El maromo siempre ha de estar encendido. Debe
ser de cara a la galería un animal del sexo, constantemente dispuesto a
entrar en batalla, con el estandarte en alto. ¿No se cansarán? De ella se
espera que se resista lo justo, ni mucho ni poco. |
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JULIO 2005
ELLOS Y ELLAS
POR CAROLINA FERNANDEZ
A caban de darnos a conocer los
resultados de una encuesta de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción
en la que explican los roles masculinos y femeninos de los adolescentes a la
hora de tratar sobre sexo y relaciones sexuales. Como me han llamado la
atención, paso seguidamente a comentar los resultados de la muestra, pero
como es veranillo y me pilla con el teclado facilón, me propongo a mí misma
cambiar el tono de Boletín Oficial del Estado por otro un poco más teatrero,
que así las cifras se comprenden mejor y, al menos, le doy un poco de rienda
suelta a la neurona que tengo de guardia. El caso es explicar cómo ha
cambiado en ellas y ellos, jóvenes todos, la actitud con respecto al sexo.
La cosa, hoy por hoy, funciona así. Pongamos primero el escenario, para
ambientar. Digamos que el acto se desarrolla en algún lugar de esos que
llaman de ocio, puesto que es ahí donde dicen que tienen lugar la mayoría de
los contactos sexuales esporádicos. Vamos a poner la terraza de un pub.
Noche agradable, calor y música alta. Chica busca chico. Chica escanea el
perímetro con ojillos de ave rapaz. Rastrea con la vista un par de veces e
identifica los posibles objetivos. Lleva una copa en la mano y alguna más
entre pecho y espalda. Cuenta con el apoyo moral de las colegas, animándose
unas a otras con palmadas en la espalda y algún comentario un punto soez,
que no reproduzco. Chica va descartando posibilidades -aquel está
acompañado, el otro tiene un cerco de sudor en la camiseta, el del fondo
acaba de recordar que es homosexual- hasta que el objetivo se centra y la
mirada se clava en la posible carnaza de esta noche. Bien. Ella clava la
vista, tratando claramente de llamar la atención del joven, que, por
supuesto, se da cuenta de la maniobra, y juega con la mirada como queriendo
aparentar indiferencia, falsa, por supuesto, porque enseguida se nota que
entra en el juego. Ella decide acortar distancias. El la ve venir, y aunque
hace como que no se da cuenta, controla con precisión todos y cada uno de
sus movimientos. Ella es la que rompe el hielo e inicia una conversación.
Trivial, claro. El diálogo no es lo más importante. Ella se arrima. El ha de
mostrarse más pasivo, no puede ponerle la noche en bandeja. Ella inicia. El
espera. Ella propone. El recibe. Ella ataca. El decide. Un par de copas más
tarde los límites se difuminan. Hay un ritual de obligado cumplimiento en el
que ella debe desplegar todos sus encantos, cual pavo real en celo, para
ganarse la medalla. El, aunque toma la decisión en cuanto empieza el
cortejo, no debe acceder a la primera, mayormente para no parecer un putón
verbenero y no crearse fama de pelandrusco. Y así avanza poco a poco la
escena. Si esto fuese una peli y yo directora de cine, remataría con un
oscurecimiento progresivo del plano en el que se van entrelazando los dos
tortolitos, para dejarle el resto a la imaginación del espectador.
Pues así están las cosas.
¿No?
Vale, es mentira. Ya lo digo yo por delante. No hace falta que nadie me
monte una comisión de investigación, que yo misma ya confieso que he
tergiversado los hechos a mi conveniencia y he manipulado la realidad porque
era muy sosa y no me daba juego para el articulillo. Si alguien tiene
interés en saber la verdad, sea sobre este apunte veraniego, sea sobre el 11
M, que haga lo que todos sabemos que hay que hacer con estas cosas: leer al
revés. Así pues descansen sus señorías, que agotados deben de estar después
del esfuerzo de tantos meses comisionándose unos a otros, para al final
conseguir alcanzar un desacuerdo igual o mayor que el que tenían al
principio -mira que se pierde tiempo-. Yo, ya digo, prefiero confesar
directamente, porque tengo otras cosas que hacer.
El caso es que esta vez me aburría pensar que en realidad seguimos como en
las cavernas: el maromo siempre ha de estar encendido. Debe ser de cara a la
galería un animal del sexo, constantemente dispuesto a entrar en batalla,
con el estandarte en alto. ¿No se cansarán? De ella se espera que se resista
lo justo, ni mucho ni poco. Ellos tienen la obligación de no fallar,
entiéndase, no acertar en el centro de la diana. No se les perdona un error
de puntería o una flojera inoportuna. Ellas no deben pedir demasiado, no sea
que parezcan demasiado exigentes. Tienen la sartén por el mango, por mucho
que deban esforzarse en aparentar lo contrario. O sea, los tiempos cambian,
pero los roles permanecen como siempre. Sólo en algo hemos cambiado: dicen
que la virginidad ya no es lo que era. Alabado sea el Señor.
A este paso no sé si veré el día en que ellos reivindiquen el derecho a la
jaqueca y nosotras admitamos que también oímos la llamada de la selva.
Antes veremos a Rouco casar homosexuales.
La esperanza es lo último que se pierde. ∆ |