No reines jamás, pues no hay
súbditos, es mentira, hay hombres, sólo eso, que como tú nacen y traen
al mundo hombres que al igual que tú son también hijos de legítimas
princesas. |
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DICIEMBRE 2005
LEONOR
POR JOSE ROMERO SEGUIN
Un
melancólico nombre para una España cuajada de ancestrales melancolías. Un
nombre que suena a poesía, es decir, a Machado, también a honor, es decir, a
olvido.
Leonor, naces a la promesa de mandato rancio en esencia, como lo es el de la
monarquía. Y es que no hay, Leonor, otro poder que aquel que emana de la
voluntad mayoritaria de los ciudadanos. Como no hay reino de otro mundo que
no sea mentira en éste.
Es la nuestra, una monarquía parlamentaria. Eso la legitima, le da sentido
en este mundo carente de él. Pero no deberían ser éstos tiempos de
privilegios, sino de derechos.
Hay reyes y nobleza, pero no hay pan para todos los hombres del mundo, y eso
ni a reyes ni a nobles escandaliza.
Tú naces, como hemos nacido todos, para un fin que es la vida. Pero para
vivir necesitas Ser, no que te hagan, pues si no eres sino lo que te hacen,
¿qué eres?
No reinarás jamás otro reino que aquel que delimita tu íntimo espacio vital
y tu vital compromiso social.
Te nacen para desempeñar un papel, pero no hay papel que pueda contener tu
futuro sin torcer tu singladura, sin violar tu singularidad,
No reines jamás, pues no hay súbditos, es mentira, hay hombres, sólo eso,
que como tú nacen y traen al mundo hombres que al igual que tú son también
hijos de legítimas princesas.
Los reyes magos, lo son, porque son una ilusión. Los de verdad son siempre
terribles, porque matan los sueños de igualdad, porque aniquilan toda
esperanza de fraternidad. Por ello no merecen serlo, nadie merece serlo,
pues nadie es merecedor de cargar con grave culpa.
Tú que aún no eres una mentira, tienes que sumarte a la magia de la vida,
desde el trono de todos tus días. Debes enamorarte de la vida sin más
protagonismo que el que te confiere tu indiscutible dignidad. Para
desorientarte de este rumbo, te llamarán alteza, te nombran majestad, pero
la soledad sabe tu nombre, no lo olvides, y los palacios son su casa, y tú
no quieres ser la perpetua invitada de tan terca anfitriona.
Tu palacio está en ti, en ti la grandeza, lo demás no es sino una mentira
que se propaga de boca en boca, como la baba del idiota, para nada que no
sea indolencia con ellos mismos.
Se te otorgan dignidades que mancillan tu dignidad. Se te discute en los
altos sitiales, como si no fueses sino la voluntad de todos ellos. Pero tu
sitio no está bajo ese cetro, tampoco sobre ese trono. Tu sitio está en ti,
pues sólo tú eres de verdad el cetro y el trono.
Naces vieja en añoranzas remotas, y en el remoto origen del poder que se te
confiere en herencia. Y es que se te ofrece lo que a nadie corresponde,
poder sobre los demás, y tú has de renunciar y proclamarlo inalienable.
Estás llamada a suceder a tu padre, pero qué sucede contigo, quién te sucede
a ti en el esencial sitial de tu íntima esencia. En tu singular existencia.
Nadie se merece pues, ese destino, y nadie debe por lo tanto aceptarlo,
porque no es el tuyo, sólo por eso, y porque te conviertes en la coartada
del poder para sus manos.
Leonor, cuídate, que te están invitando a ser para que no seas. Créeme, nada
nos diluye tanto como el tener poder sobre los demás. Nada tuerce más
nuestra voluntad que constituirnos en la voluntad de los demás.
Tú eres mujer, en un futuro madre. En tus manos estará parir hombres libres
y en plenitud de dignidades parejas a las de sus semejantes. No querrás que
tus hijos sean otra cosa que ellos mismos. ¿Qué otro reino se le puede
ofrecer que sea más gratificante que esa bendita oportunidad?
No nacemos para un cargo sino para ser, y nos encargamos de labores y
oficios, no para ser sino para estar, porque ser es una dignidad que te
confiere el saber conjugar el ser con el estar, sin dejar por ello de Ser.
Leonor, aún eres una niña, pero ya eres mujer, alumbra pues sueños de
fraternal hermandad. No te dejes deslumbrar por el brillo de los barrocos
retablos palaciegos. Sal a la calle y mira al cielo. Él, al contrario que
los palacios, está siempre abierto a todos los ojos, siempre dispuesto a
permitirnos perdernos en él.
Todos te saludan, no en vano, nada de lo que te rodea es, y por ello te
niegan cuando te nombran, en la medida en que no son. Y el pueblo negado de
condición sale a la calle a saludar tu llegada, porque en tu no ser, son
ellos los que no son.
No hay vasallos, hay idiotas, alguien se lo tiene que decir, y que mejor que
negándote a ser para ellos, para ser con ellos. ∆ |