Ellos están también
prisioneros, prisioneros de una historia que un día les contaron,
prisioneros de su papel de fuertes, de dominadores, de poderosos, de
emisarios de "dios". |
|
DICIEMBRE 2005
LOS HIJOS DE EVA
POR ELENA G. GOMEZ
Estabas
sentado al final de la barra del bar. Escondido tras una jarra de cerveza
observabas cuanto te rodeaba. Estabas solo, te gustaba la soledad, hace
tiempo que habías aprendido a convivir con ella y se había convertido en tu
amiga, en tu confidente.
A pocos metros de ti se encontraban tres chicas jóvenes sentadas a una mesa.
Hasta ti llegaban sus risas y comentarios. Tú, con disimulo las miraste y
viste que eran muy jóvenes, demasiado jóvenes para la conversación que
estaban manteniendo. Ellas ironizaban y se burlaban de los chicos y de su
poca capacidad para hacer el amor, por decirlo de una forma delicada.
Pidieron otra ronda de cervezas y su conversación aumentó de volumen y de
intensidad. Ahora ya no sólo juzgaban a sus "chicos", ahora se metían con
todos los hombres insultándoles, llamándoles débiles, acojonados, niñatos, y
entre risa y risa, y jarra y jarra de cerveza se fijaron en ti y pronto te
convirtieron en la diana de sus estupideces.
Por un momento estuviste tentado de acercarte a la mesa y decirles que eran
unas niñatas estúpidas, pero eso era tanto como reconocer sus tonterías y su
ignorancia, así que pagaste y saliste del bar.
Te fuiste paseando tranquilamente, pensando en aquellas niñas, porque en
realidad eran eso, unas niñas, pensando cómo todo se estaba degradando, cómo
unas niñatas estaban pisoteando el esfuerzo de muchas mujeres, auténticas
mujeres que habían luchado contra una sociedad machista, una sociedad que
durante muchas generaciones las había despreciado, mujeres que habían dejado
claro que la mujer es digna sencillamente por ser mujer y que su capacidad
es muy superior a lo que ellas mismas creen.
Pensaste que lo que estaba empezando a ocurrir quizá fuese un fenómeno
inevitable, y que las hasta ahora esclavas pasasen a ser las dueñas, y los
dueños, los esclavos. Pero muy dentro de ti esperabas que no fuese así, y
confiabas en que la mujer supiera ver en el hombre lo que realmente es, un
ser que necesita de su apoyo para dar un salto a otra dimensión. Porque
sabías que en realidad ellos están también prisioneros, prisioneros de una
historia que un día les contaron, prisioneros de su papel de fuertes, de
dominadores, de poderosos, de emisarios de "dios".
Seguías caminando muy despacio y pensabas que quizás ahora más que nunca se
necesitaba que esas mujeres que antes habían luchado por la igualdad, ahora
lucharan por educar a la propia mujer, o por lo menos educar a sus
herederas, unas herederas que tienen la responsabilidad de no caer en el
mismo error de los hombres, de no creerse superiores, de no apartar sino de
enseñar, porque no dejaría de ser absurdo que ahora las mujeres pretendiesen
que los hombres fueran como ellas querían, porque eso significaría que
realmente ellas tampoco habrían salido de ese juego absurdo que mantiene
enfrentados al hombre y a la mujer, significaría que ellas tampoco son
capaces de ver que sólo juntos se puede construir un futuro distinto.
Futuro, un futuro que ya está escrito, un futuro en el que el hombre tendrá
que aprender a soñarse.
Y empezaste a soñar al hombre, y te imaginaste a un hombre fuerte que no
tiene la necesidad de competir con los demás hombres para demostrar que él
es el más fuerte. Que no necesita sentirse por encima de los demás, sino
junto a los demás. Que no desconfía de los otros, sino que camina con los
otros. Un hombre mentalmente fuerte. Un auténtico guerrero que deja sus
armas y que ya no lucha por poseer, por dominar, por controlar, sino por ser
un nuevo guerrero, un guerrero que desea conquistar otros espacios, los
espacios de su mente.
Y soñaste a un hombre capaz de decir lo que realmente piensa, capaz de
manifestar sus sentimientos, capaz de ser sensible. Un hombre que siempre se
siente niño, y que se siente confiado porque cree en su padre.
Un hombre que se siente responsable de su vida y respetuoso con la tierra.
Que se siente eternamente un alumno y que quiere y necesita aprender y
descubrir todos los secretos de la vida, de la existencia.
Un hombre sin fronteras, sin razas, sin separaciones, porque en realidad
sabe que es parte de un todo, de un universo, de un infinito.
Y cuanto más lo soñabas más difícil te resultaba separarlo de la mujer, tal
vez porque en el futuro, en ese futuro que se acerca, el hombre y la mujer,
la X y la Y, de esa cadena que llamamos genética, son uno.
Elevaste tu mirada y entre los edificios viste cómo una estrella fugaz
cruzaba el cielo. Y una vez más sentiste que en realidad todo forma parte de
un viaje, de un largo e infinito viaje que se llama evolución.
Llegaste a tu destino, abriste la puerta y desde el fondo oíste una voz que
te decía... ¡Buenas noches Adán...! ∆ |