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JUNIO 2005

JUAN PELAEZ

Juan Peláez
Escritor

Escalando hacia uno mismo

Para este autor la aventura y la iniciación son dos aspectos que dan sentido a la vida. La conquista de la montaña de cada uno a través de los demás es lo que refleja su obra recientemente publicada, Los cinco evangelistas. Texto: Lupercio González / Fotos cedidas por Juan Peláez

Juan Peláez, escritor, fotógrafo y periodista, no se cansa de manifestar que todo lo útil que ha aprendido para la vida ha sido gracias al conocimiento de los hombres y mujeres de los países en los que ha estado. A lo largo de su trayectoria profesional ha recibido una veintena de premios literarios y de fotografía. A día de hoy lleva publicados diecisiete libros tanto en España como en el extranjero. "Los Cinco Evangelistas" es su obra más reciente.

-En "Los Cinco Evangelistas" se plantea la montaña como camino de iniciación personal. ¿En qué sentido? ¿Para qué?
-La montaña lo que hace es dirigirnos hacia nosotros mismos. Es como descender hacia los interiores que cada uno de nosotros debe descubrir. Nos ayuda simplemente a que recorramos un camino interior. Y cuando estamos haciendo una escalada, subimos, pero a la vez, vamos hacia un punto que todos tenemos en nuestro corazón, que es nuestro pequeño diosecito personal al que cada religión le pone un nombre, unos lo llaman Alá, otros Jesucristo.

-En la ascensión a una montaña, ¿qué papel juega la preparación física y cuál la fortaleza mental?
-Cuando se empieza a escalar, -yo empecé a hacer montaña y a escalar a los 12 años, ahora tengo 44- se busca la dificultad técnica de la pared. A partir de un momento determinado uno deja la técnica y empieza a hacer montaña como una especie de arte. Ahora en la montaña ya no voy buscando la dificultad técnica, sino una cuestión estética. A mí las montañas me tienen que atraer por alguna razón, bien por su forma, bien por su entorno, o bien muchas veces por la gente que las rodea. Hace poco decía que a lo largo de mi carrera profesional como periodista y como corresponsal, los grandes descubrimientos que realmente he hecho han sido la gente que está a mi alrededor, los territorios personales, no los territorios físicos por los que he transitado.

"Cuando se empieza a escalar se busca la dificultad técnica de la pared. A partir de un momento uno deja la técnica y empieza a hacer montaña como una especie de arte"

-La experiencia vital de la montaña es mucho más amplia entonces.
-Sí, queda el camino recorrido, las personas con las que has estado. El compañero de cordada no es sólo una persona a la que tú te atas con ese cordón umbilical que es la cuerda, para hacer una vía de dificultad, sino que es una persona a la que te ligas emocionalmente, igual que te ligas emocionalmente a un territorio o a las personas que allí viven. Eso todos lo hemos comprobado. Llega un momento en que, aunque tengas una gran preparación técnica, lo que te va a hacer salir de una situación crítica es la fortaleza interior.

-Un guía experimentado y un escalador joven ¿qué valores representan?
-En el libro he querido reflejar el contraste que me estoy encontrando en el día a día. Imparto clases en distintas universidades, tengo contacto con mucha gente y me encuentro con un contraste muy fuerte. Por un lado estamos las personas que andamos por los cuarenta, que hemos vivido de alguna forma la transición política en España y hemos visto la montaña de otra manera. Por otro lado están algunas de las nuevas generaciones de escaladores, que lo que persiguen es subir a un lugar. Es como la teoría de mercado: lo que importa es obtener beneficios; da igual el cómo y el con quién. Así es cómo estamos formando a la gente y cómo luego se van a comportar en los distintos campos de su vida.

-¿Escribir es una forma de viajar sin salir de casa?
-Un viaje no es otra cosa que atravesar un territorio. A lo largo de los más de cincuenta y tres países que he tenido oportunidad de visitar por cuestiones profesionales, siempre los territorios más interesantes que he encontrado han sido hallados en el interior de las personas que se han cruzado en mi camino. Ellos me han enseñado aspectos de la realidad que sin su ayuda nunca hubiera descubierto. Para ese tipo de singladura al interior de otro no es necesario desplazarse. Basta con abrirse para dejar que nos vaya mostrando con confianza también sus adentros. Y escribir no es sino atravesar territorios, viajar a lo que uno lleva dentro, producto de la vida recorrida o recreada con la imaginación.

LOS CINCO EVANGELISTAS

-Cuando uno escala se coloca en un borde. Tiene que aprender a valerse por sí mismo. ¿Crees necesario colocar a las personas en el límite para conocerlas en profundidad?
-La escalada es un descenso con humildad hacia la cima de uno mismo. Creo que no sería quien soy si la montaña no me hubiese ayudado. En cierta medida como si perteneciera a una cultura animista, doy vida a los montes que he recorrido, les otorgo en cierta forma un papel de maestros. He tenido suerte, mucha suerte de haber comenzado a hacer montaña. Sin esta manera de vivir, que es algo que va más allá de la palabra simplona actividad, no estaría en el lugar de la existencia donde ahora me encuentro.
La escalada que tantos placeres me ha dado, la montaña en general con sus múltiples posibilidades de explorarla desde el aire con el parapente, desde el interior de sus venas con el descenso de cañones, por su piel con las marchas, nos pone a todos en un estado que nos lleva de vez en cuando hasta nuestras propias fronteras. Una frontera es un límite. Una decisión entre lo que fue y lo que será. Si damos un paso cambiamos. Si nos quedamos cambiamos también pero en otro sentido. En ellas no existe la posibilidad de dudar. En la naturaleza, que no es otra cosa que la representación de las montañas que todos llevamos dentro, nos enfrentamos con más rapidez que en otros momentos de la vida a esas decisiones. Y justo en ellas es cuando más aprendemos de nosotros mismos. Pero por extensión, quizá por simetría de lo que nos ocurre a cada uno, son los lugares en los que podemos observar a los demás más desnudos, sin las caretas. En las escaladas, en las tormentas, en las ventiscas, en los cansancios profundos, nos enfrentamos de manera objetiva o subjetivamente a lo que creemos que es la vida o su contrario. En esos límites es donde más se aprende. En mi libro, "Los cinco evangelistas" es lo que les ocurre a los protagonistas que escalan el monte Trono. Permiten al compañero descubrirles en su verdad y se descubren ellos también en la suya.

