA VISITA INESPERADA
POR JOSE MANUEL VILABELLA // ILUSTRACIONES: NESTOR

.J. de Candelucus vio a don Fructuoso Carrasco Bustamante a través de la ventana y le pareció un anciano decrépito y vencido, un hombrecillo que esperaba con paciencia y a la sombra la llegada del vehículo que le llevase al más allá. "¡Dios mío, parece un espectro!", se dijo horrorizado. Sentado en un sillón de mimbre el antiguo dominico leía debajo de una parra y cuando la criada le bisbiseó al oído el nombre de la persona que le esperaba en el gabinete volvió la cabeza y clavó sus ojos en él. Y a don Jota, sin saber por qué, se le pusieron los pelos de punta. La criada regresó y le rogó con un gesto que le siguiese:
-Don Fructuoso le recibirá en el jardín -le dijo.
Los dos hombres se saludaron con una inclinación de cabeza y se analizaron con la mirada. Ambos sabían mucho de la persona que tenían delante y los dos conocían la posición y el papel que cada uno representaba en el concierto de la cristiandad. Don Fructuoso había sido una pieza importante y oscura en el otrora y don Jota trataba de evitar el acoso y derribo del hombre que se tambaleaba en la cúspide de la Iglesia.
-Su visita es un acontecimiento inesperado. Y sorprendente. Estoy retirado hace años y el mundo se ha olvidado de mí -dijo el viejo conspirador con algo de nostalgia- ¿Qué desea de mí el papa Benedicto si tiene la delicadeza de enviarme a su mejor amigo?
J. de Candelucus le observó y percibió la inteligencia en su mirada y la ironía en su sonrisa y ambos componentes le parecieron las viandas suculentas e idóneas para hacer un buen guiso y para sostener una entrevista fructífera.
-Soy, eminencia, un leal colaborador del papa de Roma y acudo a usted en busca de consejo y espero de su caridad que su buen sentido nos ilumine -dijo el cocinero con tono mesurado.
Y mirando directamente a los ojos de su anfitrión formuló la pregunta:
-¿Le supongo enterado de lo que ocurre en Roma?
-Sí, sí; es imposible no saberlo; incluso hasta aquí llegan los rumores, las habladurías y el eco de la escandalera. Me han dicho que han estado a punto de asesinar a Benedicto XVI. ¿Es exacta mi información?
-Lo es -contestó Candelucus- y por absurdo que parezca un fanático le clavó un cuchillo en el pecho, a dos dedos del corazón. Por fortuna como don Demetrio es fuerte y vigoroso se repone de la puñalada. Qué absurdo es todo esto. Parece una confabulación diabólica.
El anciano inquisidor asintió con la cabeza.
-Sí, es verdad, el pasado cuando regresa lo hace disfrazado con un traje inadecuado y tocado de un gorro ridículo. El pasado siempre es arrollador y se lo lleva todo por delante. Y a mí, que no me interesa el presente y he renunciado al futuro, sólo vivo oteando y escrudiñando los papeles, las gentes y los hechos del ayer. Hace muchos años fui un inquisidor, un inquisidor cruel, y algo entiendo de víctimas. Y su don Demetrio, que tiene el halo de los inocentes, cuenta también con el estigma de los mártires. Se le acusa de ser una papisa y la feligresía quiere que pague por ello. Y que sea inocente es, para el devenir de la historia, un hecho irrelevante.
Don Jota, al escuchar el discurso del antiguo inquisidor, intuyó que aquel hombrecillo que temblaba como una pavesa sabía mucho más de lo que aparentaba.
-Lo hemos intentado todo para que los romanos dejen de pedir la cabeza del papa. Benedicto ha dado doce vueltas a la Plaza de San Pedro sentado en la silla gestatoria, en cueros vivos y mostrando a la canalla sus vergüenzas. Y los miserables gritaban que el pene y los testículos de sus santidad eran falsos, de cartón o de madera. Aquello fue el horror y la muchedumbre enardecida estuvo a punto de lapidarlo al grito de ¡Abajo la papisa! ¡Muera doña Leonor!
Don Fructuoso Carrasco Bustamante, mientras escuchaba al cocinero del papa, no dejaba de bucear en sus recuerdos. ¿Quién estaría detrás de la confabulación y habría puesto en marcha la gran calumnia? Recordaba vagamente romanzas, chascarrillos y canciones en donde se mencionaba a la papisa y se hablaba de su belleza y su etérea figura. La existencia de doña Leonor se había forjado lentamente y era, ¿cómo expresarlo?, sí, algo así como una leyenda, pero una leyenda urbana, un mito hijo de la fantasía de los desocupados que ahora se materializaba en una realidad concreta que estaba a punto de destruir al papado del desdichado Benedicto XVI. ¿Sería una estratagema de los difuntos Severinos?, pensó un instante y rechazó la sospecha por absurda. ¿A quién beneficiaba el desaguisado? ¿Acaso a la curia y a la camarilla de don Fulgencio Benedetti? Analizó uno a uno el nombre de cómplices, personajes y comparsas de la gran matanza y, a pesar de los años, un escalofrío le hizo estremecerse. La imagen de las mujerucas aquellas le perseguía desde entonces y aquella felonía había cambiado su vida. Salió de Madrid cuando todavía humeaban las hogueras y nunca regresó a España y aunque había hecho de todo para ponerse en paz con su conciencia todavía no se había perdonado a sí mismo ni había conseguido asumir su inquietante pasado. ¿Estaría involucrado en aquel turbio asunto el largo brazo de Jesusita la Gallega? Sus espías le traían regularmente ejemplares del santoral apócrifo de las órdenes religiosas que surgían y desaparecían sin dejar rastro y que siempre imprimían un librito con las vidas de las mártires antes de ocultarse. Y en todas las ediciones aparecía su nombre y apellidos para recordarle al mundo su pasado de cruel inquisidor, de matarife.
