Nawal ha padecido múltiples
procesos legales y políticos por expresar su pensamiento y, en la
actualidad, la han callado una vez más mediante el cierre de su asociación y
su revista. A esa mordaza de la libertad de expresión la llama "cárcel sin
barrotes" |
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AGOSTO 2005
LA
HORA
VIOLETA
LA LIBERTAD DE
EXPRESION Y LAS MUJERES
POR ISABEL MENENDEZ
D os mujeres despiertan la atención
de la prensa durante el inicio del periodo estival. Una escritora
(médica de formación) y una periodista. La primera, Nawal El Saadawi,
porque se ha presentado como candidata a la Presidencia de su país,
Egipto. La segunda, Judith Miller, porque ingresará en la cárcel por no
revelar sus fuentes de información. Ambas son representantes de la lucha
por la libertad de expresión.
El Saadawi, muchas veces denominada como la "Simone de Beauvoir árabe",
por su defensa de la igualdad de las mujeres, reconoce que sus
posibilidades de vencer en las elecciones del próximo septiembre son
casi nulas pero se presenta, asegura, para romper estereotipos y decirle
a su país (y al mundo) que las mujeres pueden llegar hasta ahí, a pesar
del montón de obstáculos con los que la sociedad sigue trufando la
autonomía femenina. La prolífica autora egipcia, que perdió un alto
puesto en la Sanidad pública de su país tras publicar su libro "Mujer y
sexo", no tiene pelos en la lengua y asegura que vivimos en un sistema
capitalista y patriarcal donde la democracia no existe porque depende
del dinero. Nawal ha padecido múltiples procesos legales y políticos por
expresar su pensamiento y, en la actualidad, la han callado una vez más
mediante el cierre de su asociación y su revista. A esa mordaza de la
libertad de expresión la llama "cárcel sin barrotes".
Por su parte, Miller entra en otra cárcel, esta sí de barrotes de
hierro, por acogerse al derecho constitucional que asiste a las y los
profesionales de la información a no revelar sus fuentes, garantía de
una prensa libre. La informadora del periódico "The New York Times" ha
sido detenida por haber realizado una investigación, que ni siquiera
llegó a publicar. Un diplomático (Joseph Wilson), a quien Estados Unidos
había enviado a investigar si Husein había comprado uranio en Níger,
había denunciado que el Gobierno había ocultado que no había pruebas
para seguir argumentando la ocupación de Iraq. Como venganza, alguien
reveló que este hombre estaba casado con una agente de la CIA, Valerie
Plame. El proceso judicial abierto intenta averiguar quien filtró el
nombre de esa agente y para ello han citado a declarar a la reportera.
Aunque hay campañas que intentan desprestigiar la carrera de Judith
Miller, asegurando que ingresa en la cárcel como campaña de lavado de
imagen tras muchos errores profesionales, lo cierto es que no ayuda en
nada a la libertad que se procese a profesionales de la información por
no revelar las fuentes a la que han prometido confidencialidad. Y es que
el derecho a comunicar libre y verazmente es garantía de democracia y
por ello la Constitución americana recoge el derecho a no revelar las
fuentes.
En España también la Constitución contempla el secreto profesional de
las y los periodistas pero no ha sido desarrollado por ninguna ley y la
última iniciativa, la del Estatuto del Periodista Profesional, ha sido
una vez más aparcada en el Senado. El asunto es delicado y no hay
acuerdo ni siquiera en la profesión, que suele chocar contra la
insalvable definición: quién es periodista. Así las cosas, la
Constitución española cumple años y las leyes siguen sin solucionar ese
problema.
De todas formas, no es la rapidez una de las características que definen
al poder legislativo. Hasta esta semana seguía vigente la obligación de
que las madres solteras, al inscribir a su criatura en el Registro
Civil, incluyeran el nombre del padre (a efectos de identificación)
aunque fuera inventándoselo. Ninguna reclamación, y las hubo de abogadas
y feministas, había logrado modificar esa vergüenza machista que negaba
legalmente a las mujeres lo que era una realidad incuestionable: la
maternidad en solitario. En una sociedad en la que ya ni siquiera es
necesaria la presencia del progenitor en el acto de la concepción (véase
la reproducción asistida mediante donación anónima) hasta hoy mismo, las
mujeres debían mentir o fabular ante el personal del Registro Civil.
Mientras a unas las callan, a otras las obligan a hablar de más. ∆ |