-"Los cinco evangelistas" ¿pretende ser un mazazo a la prepotencia y al espíritu machista de esta sociedad?
-En la novela existe una crítica clara al neoliberalismo. A estos fundamentalistas que nos intentan manipular a base de decirnos de diferentes maneras que no existen otras alternativas posibles a la dictadura del mercado. Recordemos que el mercado regulador y prepotente cuando no se le controla se vuelve salvaje y es lo que está sucediendo. Nadie parece acordarse que se están proponiendo otras alternativas discutidas en otros foros diferentes a los de Davos. La tasa Tobin, la renta básica de ciudadanía, la condonación de la deuda de los países más pobres, las libertades sobre patentes de medicamentos básicos... existen tantos ejemplos. Pero a los flujos financieros y a sus actores no les interesa. Si escarbamos más sutilmente, el neoliberalismo o alterliberalismos como ya lo denominan algunos pensadores, es un concepto "macho" de la sociedad. En sus presupuestos no existe la cooperación, el diálogo, la inclusión del ser humano en el centro del sistema. Estos valores se encuentran tradicionalmente relacionados con los aspectos femeninos. El neoliberalismo es fundamentalmente paternalista. El problema es que se le está considerando una especie de creencia cuasi/religiosa, no se puede criticar. Lo mejor para que algo no se discuta es decir que viene de algún dios, a eso le denominan fe. La fe que nos quieren imbuir es creer que el mercado con su mano omnipotente va a regular y por tanto solucionar cualquier aspecto de la sociedad. Ese concepto es muy paternalista, muy hombre. Una mujer apostaría más por sumar fuerzas, por repartir, por comprender, por expandir y dar oportunidades, por eliminar la competencia salvaje que supone el principio maquiavélico de alcanzar el objetivo, los beneficios a cualquier precio.

"A lo largo de mi carrera profesional como periodista y como corresponsal, los grandes descubrimientos que realmente he hecho han sido la gente que está a mi alrededor, los territorios personales, no los territorios físicos por los que he transitado"

-¿Podría decirse que es una exaltación al principio femenino de la creación?
-Yo soy un apasionado de tres cosas, escribir, la montaña y las mujeres. No se malentienda este último término. Las mujeres han sido las que más me han enseñado a ser hombre, es decir, a saber cuál era mi papel en la vida. Sin ellas, yo, cualquier hombre acaba por llevar al extremo su rol de macho sin que el aspecto femenino que todo llevamos dentro se desarrolle. Así los grandes líderes con problemas de relación con las mujeres se lanzan al poder, lo agarran y como están preparados para ello el poder mismo les consume. Por eso acaban defendiendo postulados indignos como las guerras recientes, el neoliberalismo tacheriano o los celibatos a ultranza de determinadas religiones. Dice un principio esotérico de la alquimia medieval, "no despiertes aquello que no puedas dominar". El hombre solo, sin lo que la feminidad supone de compensación se convierte en un autentico animal sin capacidades de desarrollo emocional. La feminidad está vinculada desde siempre con la cueva, lo oscuro, los animales, las fuerzas reproductoras de la naturaleza, la capacidad de integrar. Cuando el hombre acepta que también él tiene capacidades de este tipo que pueden desarrollarse por medio de la empatía, del acercamiento a lo femenino que la mujer porta, es sin duda el primer paso para entenderse a sí mismo y para entablar una relación con su entorno mucho más respetuosa y creativa.

-¿Qué tiene que aprender el hombre de la mujer?
-Hace unos años asistí a una conferencia de un teólogo de la liberación que se llama Leonardo Boff. Es uno de esos grandes pensadores que daría igual que se encuadren dentro del catolicismo o de cualquier otra corriente religiosa. Su mensaje es universal. Por eso quizá la iglesia le tiene tanto recelo a sus discursos. Hablaba de un concepto interesante, el cuidado. El cuidado por los demás, por todo cuanto nos rodea y por supuesto hacia uno mismo. Es un lenguaje viejo. Cada cultura lo ha expresado de una manera diferente pero que en el fondo está relacionado con el amor. Es decir, cuando uno opta por cuidarse a sí mismo, por respetar el propio cuerpo, por cuidar sus interiores, no puede hacer otra cosa que expandir este hecho también a los demás porque les respeta, vislumbra los cuerpos como verdaderos templos, los corazones de los otros como joyas que descubrir y por supuesto animales, plantas, montañas como algo que forma parte de la extensión que todo humano es. Somos lo que pensamos, decía Buda. Si pensamos que configuramos un todo con el todo no podemos dañarlo. Este concepto del cuidado, ligado íntegramente a la capacidad de amarnos y amar es mucho más mujer que hombre. Son toques más femeninos que propios de la masculinidad. Esa reflexión que oí en palabras de Boff, no fue sino uno de esos descubrimientos instantáneos de algo que ya sabía y que en ese momentos supe quién me lo había enseñado, las mujeres que en sus diferentes roles de madres, amigas, hermanas, amantes, seres humanos con cualidades enriquecedoras diferentes y compañeras de cordada me han acompañado en mi existencia. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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