Las cosas no suceden por casualidad ni porque
sean un castigo del Señor, como algunos piensan, las cosas que ocurren
obedecen a leyes, leyes que tienen un origen y un fin, una causa y un
efecto. |
|
FEBRERO 2005
VIVIR
POR ELENA G. GOMEZ
A pesar de que estamos vivos no
podemos decir que sabemos vivir. No me refiero a tener un nivel de vida
adecuado sino a algo más profundo y que requiere despertar cualidades
internas, cualidades que están dormidas dentro de cada uno de nosotros.
Estoy segura de que en algún momento de la vida, sea por la razón que sea, a
todos nos surge la necesidad de dar un cambio. Por desgracia esa necesidad
casi siempre se desvía hacia algo externo, a cambiar de casa, de coche, de
compañías, cuando en realidad el auténtico cambio está dentro de uno mismo.
Pero cuando surge la necesidad, y además somos capaces de enfrentarnos a
ella sin desviar ni tapar lo auténtico, se abre un nuevo camino en la vida,
y lo primero que nos encontramos en él son dos palabras claves para aprender
a vivir: CONTROL Y CONSCIENCIA.
Estas palabras, que son una auténtica enciclopedia en sí mismas, nos abren
la puerta a una nueva dimensión, una dimensión que tiene que ver con la
profundidad.
Aprender a controlar no quiere decir reprimir, sino que significa primero
aprender para luego dominar y por último utilizar las propias energías. El
control lleva a la necesidad de pensar antes de actuar, escuchar antes de
hablar, pararse antes de hacer las cosas impulsivamente. A través del
control uno se va conociendo a sí mismo y aprende a buscar el origen de
todas las cosas. Y cuando uno busca el origen comprende que todo parte de
uno mismo y que poner como disculpa de nuestros actos al exterior es,
sencillamente, cobardía.
Y si la palabra CONTROL lleva hacia dentro de uno, la palabra CONSCIENCIA
nos introduce en el interior de todo cuanto nos rodea.
Aprender a ser consciente requiere, a su vez, vivir en un estado de
observación y serenidad, y desde ellos se descubre que la vida no es plana,
que todo cuanto nos rodea posee profundidad, y sólo aprendiendo a ver detrás
de los acontecimientos que forman parte de la vida se puede realmente
adquirir la visión que se necesita para entender lo que la vida pone ante
nosotros, porque la vida no es algo superficial, las cosas no suceden por
casualidad ni porque sean un castigo del Señor, como algunos piensan, las
cosas que ocurren obedecen a leyes, leyes que tienen un origen y un fin, una
causa y un efecto, y sólo si las conocemos podemos evitar o controlar las
consecuencias de lo que nosotros mismos creamos.
Sólo si nos preguntamos el porqué de las cosas, sólo si se tiene valor para
ir adentro, podremos encontrar las respuestas. Tal vez a esto se refería
Jesús cuando dijo que teníamos que volvernos como niños, porque sólo si
comprendemos que somos una civilización niña, podremos sentir que tenemos
mucho que cambiar, mucho que descubrir y mucho que aprender.
Y si además de niño te sientes un niño aventurero y valiente descubrirás que
en tu vida se abren constantemente puertas que te llevan a conocer y a
conocerte en otra dimensión. Una dimensión que está en constante movimiento
y transformación.
Una dimensión que existe en un espacio sin limitaciones, en un espacio
cambiante, en un espacio donde todo está en constante movimiento y en su
movimiento se manifiesta la magia, lo imprevisible, el desorden de lo
conocido que te lleva a utilizar constantemente la mente porque nunca nada
es igual.
Y en ese espacio sólo tienes que sentirte como un niño, un niño que confía
en su padre, un niño que sabe que no está solo, un niño que se deja llevar
por una corriente que le hace volar, que le hace participar de todo, que le
enseña a ser espectador y actor a la vez pero nunca el protagonista. Porque
si algo es incompatible con la vida en el nuevo espacio es el protagonismo,
el egocentrismo, la autosuficiencia. Y es que en este espacio no existe el
individuo, sólo existe el grupo, por eso la mente funciona y responde como
grupo, y en esa respuesta busca y crea lo que ayuda a evolucionar al
conjunto. ∆ |