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El precio de la vivienda no depende tanto del suelo o el coste de construcción (que también) sino del cálculo de la posibilidad de endeudamiento en una sociedad obsesionada con la compra de vivienda. Promotores y bancos deciden el precio a partir de lo que la gente puede llegar a pagar.

JULIO 2005

LA HORA
VIOLETA

JUGANDO AL TETRIS, ESE JUEGO DE ENCAJAR PIEZAS
POR ISABEL MENENDEZ

Tras la presentación de prototipos de pequeños pisos en una feria de la construcción, unas declaraciones de la Ministra de Vivienda, Mª Antonia Trujillo, levantaron vientos huracanados que todavía no se han apaciguado. Las voces más críticas aseguran que es indigno que la gente viva en tan reducido espacio y que ello niega la posibilidad de formar una familia. Alrededor de esta cuestión aparece siempre el fantasma de la compra en propiedad, opuesto a la opción del arrendamiento, mal visto y considerado una forma de "tirar el dinero". Así, se arguye que es legítimo desear "tener algo propio y para siempre".
El Gobernador del Banco de España, Jaime Caruana, asegura que los pisos están sobrevalorados en un 35% y que el nulo colchón de ahorro de las familias, ahogadas por el pago de las hipotecas, las pone en situación de alto riesgo. Un incremento de los tipos de interés, o una derrama en la Comunidad (por no mencionar otros imprevistos personales) impedirá hacer frente a las letras mensuales. La explicación la da Ignacio Paricio, Catedrático de Construcción en la Escuela de Arquitectura de Barcelona (El País, 17 de mayo): el precio de la vivienda no depende tanto del suelo o el coste de construcción (que también) sino del cálculo de la posibilidad de endeudamiento en una sociedad obsesionada con la compra de vivienda. Promotores y bancos deciden el precio a partir de lo que la gente puede llegar a pagar. Así las cosas, el esfuerzo se ha multiplicado, tanto en la cuantía como en el plazo de devolución (hace menos de una década era habitual solicitar hipotecas a 15 años. Actualmente lo normal es hacerlo a 30 años), lo que exige la disponibilidad de dos salarios. Es decir, sólo es posible comprar piso en pareja, dedicando más de la mitad de la renta disponible en las familias. Aquí radica el interés en la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo, un interés poco relacionado con la igualdad de oportunidades y mucho con la globalización capitalista que necesita disponer de esa mano de obra pero que no desea modificar el paradigma familiar tradicional. El modelo funciona como si la sociedad no hubiera cambiado (ya sabemos que nada es para siempre, aunque a veces dure toda la vida), con consecuencias en la longevidad de las uniones: ambos cónyuges quedarán unidos a perpetuidad, no por el contrato matrimonial o el afecto sino por la obligación de amortizar el préstamo, imposible de afrontar en caso de separación. Por lo mismo, el endeudamiento aniquila rebeliones individuales y colectivas, incluso ante la pérdida de derechos laborales duramente conquistados a lo largo de décadas de lucha obrera. La letra bancaria impide, de hecho, cualquier conato de rebeldía y contribuye, en síntesis, al mantenimiento del orden social neoliberal.
Comprar algo "para siempre", hoy exige endeudarse durante toda la vida laboral (se suele comprar piso en torno a los 30 años). Algunas hipotecas llegarán más allá de la jubilación e incluso se transmitirán a los hijos e hijas de quienes las firmaron. También anula la posibilidad de movimiento o cambio pues será imposible acceder a otra vivienda mejor. Este marco es el que explica el rechazo a los pequeños apartamentos, pensados para otros proyectos vitales (lo que no excluye la necesidad de fórmulas distintas para situaciones diferentes): jóvenes que empiezan a vivir en solitario, personas mayores solas, parejas recién constituidas que todavía no han decidido su futuro laboral o familiar... opciones perfectamente compatibles con el arrendamiento, iniciativa que, a pesar de su alto precio, sigue siendo muchísimo más barata que la compra. Y, sobre todo, más libre. Conozco a bastantes personas que viven en apartamentos de ese tamaño e incluso más pequeños. Aparte de que vivir en espacios reducidos exige dominar el arte de jugar al Tetris, sobre todo a la vuelta del supermercado, con más bolsas que armarios, jamás se me ocurriría asegurar que contiene ningún elemento de indignidad. La inmoralidad está en otra parte, entre letras de cambio y ladrillos vitalicios. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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