
Durante nueve meses, y cuando
ya habían caído todas las ciudades, Toledo seguía resistiendo, con María al
frente. Sus propios hermanos y hermanas, que apoyaban al bando contrario,
intentaron convencerla para que desistiera de la lucha. En vano. María
Pacheco era, sin duda, una mujer de principios.
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SEPTIEMBRE 2004
LA
HORA VIOLETA
CENTELLA DE FUEGO
POR ISABEL MENENDEZ
En
el siglo XVI, las revueltas comuneras de Castilla fueron la respuesta a
la llegada de un rey que, para gran parte de la ciudadanía, no era más
que un extranjero ávido de dinero. Carlos I de España y V de Alemania,
tal y como se le mencionaba en los libros de texto de mi infancia, había
desembarcado en Tazones (Asturias) acompañado de su corte de nobles
flamencos y, junto a ellos, llegaron vientos de sublevación porque
muchos clérigos, nobles e hidalgos y gran parte de los gremios
artesanos, se oponían a los excesos, la rapiña y los abusos de poder de
los recién llegados. La rebelión comenzaría en 1520, cuando se forman
las Juntas de Comuneros en Ávila. Posteriormente, con el cariz de
revolución social que iba a adquirir la lucha, la aristocracia
abandonaría la causa. La mayoría de los textos que recogen este periodo
histórico, dicen: "Con ansias de poder, María Pacheco en abril de 1520
instigó a su pacífico marido a que uniera Toledo a las Comunidades".
Según algunos, "por querer mandar en lo que no le venía por herencia".
Una vez más, una mujer transitará por la historia con la culpa a
cuestas.
María Pacheco era hija del primer Marqués de Mondéjar, educada según el
modelo culto y tolerante del Renacimiento. Creció en el Albaicín, a
caballo entre las tradiciones moriscas y una exquisita educación
humanista. Desde muy joven hablaba el griego y el latín; también era
docta en matemáticas, geografía, historia y poesía. Los cronistas de la
época aseguran que era dueña de una conversación exquisita e
inteligente. Mujer de carácter, adoptó el apellido de su madre porque
tenía dos hermanas con su mismo nombre y negó la palabra a su propio
padre cuando éste firmó un convenio de matrimonio para ella, en una
época en la que era impensable que una mujer manifestara estar en
desacuerdo con los designios paternos. Dicen los historiadores que
aquella mujer, que disfrutaba de un "Doña" delante de su nombre, se
negaba a casarse con Juan de Padilla porque era de menor rango, un
toledano que carecía de un "Don". Sea cierto o no, no hay duda de que
aquella cultísima mujer tuvo que firmar la renuncia a su herencia
paterna, tal y como exigían las costumbres. Las mujeres, moneda de
cambio en la sociedad medieval, debían olvidarse de la fortuna de su
casa para que, a cambio, sus esposos pudieran recibir la dote
correspondiente. En el caso de María, una auténtica fortuna de la época.
No obstante, parece ser que la alianza funcionó bien y que el matrimonio
de conveniencia se tornó en matrimonio por amor rápidamente. Ella tenía
quince años.
Los esposos vivían en Toledo, donde Juan era Capitán de gentes de armas,
cuando comenzaron las revueltas comuneras. Era una época difícil porque
no sólo había problemas políticos, también los había religiosos, por la
Reforma que Lutero había emprendido en Alemania, y económicos, por causa
de diversas crisis agrícolas y de las epidemias de peste. Juan de
Padilla se sumará al movimiento comunero y será nombrado jefe de las
tropas. Entre sus estrategias, buscará el apoyo de la madre del rey,
Juana la Loca. Meses después será derrotado y decapitado.
Es entonces cuando aparece en la historia su esposa, María Pacheco, que
durante la ausencia del marido había gobernado Toledo. Enlutada y rota
de dolor por la pérdida del amado, abrazará la causa que había sido suya
con valentía y arrojo: nombró capitanes para las tropas, llevó la
artillería a la ciudad, implantó contribuciones y exigió financiación a
clérigos y nobles. Durante nueve meses, y cuando ya habían caído todas
las ciudades, Toledo seguía resistiendo, con María al frente. Sus
propios hermanos y hermanas, que apoyaban al bando contrario, intentaron
convencerla para que desistiera de la lucha. En vano. María Pacheco era,
sin duda, una mujer de principios y no fue hasta que Toledo estuvo
sitiada sin remedio que aceptó escapar al exilio. Confió a su único hijo
al cuidado de un tío paterno. El pequeño tenía siete años de edad cuando
murió de peste y su madre, que no había vuelto a reencontrarse con él,
nunca se recuperó de la pérdida. Tras varios años de enfermedad, María
murió en Oporto, pobre y olvidada por su familia, condenada a muerte en
rebeldía y sin lograr la amnistía del rey quien se negó, incluso, a que
volvieran sus restos para ser enterrados junto a los de su marido.
Apenas tenía treinta y cinco años.
Quienes la conocieron y admiraron la llamaron "Centella de fuego",
"Leona de Castilla" o "Brava hembra". Sin embargo, sobre ella se ha
dicho que "era más propensa a los excesos que a la moderación" y que era
ambiciosa y mandona; que impulsó a su marido a la revuelta y que todo
ello tenía que ver con la influencia de sus criadas moriscas e, incluso,
de algún demonio familiar. Fue denostada durante siglos. Una obra de
teatro que la recordaba a ella y a los comuneros "Doña María Pacheco.
Mujer de Padilla", todavía sería prohibida en 1801.
Un libro de Toti Martínez de Lezea propone una mirada más justa. La
autora vasca ha escrito en "La comunera. María Pacheco, una mujer
rebelde" una historia novelada de la mujer que creyó en unos ideales que
le costaron la pérdida de todo lo que amaba y de todo lo que poseía. La
líder comunera de la que hablan las crónicas del siglo XVI, como tantas
otras mujeres, no ha pasado a la historia ni ha recibido homenajes,
excepto el de su enamorado esposo, quien le escribió bellas palabras
mientras esperaba la muerte: "Mi ánima, pues ya otra cosa no tengo, dejo
en vuestras manos; vos, señora, haced con ella como con la cosa que más
os quiso". ∆
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