Hasta donde yo recuerdo, toda la iniciativa de
Aznar en el tema del "problema vasco" consistió precisamente en la ausencia
total de iniciativa, es decir, en adoptar una postura inamovible como su
bigote y no apearse de ella amaine o arrecie la tempestad. |
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JUNIO 2005
DIALOGO
POR CAROLINA FERNANDEZ
Q ué ha ido mal en la lucha
antiterrorista para que tengamos que cambiarla?", se pregunta el señor
Zaplana. Este Zaplana es un lince, se le nota a leguas. ¿Qué ha ido mal? Se
pregunta con candor. Los demás cambiaríamos el enunciado: ¿Y qué no ha ido
mal? ¿Es que hay algo que haya ido bien? Oyendo hablar a este buen hombre
diríase que el "problema vasco" -como lo llaman algunos que aún piensan que
lo vasco es por naturaleza problemático- se hubiese disuelto ya en algún
pliegue de la historia. ¿Es que ha cambiado algo, querido Zaplana? Bueno sí,
el Partido Popular ya no está en el gobierno. Pero aparte de ese cataclismo
cósmico de consecuencias catastróficas para la humanidad, no se ha movido
mucho el tema. Porque ¿qué ha cambiado con el "problema vasco"? ¿Acaso hemos
dado grandes pasos gracias a la estrategia del gobierno anterior? O mejor
¿es que el gobierno anterior tenía estrategia?
Estrategia. La palabra evoca grandes batallas. Juegos de inteligencia y de
previsión. Imprescindible la sagacidad para sorprender al contrario. ¿Cuánta
sagacidad había en la gestión de Aznar? Desbordante, evidentemente. Hasta
donde yo recuerdo, toda su iniciativa en el tema del "problema vasco"
consistió precisamente en la ausencia total de iniciativa, es decir, en
adoptar una postura inamovible como su bigote y no apearse de ella amaine o
arrecie la tempestad. Algo así como tender la mano desde Madrid y ponerse a
esperar a que todos los terroristas vascos se pongan en fila india para
besarle el anillo, cosa que no tiene trazas de suceder, al menos en un
futuro próximo.
Pero lo que la gente normal quiere es que se acaben los tiros. Piden que se
termine la sangre en las aceras y los coches reventados. ¿Y cuál es el
camino? De momento sabemos cuál no es, que ya es bastante. O sea, cuando el
gobierno central sencillamente no se hablaba ni con el gobierno vasco -no
digamos con ETA-, los más tarugos políticamente hablando sabíamos que no
íbamos bien. Lo aprendimos en el colegio: cuando había bronca entre dos
párvulos, la maestra llamaba a capítulo a ambas partes y las ponía a
negociar hasta que se zanjaba el tema. Por esa lección tan simple lo del
diálogo no suena tan mal como nos lo quieren pintar Zaplana y sus amigos.
Diálogo con ETA o con María santísima, pero diálogo. Las palabras crean
lazos, liman diferencias, encuentran puntos de contacto. Las palabras
utilizadas con inteligencia y con fuerza sirven para unir. El silencio
perpetúa las distancias, fosiliza los planteamientos y nos condena de por
vida a ser burbujas individuales, mundos separados.
Los tableros de ajedrez los inventaron para jugar. Sin riesgo no hay juego.
Sin juego no hay posibilidad de victoria. Hay que mover las piezas con
astucia para llegar a amenazar al rey contrario. Y más que eso, para
plantear el jaque mate hay que ser un punto más inteligente, o más rápido, o
más visionario que el otro. Desde luego lo que nunca se ha visto es que se
gane una partida desde la barrera, con todas las figuras alineadas en la
salida, colocaditas sin despeinarse, pulcras y correctamente posicionadas,
como Zaplana y compañía, gritando exabruptos y sin mover un dedo hasta que
el contrario venga a presentar la rendición por voluntad propia. Así
perdemos todos, pero por aburrimiento.
Por eso lo del diálogo suena, al menos, fresco. Diálogo es una palabra
terrible que nunca ha gustado a los dictadores ni a cualquier cretino que se
considere en posesión de la verdad. Diálogo es reflexión, pensamiento,
debate, democracia; diálogo es encuentro, relación, puente, conocimiento del
otro. Estimula las soluciones, propone horizontes. Diálogo suena a futuro,
evolución, ideas. La comunicación siempre lleva un poco más lejos de donde
estábamos. ¿Por qué les da tanto miedo? Pues posiblemente porque la política
de bocas cerradas ha sido siempre un arma sabiamente utilizada. Puestos a
decir, es cierto que si el terrorismo de ETA un día se terminase, el Partido
Popular perdería una de sus grandes bazas políticas, puesto que el conflicto
vasco es uno de sus más importantes argumentos para hacer oposición. Se
acabaría la cantinela machacona anti vasca y el miedo en el cuerpo, lo que
les dejaría un importante vacío en su programa de actos. Bueno, pues que se
renueven.
Menos mal que el resto se ha unido y prefiere hablar. Gracias y que tengan
suerte, señores. Que todos tengamos suerte. ∆ |