Revista Fusión

 Subscripción RSS

FUSION también eres tú,  por eso nos interesan tus opiniones,  tus reflexiones y tu colaboración  para construir un  mundo mejor

Recibe nuestras noticias en tu correo

 


 

 

EL ALEPH

 

La cuestión no estriba en que los homosexuales se casen o dejen de casarse, lo que de verdad irrita es que se rompa la norma, lo establecido, que se abran las ventanas de la tolerancia y todos y cada uno podamos expresar nuestras opiniones y creencias al margen del orden establecido.

JUNIO 2005

aleph.jpg (11914 bytes)
OBJECION DE CONCIENCIA
POR JOSE ROMERO SEGUIN

Si a los homosexuales se les hubiera visto desde siempre como lo que son, personas, jamás habríamos llegado a la indecencia de negarles derechos que son inherentes a su condición. No habríamos visto en la asunción de los mismos una grave excepción, una extravagancia pecaminosa, un atentado contra la moral cristiana. Pero como se nos han mostrado como monstruos de la naturaleza, cuando meros degenerados de la costumbre y la práctica de todos los vicios, pues ocurre lo que ocurre, que un día piden que se les permita contraer matrimonio, y en vez de agradecerle que se integren y de algún modo cedan ante tan ancestral rito, ponen el grito en el cielo, justamente los más interesados en que no hay sobre la faz de la tierra parejas sin bendición.
Jesucristo dijo, "amaos los unos a los otros como yo os he amado", sin condiciones ni excepciones, luego si un hombre ama a otro hombre o una mujer a otra mujer no están sino siguiendo el mandato divino. Por cierto, en un mundo más atento a los desafectos y desamores, que a su contrario.
Pero en el fondo eso qué importa. La cuestión no estriba en que se casen o dejen de casarse, lo que de verdad irrita es que se rompa la norma, lo establecido, que se abran las ventanas de la tolerancia y todos y cada uno podamos expresar nuestras opiniones y creencias al margen del orden establecido. Y los homosexuales son rehenes de ese orden, en él fueron catalogados como descatalogados, y su inclusión en el catálogo contradice el espíritu de la letra. Y la letra no es poco, no sólo conforma un nombre, sino que le da sentido a todo un ideario sobre el que se asienta el mayor proyecto de sumisión que haya conocido la historia. Pues eso son y eso representan las religiones, una continua intromisión en el derecho del individuo a ejercer en libertad su inexcusable responsabilidad de vivir conforme a sus capacidades, no convertidos en apéndices de una vida homogeneizada y manoseada hasta la náusea, de la que nutrirse en el consuelo y en el desconsuelo, a la espera de la promesa de otra vida que niega ésta en el absurdo más despiadado del que se tenga noticia. Pues qué clase de anfitrión es ése que te exige para sentarse a su mesa que no te hayas sentado a ninguna otra, con qué experiencia va a contrastar el manjar del nuevo conocimiento que tan generosamente te ofrece. Y además qué garantía existe de que no se pida que no vivas ésa, para ganar otra, y te conviertas al final en un corredor de vidas. No parece serio si nos tomamos a dios en serio, si no lo vemos como un ser encantado en hacer mangas y capirotes de lo creado.
Pero dejémonos de ingenuidades seufilosóficas. Aquí se dirime el control para copar cuotas de poder y con él todo lo que eso supone. Por eso esa resistencia ante el común acto de que dos personas que se quieren puedan contraer matrimonio, puedan sellar en un acto su compromiso, y disfrutar de los derechos que le son inherentes.
De todos modos, es en la figura de los alcaldes donde el acogerse a la objeción de conciencia para no casar parejas homosexuales rechina aún más, porque resulta curioso que le hagan ascos a lo que es de sentido común y de estricta justicia, y sin embargo no sientan el menor remordimiento en firmar la recalificación de un terreno con el único fin de hacer ricos a un amigo, familiar o sociedad interpuesta. Ocurre que el enriquecimiento, el nepotismo y la prevaricación, no son pecados, o son tan leves que los puede lavar la absolución de un párroco de turno a cambio de rezar un puñado de avemarías, y sin embargo, el casar a dos personas del mismo sexo supone una blasfemia insoportable y digna de excomulgación.
La ruptura del pensamiento único en la regla que defina la impronta de una fe es el peor pecado que se puede cometer, porque lejos de la moral, socava la mismísima esencia de la iglesia, y con ella todo el entramado institucional que la soporta.
La iglesia, cualquiera de ellas, necesita del dogma y el dogma se nutre de verdades absolutas e inamovibles. Sin dogma el pensamiento se la llevaría a dormir el sueño de las verdades absolutas desenmascaradas, y con ella toda esperanza de pastorear a los rebaños de fieles.
La fe mueve montañas. Yo digo que desmoviliza, que ata, que nos reduce, porque la fe revela una verdad para privarnos de la facultad de buscar verdades, para hacer de nosotros verdaderos autómatas que no se han de procurar de ser al estar ya definidos en el almanaque de sus creencias.
La normalidad no habita en aceptarlo todo, sino en aceptar aquello que sitúa a cada hombre en la esfera que lo dignifica y eleva a la categoría que le corresponde. Lo anormal es todo lo contrario, es decir, discriminarlo, expulsarlo de la realidad, expropiarlo de sus derechos, en una palabra negarlo como persona que es. ∆

   

   
INDICE:   Editorial Nacional, Internacional, Entrevistas, Reportajes, Actualidad
SERVICIOS:   Suscríbete, Suscripción RSS
ESCRÍBENOS:   Publicidad, Contacta con nosotros
CONOCE FUSION:   Qué es FUSION, Han pasado por FUSION, Quince años de andadura

 
Revista Fusión.
I  Aviso Legal  I  Política de privacidad 
Última revisión: abril 07, 2011. 
FA