uan Peláez,
escritor, fotógrafo y periodista, no se cansa de manifestar que todo lo
útil que ha aprendido para la vida ha sido gracias al conocimiento de
los hombres y mujeres de los países en los que ha estado. A lo largo de
su trayectoria profesional ha recibido una veintena de premios
literarios y de fotografía. A día de hoy lleva publicados diecisiete
libros tanto en España como en el extranjero. "Los Cinco Evangelistas"
es su obra más reciente.
-En "Los Cinco Evangelistas" se plantea la montaña como
camino de iniciación personal. ¿En qué sentido? ¿Para qué?
-La montaña lo que hace es dirigirnos hacia nosotros mismos. Es como
descender hacia los interiores que cada uno de nosotros debe descubrir.
Nos ayuda simplemente a que recorramos un camino interior. Y cuando
estamos haciendo una escalada, subimos, pero a la vez, vamos hacia un
punto que todos tenemos en nuestro corazón, que es nuestro pequeño
diosecito personal al que cada religión le pone un nombre, unos lo
llaman Alá, otros Jesucristo.
-En la ascensión a una montaña, ¿qué papel juega la
preparación física y cuál la fortaleza mental?
-Cuando se empieza a escalar, -yo empecé a hacer montaña y a
escalar a los 12 años, ahora tengo 44- se busca la dificultad técnica de
la pared. A partir de un momento determinado uno deja la técnica y
empieza a hacer montaña como una especie de arte. Ahora en la montaña ya
no voy buscando la dificultad técnica, sino una cuestión estética. A mí
las montañas me tienen que atraer por alguna razón, bien por su forma,
bien por su entorno, o bien muchas veces por la gente que las rodea.
Hace poco decía que a lo largo de mi carrera profesional como periodista
y como corresponsal, los grandes descubrimientos que realmente he hecho
han sido la gente que está a mi alrededor, los territorios personales,
no los territorios físicos por los que he transitado.
"Cuando se empieza a escalar se busca
la dificultad técnica de la pared. A partir de un momento
uno deja la técnica y empieza a hacer montaña como una
especie de arte" |
-La experiencia vital de la montaña es mucho más amplia
entonces.
-Sí, queda el camino recorrido, las personas con las que has
estado. El compañero de cordada no es sólo una persona a la que tú te
atas con ese cordón umbilical que es la cuerda, para hacer una vía de
dificultad, sino que es una persona a la que te ligas emocionalmente,
igual que te ligas emocionalmente a un territorio o a las personas que
allí viven. Eso todos lo hemos comprobado. Llega un momento en que,
aunque tengas una gran preparación técnica, lo que te va a hacer salir
de una situación crítica es la fortaleza interior.
-Un guía experimentado y un escalador joven ¿qué valores
representan?
-En el libro he querido reflejar el contraste que me estoy
encontrando en el día a día. Imparto clases en distintas universidades,
tengo contacto con mucha gente y me encuentro con un contraste muy
fuerte. Por un lado estamos las personas que andamos por los cuarenta,
que hemos vivido de alguna forma la transición política en España y
hemos visto la montaña de otra manera. Por otro lado están algunas de
las nuevas generaciones de escaladores, que lo que persiguen es subir a
un lugar. Es como la teoría de mercado: lo que importa es obtener
beneficios; da igual el cómo y el con quién. Así es cómo estamos
formando a la gente y cómo luego se van a comportar en los distintos
campos de su vida.
-¿Escribir es una forma de viajar sin salir de casa?
-Un viaje no es otra cosa que atravesar un territorio. A lo
largo de los más de cincuenta y tres países que he tenido oportunidad de
visitar por cuestiones profesionales, siempre los territorios más
interesantes que he encontrado han sido hallados en el interior de las
personas que se han cruzado en mi camino. Ellos me han enseñado aspectos
de la realidad que sin su ayuda nunca hubiera descubierto. Para ese tipo
de singladura al interior de otro no es necesario desplazarse. Basta con
abrirse para dejar que nos vaya mostrando con confianza también sus
adentros. Y escribir no es sino atravesar territorios, viajar a lo que
uno lleva dentro, producto de la vida recorrida o recreada con la
imaginación.
-Cuando uno escala se coloca en un borde. Tiene que
aprender a valerse por sí mismo. ¿Crees necesario colocar a las personas
en el límite para conocerlas en profundidad?
-La escalada es un descenso con humildad hacia la cima de uno
mismo. Creo que no sería quien soy si la montaña no me hubiese ayudado.
En cierta medida como si perteneciera a una cultura animista, doy vida a
los montes que he recorrido, les otorgo en cierta forma un papel de
maestros. He tenido suerte, mucha suerte de haber comenzado a hacer
montaña. Sin esta manera de vivir, que es algo que va más allá de la
palabra simplona actividad, no estaría en el lugar de la existencia
donde ahora me encuentro.
La escalada que tantos placeres me ha dado, la montaña en general con
sus múltiples posibilidades de explorarla desde el aire con el
parapente, desde el interior de sus venas con el descenso de cañones,
por su piel con las marchas, nos pone a todos en un estado que nos lleva
de vez en cuando hasta nuestras propias fronteras. Una frontera es un
límite. Una decisión entre lo que fue y lo que será. Si damos un paso
cambiamos. Si nos quedamos cambiamos también pero en otro sentido. En
ellas no existe la posibilidad de dudar. En la naturaleza, que no es
otra cosa que la representación de las montañas que todos llevamos
dentro, nos enfrentamos con más rapidez que en otros momentos de la vida
a esas decisiones. Y justo en ellas es cuando más aprendemos de nosotros
mismos. Pero por extensión, quizá por simetría de lo que nos ocurre a
cada uno, son los lugares en los que podemos observar a los demás más
desnudos, sin las caretas. En las escaladas, en las tormentas, en las
ventiscas, en los cansancios profundos, nos enfrentamos de manera
objetiva o subjetivamente a lo que creemos que es la vida o su
contrario. En esos límites es donde más se aprende. En mi libro, "Los
cinco evangelistas" es lo que les ocurre a los protagonistas que escalan
el monte Trono. Permiten al compañero descubrirles en su verdad y se
descubren ellos también en la suya.
