Ha sonado la hora de dar la
talla como pueblo comprometido, es decir, hemos de ser capaces de exigir
al nuevo gobierno de coalición a que lo haga a la luz de sus ideas y no
a la sombra de las carencias de los otros. |
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AGOSTO 2005
LA ESPERANZA SOMOS NOSOTROS
POR JOSE ROMERO SEGUIN
C uando despertó, el dinosaurio todavía
estaba allí." "Cuando despertó respiro aliviado: el dinosaurio ya no estaba
allí." Las palabras de A.Monterroso y P. Urbanyi dan la medida exacta de los
avatares políticos de esta comunidad antes y después de esta larga noche
electoral que precede a esa otra larga noche de gobierno del Partido
Popular. Porque no son sólo los modos y las formas que copan groseras el
espacio, todos los espacios, sino que está también esa funesta cronicidad
que devora sin piedad el tiempo, todos los tiempos.
No obstante, el error sería dormirnos de nuevo para despertar en otra
pesadilla, y tener de nuevo la indolente y cobarde tentación de volvernos a
dormir para volver a despertar otra vez a la incierta esperanza. Ahora se
impone mantenerse despiertos, porque no podemos perder de vista que hasta
ahora nuestro margen de maniobra ha estado reducido a la sencillez de ese
macabro juego de votantes que han de elegir sin distinguir aún con nitidez
entre diplodocus y tiranosaurios. Ni acertar a desentrañar la verdadera
naturaleza de la esperanza, de la que nos preguntamos si será vegetal,
mineral, espiritual o de débil carne. Y es por culpa de esa terrible duda,
que hoy nos miramos y nos sentimos mermados pero enteros, como se siente
todo aquel que tiene la certeza de que le han robado algo de lo que tal vez
aún no tiene conciencia.
Caído el más aventajado hijo del dictador, rota la sutil pero asfixiante
tela de araña del nepotismo y la corrupción tejida durante estos años a la
sombra del poder y de los poderosos caciques. Ya no hay excusa alguna para
seguir lamentándonos de una suerte que por terrible que fue, no nos es
ajena, que la hemos ido tejiendo con nuestras propias manos, porque nadie
nos obligó a conceder una tras otra las mayorías absolutas que se han ido
sucediendo y han ido rompiendo toda esperanza de cambio. Porque aquí no cabe
hablar de inocencia, ni de miedo, ni aún de ignorancia, sino de una
concepción de la democracia y de su principal instrumento de participación,
el voto, que nada tiene que ver con el bien común y sí mucho con el
beneficio particular. Aquí ha habido acomodación a una situación de
injusticia a la que, de algún modo todos nos hemos acostumbrado a sacarle
partido a través del partido en el gobierno, de tal modo que allí donde no
se ponían de acuerdo los partidos políticos, sí se ponían de acuerdo los
hombres y mujeres de esos partidos para colocar a sus hijos o colocarse
ellos, convirtiendo el gobierno de la comunidad en una auténtica comunidad
de bienes en la que lógicamente los más beneficiados eran los que detectaban
este autogobierno para una clase, la de los oportunistas.
Ahora, digo, ha sonado la hora de dar la talla como pueblo comprometido, es
decir, hemos de ser capaces de exigir al nuevo gobierno de coalición a que
lo haga a la luz de sus ideas y no a la sombra de las carencias de los
otros. Quienes han ganado han dicho por activa y por pasiva que ellos
representaban una Galicia joven y capaz de enfrentarse al futuro con
esperanza.
Yo sueño una Galicia con los pies en el suelo, que no hunde sus raíces en la
tierra buscando lo que por naturaleza le es dado, ni eleve los ojos al cielo
rogando lo que en justicia le pertenece. Sueño una Galicia dispuesta a
reconocerse en los rostros de sus gentes, los de todos, porque con todos hay
que contar y con todos se cuenta cuando se gobierna para todos, sin
discriminaciones, con justicia y equidad, y se hace de la libertad una
bandera que ondea allí donde la libertad es coartada. Yo sueño una Galicia
que lleve la independencia inscrita en el alma de todos y cada uno de sus
ciudadanos, no para desentendernos de los demás pueblos y hombres de España,
sino para poner las palabras y los actos que sean necesarios frente a los
abusos a que tiende el poder. Una Galicia donde los medios de comunicación
informen y no aleccionen, donde la pluralidad sea entendida como una
bendición y no como una maldición. Una Galicia preocupada por los problemas
reales de sus ciudadanos, sin listas de espera en sanidad, con centros de
enseñanza debidamente dotados, con un mercado de trabajo regulado y con
garantías, tanto para el empresario como para el trabajador. Una Galicia en
la que los jóvenes puedan encontrar trabajo e independizarse, teniendo
acceso para ello a vivienda a un precio razonable y unos salarios dignos y
acordes con su capacidad y esfuerzo. Una Galicia solidaria no sólo con el
resto de España sino con todos los hombres y pueblos del mundo. Una Galicia
abierta a los emigrantes. Una Galicia que mire sin lástima y sí con respeto
a los hombres de la mar. Una Galicia respetuosa, más allá de la curiosidad
etnográfica, con el medio rural, dotándolo de los medios técnicos y las
infraestructuras necesarias para que los hombres y mujeres que lo habitan
puedan plantearse un futuro de modernidad, y no de museo, para ellos y sus
familias. Una Galicia capaz de progresar y también de saber administrar sus
recursos. Pero no nos engañemos, a este sueño no se llega durmiéndonos en el
alborozo de la victoria, sino en la estricta vigilancia y la militancia del
día a día, porque todo gobierno tiende a ser en esencia un proyecto fallido,
y no podemos permitirlo. Ya hemos perdido demasiados trenes que nos han
obligado a coger otros en los que huir. Ha sonado la hora de quedarnos no
como espectadores sino como actores del momento histórico que nos pertenece,
porque no son los gobiernos los que cambian a los pueblos, son los pueblos
quienes cambian a los gobiernos. De nosotros depende pues que este nuevo
gobierno dé la medida de lo que somos, lejos de todos los tópicos y toda la
roña de cientos de años de historia pegados a una mezcla de servilismo
feudal y una incalificable pillería ancestral, nacida de esa absurda
filosofía del sálvese quien pueda, que nos garantiza a todos una terrible
destino como ciudadanos y como pueblo. ∆ |