Las
manos no se hacen preguntas inútiles. Ni pierden segundos. Ni se enredan en
disquisiciones. Las manos saben lo que tienen que hacer y lo hacen. Benditas
sean por eso.
|
|
ABRIL 2005
CARTA DE AMOR
POR CAROLINA FERNANDEZ
L a primera vez que te vi no se abrió
el cielo sobre nuestras cabezas, ni apareció un haz de luz, ni una voz que
desde las alturas nos avisara de lo que nos iba a suceder. Sin embargo, en
medio de la inexplicable calma a nuestro alrededor, se produjo un cataclismo
cósmico. Mi mundo se volvió completamente loco a partir de tu primera
sonrisa, y sé que el tuyo se desordenó también. Los planetas de nuestros
respectivos sistemas solares empezaron a orbitar siguiendo pautas caóticas,
regidas por una lógica que nos supera y por la que nos dejamos arrastrar con
sumo gusto. Y así sigue siendo desde entonces. Aunque hemos aprendido a
saborear el sosiego, las corrientes eléctricas que nos unen siguen
sobresaltándonos un día sí y otro también. Y tenemos que saciar nuestra
propia locura, para luego descansar, felices, notando en seguida alguna sed
nueva que calmar.
Qué se le va a hacer. Al destino le gustan estas cosas. Nos cruza los
caminos cualquier domingo por la mañana, y luego se sienta a mirar cómo dos
vidas comunes de repente se encienden. Brillan. Estallan como fuegos
artificiales. La pesadez de lo cotidiano se transforma en una aventura.
Fregar los platos a medias, por ejemplo, es ahora un ritual lleno de magia,
guiños, risa, ternura, sensualidad, caricias, alegría, profundidad, miradas,
besos, bromas, conversación, sensibilidad, afecto, pasión. Y todo junto
fundido en el mismo segundo de la existencia. ¿Cómo puede ser? Todavía no me
explico el milagro del amor.
No recuerdo la primera vez que te besé, así que no pude poner la consabida
cruz en el calendario. Y no lo sé porque no hubo un momento único. Ni sé si
fui yo o fuiste tú. Fue la circunstancia, el mundo, el universo, las
supernovas, los agujeros negros, los meteoritos impactando contra mi sentido
común. La piel llamaba a la piel como continuación lógica de una
conversación, siguiendo la inercia de las manos al ver una película a
medias, el mimo felino con el que aprovechábamos los últimos calores del
sofá a la hora de la siesta, qué sé yo, una comida compartida, un paseo, una
copa de vino. Las manos no se hacen preguntas inútiles. Ni pierden segundos.
Ni se enredan en disquisiciones. Las manos saben lo que tienen que hacer y
lo hacen. Benditas sean por eso. Nos ahorraron tiempo.
Me preguntaste si te quiero. Para responderte, niña mía, necesitaría varias
eras, porque un escueto sí de dos letras insulsas se queda corto. Es más, un
sí a secas sería un insulto al corazón. Tendría que explicarte cómo se me
llenan los pulmones al respirar el aire que se esconde en tu pelo, que
siempre huele a champú de manzanas. Y cómo se me emboba la mirada cuando
hablas, defendiendo tus causas, peleándote por el mundo, derrochando fuerza
en cada palabra, decisión en los gestos, orgullo en la mirada. Y yo te oigo,
y admiro la determinación, saboreo tu voz a la vez musical y poderosa, el
gesto decidido y delicado, la portentosa mezcla de rotundidad y calor. Me
estremeces en los momentos difíciles, cuando me sonríes a duras penas, con
generosidad infinita, a pesar de que por dentro estás recomponiendo algún
destrozo que te ha ocasionado la vida, o un paso mal dado, que es lo mismo.
Me guiñas un ojo, me enseñas tu dolor, y a medias buscamos la salida de
todos los túneles. Me sobrecoges, porque todo lo encaras con fuerza, siempre
con la cabeza alta, con la mirada desafiante y salvaje. Y yo aspiro a
acompañarte, sin más, para poder empaparme de lo que tú eres. Y te ofrezco
mis manos para que te apoyes si lo necesitas. Y te ofrezco mi cuerpo para
que te refugies después de las batallas. Y te ofrezco el corazón, para que
me lo descubras, y mis ojos, para que me los abras, y mi boca, para que me
hagas hablar cuando más me cuesta y me calles a besos cuando no haya más que
decir.
Que si te quiero, preguntas, con ojos soñolientos, enroscada a mi cintura.
Cielo, sólo aspiro a que la vida nos dé tiempo para que podamos bebérnoslo
juntas. ∆ |