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EL ARBOL DEL BUHO

 

  Me paré para mirar a aquella figura que se reflejaba ante el espejo y preguntarme realmente quién era. Te confieso que fue una experiencia dura pero muy enriquecedora, de esas que marcan un antes y un después en la vida.

 

ENERO 2005

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EL ESPEJO
POR ELENA G. GOMEZ

El otro día quedé con Isabel, mi amiga de toda la vida. Llevábamos varios meses que por unas u otras razones no habíamos podido estar juntas, y ambas nos echábamos de menos.
Nada más verla supe que algo había cambiado en ella. No era por su apariencia, pues estaba tan guapa como siempre, sino que había un algo distinto.
Después de comentarnos las últimas novedades y de reírnos de algunas cosas que nos habían pasado le pregunté qué le había sucedido, porque la notaba diferente. Así que ella, haciendo gala de esa sinceridad que nos había mantenido juntas tantos años empezó a contarme lo que le había ocurrido.
"Un día hace unos meses -dijo-, me detuve delante de un espejo que tengo en el pasillo de mi casa. No te podría decir la cantidad de ocasiones que paso delante de él y me miro. Miro cómo me sienta la ropa que llevo, la cara que tengo ese día y todas esas cosas que hacemos delante de un espejo, pero aunque me miro, realmente me miro sin ver. Por eso el otro día fue algo especial, distinto. Por primera vez me paré delante de él para verme, no para ver la ropa, ni tampoco mi cara, o si necesitaba ir a la peluquería. No, me paré para mirar a aquella figura que se reflejaba ante el espejo y preguntarme realmente quién era. Te confieso que fue una experiencia dura pero muy enriquecedora, de esas que marcan un antes y un después en la vida.
Recuerdo que al mirarme lo primero que descubrí es que era una mujer previsible. Que cualquiera podría decir cómo actuaría ante una circunstancia. Que todos esperaban de mí un comportamiento educado, responsable, correcto.
También vi que buscaba siempre no molestar a nadie, que era cobarde porque no me gustaban las situaciones conflictivas, y que prefería ceder yo primero antes que crear malestar e incomodidad.
Vi mi imagen, la imagen de una mujer correcta, política y socialmente correcta, una mujer de la que podían presumir todos: mi marido, mis padres, mis amigos, porque siempre estaba en el lugar que ellos esperaban. Era la mujer maravillosa que aguanta las estupideces de su marido. La mujer enfermera que siempre está dispuesta a no dormir cuidando al enfermo, la confidente, la paciente, y otras muchas que sería largo enumerar.
No, no me mires con esa cara que no exagero. Así es como me vi. Me vi una mujer creada por un patrón. Una mujer sin identidad propia, sin sello, sin color.
Y por primera vez en mi vida los pilares sobre los que me había forjado me parecieron mediocres y previsibles. Previsible. Esa palabra aparecía una y otra vez ante mí. Previsible, callada, silenciosa, y también una desconocida. Una desconocida para todo el mundo incluso para mí misma.
Así que decidí cambiar, construirme, partir de cero y surgir nueva, diferente. Y lo primero que me propuse fue empezar a expresar todo lo que sentía, todo lo que pensaba. Al principio no me tomaban en serio, es más, yo creo que ni siquiera me escuchaban, con lo cual me sentía aún más deprimida, luego comprendí que era lógico, que llevaba tanto tiempo sin opinar y que me había convertido en un fantasma, en alguien que está pero no está. De todas formas no me desanimé y continué diciendo todo lo que pensaba hasta que llegó un momento en el que empezaron a escucharme y a valorar lo que decía. Ello me dio fuerza y seguridad. Y cuanto más me expresaba más me conocía y algunas veces me sorprendía de las cosas que decía, cosas que no había pensado pero que estaban dentro de mí.
Luego empecé una batalla personal contra la rutina y lo establecido. En ello yo era mi peor enemiga porque constantemente me daba cuenta de que buscaba hacer las cosas como siempre, y con ello experimentar la aparente confianza que da lo conocido, sea o no válido. Empecé, por decirlo de alguna forma, a imaginar que había dos mujeres dentro de mí. Una era la que había vivido hasta ahora y ahora le tocaba el turno a otra que era prácticamente la opuesta. Si antes era previsible y sumisa, ahora tenía que convertirme en imprevisible y rebelde. Si antes asumía con resignación las cosas de la vida, ahora me planteaba qué cosas tenía que vivir y cuáles no tenía por qué aceptar. Si antes era cobarde y miedosa ahora me sentía valiente y decidida. Si antes era una mujer pasiva que esperaba a que otros dieran el paso por mí, ahora era una mujer con iniciativas que quería tomar sus propias decisiones.
Poco a poco, esta otra mujer fue tomando forma y poder dentro de mí hasta ser realmente yo. Así fue como comprendí que la auténtica mujer que vive dentro de cada mujer puede estar amordazada pero nunca está muerta, y que cuando despierta nada ni nadie la pueden parar."
Cuando terminó de hablar yo estaba profundamente impresionada con las palabras de mi amiga, una amiga a la que yo siempre había reconocido y valorado y que ahora se empezaba a ver como realmente era, un pozo sin fondo de posibilidades, de capacidad y de valores.
Estaba feliz, sí, muy feliz porque había nacido otra MUJER. ∆

   

   
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Última revisión: abril 07, 2011. 
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