-¿Y cómo soporta Benedicto XVI la cruel persecución? - susurró el dominico.
-Oh, muy bien, incluso con alegría. Su papado no tenía historia y el drama le da contenido. Jamás pontífice alguno ha sido tratado de forma más injusta. Don Demetrio ha recuperado fuerza y vigor y dice que luchar contra una idea absurda es tan excitante como hacer frente a los corsarios ingleses y tiene algo de batalla naval.
Candelucus no le dijo que el papa había encontrado la fe con la persecución injusta y le ocultó que todos le aconsejan que renuncie y se marche de Roma. La curia tomó la decisión de comunicárselo y lo hicieron de forma diplomática pero sin circunloquios: "La calumnia os ha alcanzado y no retrocederá jamás; podemos, si a su santidad le parece bien, simular un fallecimiento y encontrar una salida airosa. Y que sea el tiempo el que le ponga en su lugar".
El dominico, como si hubiese leído el pensamiento de don Jota, se aventuró a decir.
-Siempre queda la solución de la renuncia. Ha habido casos, como sin duda usted sabe.
-Sí, pero al papa no le gusta la solución. Benedicto no dimite, se lo impide su sentido del decoro. Don Demetrio ha sido un gran luchador y no admite la derrota. Y el papa se pregunta: ¿Quién puso en marcha el bulo e ideó la calumnia? ¿A quién sirve el autor de la infamia?
Don Fructuoso se levantó con dificultad de su butaquita y con la ayuda de dos bastones entró en un saloncito, se acercó a una librería, rebuscó un momento y tomó un libro diminuto y muy fino y se lo entregó a don Jota.
-En este librito encontrará información que puede serle útil. Yo tengo varios ejemplares y no me importa desprenderme de uno. El libro habla de mí; mal, naturalmente.
Candelucus lo hojeó y si algo le llamó la atención era que se trataba de un santoral de mujeres en donde todas, además, eran mártires.
-¿Las esclavas desnudas del Señor? -leyó don Jota.
-Es una orden falsa. Una orden de monjas que surgen y se ocultan como el Guadiana. "Las esclavas desnudas del señor". "Ayuda y bien morir"."Rezos y alabanzas de las santas mártires". Es siempre la misma orden: se establecen con un nombre falso, hacen una labor, a veces ejemplar, y de pronto se esfuman y antes de irse publican este falso santoral y dejan tras de sí un rastro de misterio e inquietud. Unos meses más tarde aparecen en otro lugar del mundo y con una denominación diferente y la historia vuelve a empezar. Su fundadora fue doña Jesusita la Gallega.
-¿La prostituta gallega que revolucionó el Vaticano en tiempos de Benedicto XV? -preguntó don Jota, sorprendido.
-La prostituta gallega que cambió la historia de su tiempo -contestó con pesadumbre el dominico- Fue la gran cortesana de la cristiandad.
Se quedaron en silencio unos minutos y, sin proponérselo, se estableció entre ambos una corriente de simpatía y confianza. Candelucus recuperó el equilibrio interno y don Fructuoso dejó a un lado sus sufrimientos y durante varias horas el antiguo inquisidor y el influyente cocinero juntaron sus cabezas, hicieron de su conversación un murmullo inaudible y revisaron la historia de los últimos ochenta años, se contaron sus cuitas e intercambiaron confidencias y secretos y cada uno le contó al otro los crímenes en los que había participado. Don Fructuoso le confesó a don Jota lo que jamás le había dicho al confesor y el cocinero del papa le dio la absolución y le aseguró que si el cielo existía y no era una patraña que se habían sacado de la faltriquera las gentes de cogulla, algún día él, el inquisidor arrepentido Fructuoso Carrasco Bustamante, el hombre que había llorado lágrimas de sangre por sus muchos pecados, estaría sentado con todos los honores a la diestra de Dios Padre.
Al separarse se dieron un abrazo fraternal y el dominico acompañó al cocinero hasta la puerta del coche que le esperaba y se despidieron con amistad y algo de melancolía porque ambos sabían que nunca volverían a encontrarse.
Don Jota examinó con atención el libro que le había regalado el dominico. Era una edición sin pie de imprenta ni licencia eclesiástica y estaba redactado en castellano. Candelucus lo hojeó y se topó con el nombre del dominico y el de Felipe IV. Una religiosa que decía llamarse doña Jesusa de Chantada lo había compuesto para que el mundo tuviese noticia de sus pecados y de su arrepentimiento y también para denunciar los abusos del poder, el exceso de la autoridad y los últimos reductos donde se camufla la dignidad de las víctimas. El libro relataba la vida, milagros, prendimiento, tortura y ejecución de las santas mártires doña Alonsita la Quijana, doña Merceditas de la Divina Providencia, doña Pascualilla de Valdeorras, doña Bilbaína del Sermón de las Siete Palabras, doña Sagrario de la Corona de Espinas, doña Bibianita del Buen Rencor... ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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