Llegará el día en que se comercialicen emisores
de ondas inyectables, imposibles de detectar, potenciadores de carácter para
los flojuchos y lo contrario para los temperamentales descontrolados. |
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AGOSTO 2005
DEPRESION PRE VACACIONAL
POR CAROLINA FERNANDEZ
L os americanos, que tienen el récord
estadístico de producción de noticias surrealistas, nos sorprenden en plena
siesta veraniega al autorizar el uso de implantes electrónicos para tratar
la depresión. El procedimiento es carísimo, aunque dicen que sumamente
sencillo. El aparatejo, tamaño reloj de muñeca, se instala bajo la clavícula
y desde ahí envía sus señales al cerebro. El individuo deprimido recibe la
onda y se supone que debería percibir una mejoría… Pero ese aspecto no está
demasiado claro. La gracia del tema es que no tiene una eficacia demostrada.
La otra gracia es que vale 10.000 euros, sin contar los gastos de quirófano,
que van aparte. Y en realidad, sólo el 15% de los que lo probaron notaron
algún efecto. La recomendación de los doctores es peculiar: no se pierde
nada con probar, ya que es una cirugía poco agresiva. "El paciente no habrá
corrido prácticamente ningún riesgo. Si no va bien, se paga el aparato, y
listo". Bonita filosofía. Y bonita industria desarrollada a su sombra.
Evidentemente se trata de un avance para deprimidos ricos, no tanto para
deprimidos pobres. Lo interesante del caso no es este chisme concreto, que
por lo que vemos no vale para mucho, sino que es la primera vez que se
admite abiertamente la posibilidad de utilizar medios electrónicos para
controlar aspectos de la conducta. Y cuando una puerta se abre, no se sabe
lo que puede entrar por ella, diría mi abuela. Para empezar, ya huelo a los
directivos de las empresas dedicadas al tema frotándose las manos: una
industria recién nacida, con unas posibilidades insospechadas de ampliar
mercado, y más en una sociedad como la nuestra, hedonista y vaga donde las
haya. Porque ¿quién quiere doblegar su carácter a base de voluntad, pudiendo
operárselo? Con lo fácil que es dejarse los michelines en el quirófano en
vez de en el gimnasio ¿por qué no pulir la personalidad de la misma manera,
con naturalidad, eligiendo los rasgos por catálogo de la misma manera que se
elige nariz nueva, mentón o un par de tetas para el verano? Si la
psicocirugía se dispara, podremos injertarnos microchips para solucionar
problemas graves en principio, no digo que no, pero luego seguramente le
encontraríamos aplicaciones más acordes con la vida cotidiana. Por ejemplo,
la depresión posvacacional, los ataques de hambre a medianoche, la úlcera
gastroduodenal al ver a Acebes en el telediario. ¿Que su señora tiene
irritabilidad crónica a la hora de la cena? Pues se le instala un corrector
que le envíe ondas al cerebro y la serene. Al marido con la mano ligera,
microchip por orden judicial y solucionado. Veremos cómo nuestro vecino,
manso funcionario, se transforma de la noche a la mañana en un ejecutivo
agresivo. Cualquier rasgo del carácter se podría suavizar o potenciar. A la
basura con los libros de autoayuda, y arriba la electrónica.
Con la investigación vendrá la evolución. En cuanto entren los japoneses en
el mercado, será el despegue. Si fabrican calculadoras de tamaños
inverosímiles, ¿qué no harán con esto? Llegará el día en que se
comercialicen emisores de ondas inyectables, imposibles de detectar,
potenciadores de carácter para los flojuchos y lo contrario para los
temperamentales descontrolados. Y qué decir de los chinos. Se pondrán en sus
megatalleres a fabricar microchips durante veinticinco horas al día.
Inundarán el mercado con imitaciones estupendas, más baratas, asequibles a
todas las economías. Se podrán comprar en los baratillos, al lado de las
barras de labios que embadurnan la boca como si bebieses chocolate espeso.
Será la revolución. Carácter adaptado a todos los bolsillos. Temperamento a
precio de ganga. Animo en rebajas. En seguida no hará falta operar. Uso
tópico, más sencillo. Se cuelga en el cinturón o se esconde en un bolsillo.
Mando a distancia opcional. Programable. Reconocimiento de voz. Manos
libres. Temporizador. Carcasas de colores. Discretos o con las Supernenas.
En fin, la bomba.
Habría aplicaciones desde luego muy interesantes. Por ejemplo, imagínense
que con el aprobado del carné de conducir fuese obligatorio incorporarse el
chip de la prudencia, coloquialmente conocido como el "anti-macho-ibérico-al-volante",
por ejemplo. Cuánto ahorraríamos en campañas de tráfico, y en sustos y
juramentos. Y cuando liguemos habrá que preguntar: ¿llevas o no llevas?,
entendiendo que ni nos referimos al sujetador ni a los preservativos, sino
al chip, porque es conveniente saber si nos estamos llevando al huerto a una
persona al natural, sin conservantes ni colorantes, que tenga todos los
bífidus activos y en su sitio, o a alguien convenientemente pasteurizado,
con sus impulsos desnatados y sus emociones bajo control electrónico. Porque
claro, no es lo mismo, al menos para los puristas, que serán cada vez más
escasos. No quepa duda de que en poco tiempo quedará raro preferir tener al
lado una persona sin aditivos -digamos asilvestrada- antes que un producto
de laboratorio con las reacciones controladas desde la clavícula. Pensándolo
bien, no es tan extraño. Ya hay quien se rige por otras partes del cuerpo,
más alejadas incluso del cerebro.
Seríamos sofisticados y perfectos. Encantadores personajes de portada de
revista, sin gestos agrios ni malos humos, sin altos ni bajos, sin
sobresaltos, como las llanuras de Valladolid. Perderíamos en naturalidad, en
esfuerzo, en lucha personal por mejorar. A hacer puñetas el aprendizaje y la
superación.
Desde luego sería más cómodo que empezar a preguntarse por qué demonios
vivimos en una sociedad tan decadente que hacen falta implantes electrónicos
para controlar la depresión de sus habitantes.
En fin. Necesito vacaciones. ∆ |