
No tengo grandes esperanzas
en que esta vez algo cambie en los contenidos televisivos que, a mi juicio,
presentan problemas graves y no sólo en horario infantil. |
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ENERO 2005
LA
HORA
VIOLETA
LA VIDA ES UNA TOMBOLA
POR ISABEL MENENDEZ
H ay cosas que únicamente tienen
que ver con el paso del tiempo. Como que nuestras referencias se queden
obsoletas, por ejemplo. Mientras nuestras abuelas y abuelos intentan
comprender el funcionamiento del aparato de fax (¿seguro que este papel,
que sigue aquí conmigo, ha llegado a alguna parte, y además lejana?
¿Pero por dónde ha ido si el papel está aquí?); nuestros padres y madres
siguen peleándose con las instrucciones del aparato de vídeo (¿hija,
cómo se hacía para ponerlo a grabar sin estar en casa, que este domingo
hay partido?) y las más jóvenes esperamos encontrar la luz y comprender
a las y los programadores de televisión. Cuando yo era pequeña, las
niñas y niños de mi edad, los sábados por la mañana y también las tardes
a la vuelta del colegio (y de eso no hace tanto tiempo) reíamos con el
humor naif de los payasos de la tele, aprendíamos los números y las
normas elementales de gramática con "Barrio Sésamo" o "La Cometa
Blanca", participábamos en el concurso de Torrebruno de "Sabadabadá" o
soñábamos aventuras subiendo al desván. Más tarde llegó "El Diario de
Patricia", entre otros inventos geniales de la programación española, y
todo cambió. Para mal.
Tanto es así que antes de la llegada de Papá Noel, fue firmado un
acuerdo entre el Gobierno y las televisiones españolas para regular los
contenidos emitidos en horario infantil. En virtud del texto ratificado,
las cadenas de televisión se han comprometido a que los programas
emitidos entre las 5 y las 8 de la tarde, no ofrezcan contenidos no
recomendados para menores de 13 años, lo que demuestra la desaparición
de los programas infantiles de la parrilla. El acuerdo viene a terminar
con la polémica originada en el mes de septiembre, cuando el Defensor
del Menor, Enrique Múgica, había presentado su informe sobre el año
anterior, destacando una situación para él alarmante. Múgica había
explicado que era urgente intervenir en una programación televisiva que
amenazaba los resultados educativos de niñas y niños, al ofrecer
escenarios violentos y zafios, con "un lenguaje fácil y pobre al borde
del grito". El informe también recordaba la responsabilidad de padres y
madres respecto al consumo de televisión. Este aspecto es significativo
porque según un reciente estudio de la Confederación de Amas de Casa,
Consumidores y Usuarios, casi la mitad de las familias que habían
participado en el "Informe sobre hábitos de consumo de la televisión y
las nuevas tecnologías" había asegurado que no consideraba que la
televisión pudiera provocar ningún perjuicio a las criaturas. Mientras
tanto, la Asociación de Usuarios de la Comunicación recordaba que la
televisión española estaba incumpliendo la Directiva de Televisión sin
Fronteras respecto a la emisión de contenidos inadecuados para menores a
partir de las diez de la noche.
Pocas cosas hay más frágiles que la memoria. Apenas diez años atrás,
todas las cadenas de televisión españolas, sabedoras del papel relevante
que juega la televisión en la sociedad, había elaborado un Convenio de
Autorregulación respecto a sus contenidos de programación. En el texto,
firmado en Madrid en 1993, se asumía la conveniencia de formular líneas
maestras relativas a la protección de infancia y juventud, favorecedoras
de la tolerancia, la paz, la solidaridad y la democracia. En el apartado
tercero de su articulado se mencionaba, por ejemplo, la voluntad de
"evitar la difusión de mensajes o imágenes susceptibles de vulnerar de
forma gravemente perjudicial los valores de protección de la infancia y
la juventud" así como "la discriminación por cualquier motivo". Diez
años después, el informe del Defensor del Menor demostraba que las
intenciones eran papel mojado, así que no tengo grandes esperanzas en
que esta vez algo cambie en los contenidos televisivos que, a mi juicio,
presentan problemas graves y no sólo en horario infantil.
Cuando escribo estas líneas acabo de vislumbrar el último de los
desatinos. Recién llegada de un viaje, hasta he pensado que estaba bajo
los efectos del jet lag, a la vista del último mamarracho televisivo.
Varios caballeros, homosexuales militantes (sigo sin entender la
necesidad de convertir en relevante algo tan privado y respetable como
la opción sexual, sea del tipo que sea), "educaban" a un ejemplar de
macho ibérico en el arte de la cocina, el vestir, el cuidado personal y
la decoración. Todo ello para conseguir a la mujer de sus sueños, ante
la cámara, por supuesto. Los varones, gays o no, deberían sentirse
insultados por los estereotipos y el tono del experimento, siempre que
se lo permita la vergüenza ajena. A las mujeres no las incluyo. Una vez
más somos únicamente un objeto de seducción, a la busca y captura de un
anillo de boda, aunque ahora sea desde esas nuevas masculinidades que
vienen a vestir al mono de seda. ∆ |