| |
|
SEPTIEMBRE 2004
LOS TIEMPOS ANUNCIADOS
D icen los antiguos escritos que
llegará un tiempo en el que el mundo se convertirá en un lugar imposible
para vivir. Dicen que el terror, la muerte, el hambre, la enfermedad,
tomarán la tierra y a sus habitantes, porque estos no habrán sabido
administrar sus riquezas ni convivir en paz en un espacio que les fue
prestado para que experimentaran y evolucionaran.
Dicen los antiguos escritos que en ese tiempo sólo un número reducido de
seres humanos vivirán en paz y armonía en medio del caos y de la
destrucción. Y será así porque no se habrán apartado de las enseñanzas
vertidas a través del tiempo por los enviados del Uno, del Creador, de la
Mente que dirige los destinos del planeta y de la humanidad.
Y este reducido número de seres humanos se distinguirán de los demás porque
sus mentes estarán claras sobre las razones de los acontecimientos, porque
conocerán el porqué y el para qué de tanta destrucción, de tanto dolor,
porque en sus miradas brillará la chispa de la sabiduría y en sus rostros se
dibujará la sonrisa de quien vive la alegría de saberse en el camino
señalado.
No pertenecerán a ninguna religión en concreto, porque asistirán al
derrumbamiento de las religiones. Tampoco serán de ninguna creencia
específica, ideología, raza o filosofía de vida. Serán simplemente seres
humanos que hayan nacido a una conciencia cósmica, que hayan comprendido el
propósito del Uno, del Creador, que vivirán la unidad entre ellos y con la
Madre Tierra como exponente del Amor que un día el Hijo dejó como enseñanza
a toda la humanidad pero que muy pocos aprovecharon.
Serán el principio de una nueva raza cósmica que surgirá del parto doloroso
de la Madre Tierra, una raza que recuperará la conexión con otras razas que
desde el principio de los tiempos velaron por el desarrollo y progresión de
esta humanidad.
Y el tiempo anunciado por los antiguos escritos está en marcha. El caos y la
destrucción avanzan cada día entre el aparente vivir despreocupado de los
hombres. La inconsciencia de la mayoría contrasta con la voz de alarma de
los pocos que ven cómo el planeta entero está a punto de experimentar la
mayor convulsión de su historia. Los contrastes entre los habitantes del
planeta, su calidad de vida, son cada día más pronunciados. Una mecha se ha
encendido y avanza firme y decidida hacia la explosión definitiva.
El caos ha abierto las puertas de su ley, de su justicia, y con ello ha
marcado el tiempo de los tiempos, la hora del examen para todos, porque
nadie existe ya que no sepa lo que debe hacer, que no conozca la diferencia
entre el bien y el mal, entre el amor y el egoísmo, entre el sendero hacia
la vida y el camino hacia la muerte.
Muchos se creerán, en los tiempos señalados, que están exentos de vivir
pruebas, que sus creencias les salvarán, pero nadie, absolutamente nadie, se
librará de ser probado, porque el futuro que está soñado por el Uno, para
quienes sigan su sendero, es inimaginable, pero hay que ganarlo, hay que
merecerlo.
Y dicen los antiguos escritos que sólo los que "mueran" a sí mismos podrán
renacer de nuevo y participar del futuro. Pero no se trata de una muerte
física, sino de un "morir" al apego, al egoísmo, a la limitación, a la
envidia, al miedo, al rencor, al odio, al fanatismo... a todo aquello que no
tiene nada que ver con la pureza interna de cada criatura, porque todos los
hombres y mujeres de este planeta, de esta humanidad, son Hijos del Uno, del
Poder y también de la Madre, de la Fuerza. Y sólo esos dos principios serán
reconocidos en la hora del examen final.
Los antiguos escritos hablaban de estos tiempos. Las señales son evidentes.
Los signos son claros.
Cada uno que decida lo más conveniente. Cada uno posee la libertad de
elección. Cada uno que asuma su soledad.
"Quien tenga ojos que vea, quien tenga oídos que oiga". ∆ |
| |
|