En el pasado era frecuente que las mujeres se
vistieran de varones cuando deseaban o necesitaban libertad, desafiando con
ello a la ley, arriesgándose a sanciones que, como vemos, podían costarles
la vida. |
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DICIEMBRE 2005
LA
HORA
VIOLETA
ASUNTOS DE FALDAS
POR ISABEL MENENDEZ
Leo en
el periódico que están las espadas en alto entre los sastres papales. Al
parecer, el nuevo Papa ha decidido encargar sus blancas vestiduras a una
firma distinta a la que cosía para la Santa Sede desde hace siglos. Las
acusaciones no se han hecho esperar y, según la noticia, el nuevo sastre
se ha vanagloriado de ser el mejor, asegurando sin pizca de modestia que
los anteriores, los históricos, distaban mucho de conocer el oficio de
la aguja y el dedal. En definitiva, que las vanidades terrenales también
llegan a lo más alto del clero y su entorno pues a Ratzinger se le ha
visto con zapatos de lujo y gafas de sol de diseño. Vamos, que los
nuevos tiempos imponen papados a la moda también.
Una querría pensar que las mujeres ya no mueren a causa de la
vestimenta, especialmente cuando veo varias azafatas de Iberia vestidas
de traje pantalón de Adolfo Domínguez, diseñador que se ha encargado del
nuevo uniforme del personal de vuelo. Pienso si las cosas han empezado
por fin a cambiar y, recordando a Benedicto XVI con sus zapatos de Prada
y sus sotanas de diseño, me vienen a la cabeza esas mujeres ocultas tras
un burka de algodón azul y me lamento entonces de que pantalones,
pañuelos y otras vestiduras aún sean instrumentos de control, asumidos
tantas veces en nombre de la tradición.
Y es que con los pantalones hemos topado. La indumentaria femenina es,
en definitiva, un elemento de dominio y control en el espacio público.
Tanto es así que los propios uniformes de las trabajadoras provocan
choques ante lo que son, sin duda, actitudes sexistas. Habría que
preguntarse por qué las niñas de algunos colegios no pueden utilizar
pantalones y son obligadas a vestir uniforme faldero. La misma pregunta
habría que aplicarla a la sentencia que dio la razón a una empresa
pública que se negó a que sus azafatas pudieran optar por el pantalón,
obligación que las empleadas habían puesto en cuestión pues deseaban un
atuendo más cómodo y que, además, las exhibiera menos. Su petición
encubría, en realidad, una exigencia de libertad.
La respuesta a esas cuestiones tiene que ver con convenciones sexistas y
retrógradas, las mismas que llevaron a la De Arco a la hoguera. Así, en
el pasado era frecuente que las mujeres se vistieran de varones cuando
deseaban o necesitaban libertad, desafiando con ello a la ley,
arriesgándose a sanciones que, como vemos, podían costarles la vida.
Para quien le interese este tipo de comportamientos, recomiendo la
lectura del libro de Miguel Ángel Almodóvar, "Armas de varón", que
ofrece un compendio de biografías de mujeres que, vestidas de hombre, se
dedicaron a los más arriesgados oficios y destinos. Quien prefiera la
ficción, la misma circunstancia es el hilo argumental que hilvana Rosa
Montero en su última novela "Historia del rey transparente", cuya
protagonista ha de vestirse de varón, primero para salvar la vida y,
después, para elegir su propio proyecto vital.
Al hilo de esta información me viene a la memoria el comentario de una
de mis doctas maestras, quien recordaba que el máximo poder, masculino
por supuesto, era ejercido por varones vestidos de faldas (curas y
magistratura). Algo curioso, puesto que las faldas son prendas
reservadas en exclusiva para las mujeres (excepto en Escocia). Se trata
de una de las pocas cosas que, siendo del natural dominio femenino,
aparece en la vida de los varones únicamente en casos tan excepcionales
(y de tan alto rango) como los que cito. Ello es, además, un indicador
de que la ropa (y por extensión la moda) no es un asunto baladí. Todo lo
contrario. Se trata en suma, de uno de los elementos más fuertemente
politizados de la vida cotidiana, aunque lo adoptemos sin mucha
reflexión. En efecto, el uso de una u otra prenda, incluyendo
prohibiciones y obligaciones, acompaña la misma historia de la humanidad
y, si alguien cree que exagero, basta con recordar que Juana de Arco fue
condenada a muerte por el delito de vestirse de hombre, es decir, todo
lo contrario que los varones de altos poderes, quienes sí pueden
vestirse de mujeres. ∆ |