-"Los cinco evangelistas" ¿pretende ser un mazazo a la
prepotencia y al espíritu machista de esta sociedad?
-En la novela existe una crítica clara al neoliberalismo. A
estos fundamentalistas que nos intentan manipular a base de decirnos de
diferentes maneras que no existen otras alternativas posibles a la
dictadura del mercado. Recordemos que el mercado regulador y prepotente
cuando no se le controla se vuelve salvaje y es lo que está sucediendo.
Nadie parece acordarse que se están proponiendo otras alternativas
discutidas en otros foros diferentes a los de Davos. La tasa Tobin, la
renta básica de ciudadanía, la condonación de la deuda de los países más
pobres, las libertades sobre patentes de medicamentos básicos... existen
tantos ejemplos. Pero a los flujos financieros y a sus actores no les
interesa. Si escarbamos más sutilmente, el neoliberalismo o
alterliberalismos como ya lo denominan algunos pensadores, es un
concepto "macho" de la sociedad. En sus presupuestos no existe la
cooperación, el diálogo, la inclusión del ser humano en el centro del
sistema. Estos valores se encuentran tradicionalmente relacionados con
los aspectos femeninos. El neoliberalismo es fundamentalmente
paternalista. El problema es que se le está considerando una especie de
creencia cuasi/religiosa, no se puede criticar. Lo mejor para que algo
no se discuta es decir que viene de algún dios, a eso le denominan fe.
La fe que nos quieren imbuir es creer que el mercado con su mano
omnipotente va a regular y por tanto solucionar cualquier aspecto de la
sociedad. Ese concepto es muy paternalista, muy hombre. Una mujer
apostaría más por sumar fuerzas, por repartir, por comprender, por
expandir y dar oportunidades, por eliminar la competencia salvaje que
supone el principio maquiavélico de alcanzar el objetivo, los beneficios
a cualquier precio.
"A lo largo de mi carrera profesional
como periodista y como corresponsal, los grandes
descubrimientos que realmente he hecho han sido la gente que
está a mi alrededor, los territorios personales, no los
territorios físicos por los que he transitado" |
-¿Podría decirse que es una exaltación al principio
femenino de la creación?
-Yo soy un apasionado de tres cosas, escribir, la montaña y las
mujeres. No se malentienda este último término. Las mujeres han sido las
que más me han enseñado a ser hombre, es decir, a saber cuál era mi
papel en la vida. Sin ellas, yo, cualquier hombre acaba por llevar al
extremo su rol de macho sin que el aspecto femenino que todo llevamos
dentro se desarrolle. Así los grandes líderes con problemas de relación
con las mujeres se lanzan al poder, lo agarran y como están preparados
para ello el poder mismo les consume. Por eso acaban defendiendo
postulados indignos como las guerras recientes, el neoliberalismo
tacheriano o los celibatos a ultranza de determinadas religiones. Dice
un principio esotérico de la alquimia medieval, "no despiertes aquello
que no puedas dominar". El hombre solo, sin lo que la feminidad supone
de compensación se convierte en un autentico animal sin capacidades de
desarrollo emocional. La feminidad está vinculada desde siempre con la
cueva, lo oscuro, los animales, las fuerzas reproductoras de la
naturaleza, la capacidad de integrar. Cuando el hombre acepta que
también él tiene capacidades de este tipo que pueden desarrollarse por
medio de la empatía, del acercamiento a lo femenino que la mujer porta,
es sin duda el primer paso para entenderse a sí mismo y para entablar
una relación con su entorno mucho más respetuosa y creativa.
-¿Qué tiene que aprender el hombre de la mujer?
-Hace unos años asistí a una conferencia de un teólogo de la
liberación que se llama Leonardo Boff. Es uno de esos grandes pensadores
que daría igual que se encuadren dentro del catolicismo o de cualquier
otra corriente religiosa. Su mensaje es universal. Por eso quizá la
iglesia le tiene tanto recelo a sus discursos. Hablaba de un concepto
interesante, el cuidado. El cuidado por los demás, por todo cuanto nos
rodea y por supuesto hacia uno mismo. Es un lenguaje viejo. Cada cultura
lo ha expresado de una manera diferente pero que en el fondo está
relacionado con el amor. Es decir, cuando uno opta por cuidarse a sí
mismo, por respetar el propio cuerpo, por cuidar sus interiores, no
puede hacer otra cosa que expandir este hecho también a los demás porque
les respeta, vislumbra los cuerpos como verdaderos templos, los
corazones de los otros como joyas que descubrir y por supuesto animales,
plantas, montañas como algo que forma parte de la extensión que todo
humano es. Somos lo que pensamos, decía Buda. Si pensamos que
configuramos un todo con el todo no podemos dañarlo. Este concepto del
cuidado, ligado íntegramente a la capacidad de amarnos y amar es mucho
más mujer que hombre. Son toques más femeninos que propios de la
masculinidad. Esa reflexión que oí en palabras de Boff, no fue sino uno
de esos descubrimientos instantáneos de algo que ya sabía y que en ese
momentos supe quién me lo había enseñado, las mujeres que en sus
diferentes roles de madres, amigas, hermanas, amantes, seres humanos con
cualidades enriquecedoras diferentes y compañeras de cordada me han
acompañado en mi existencia. ∆