Si
este hombre considera un logro la coexistencia pacífica con las merluzas,
todo lo demás viene por añadidura. Ya se sabe: cualquier enemigo es un
enemigo hasta que deja de ser un enemigo, como todos podemos imaginar.
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SEPTIEMBRE 2004
EL INCREIBLE BUSH
POR CAROLINA FERNANDEZ
L a verdad es que siempre había pensado
que a Bush le faltaba un cocido. Me lo hizo sospechar esa sonrisilla
bobalicona, esa mirada perdida en el éter, ese ceño fruncido, como
esforzándose por mostrar interés sin perder el hilo de la conversación...
Ahora estoy convencida: es tonto. Un tonto todopoderoso, que es lo mismo que
decir un tonto peligrosísimo. Los complicados recovecos del sistema hacen
que puedan llegar a altos puestos de decisión personas lerdas como ésta de
la que hablamos. Para justificar la ocupación del puesto de poder juegan con
las vidas de millones de personas, porque jugar con camiones y volquetes
estaría definitivamente mal visto en un presidente de los United States of
América. Quiso el destino que aquel providencial trozo de galleta que le
bajó por mal conducto ¿recuerdan?, fuese regurgitado al exterior sin mayores
consecuencias. ¿Se han parado a pensar que el futuro del mundo depende a
veces de las cosas más pequeñas?
De Bush se dijo hace algún tiempo que posiblemente fuese disléxico. Así
tendríamos una explicación razonable a la abundancia de gazapos y paridas
producidas por la neurona útil del hombre más poderoso del planeta, que
hacían sonrojar a los locutores más curtidos en toda suerte de sandeces. De
hecho, circula por el mundo un libro que recopila los mejores momentos del
presidente americano, un compendio de frases sin contenido, afirmaciones
absurdas, líos de palabras, sinsentidos, y otras joyas. No tienen
desperdicio, aunque sea para pasar un buen rato. El libro en cuestión se
llama The Bush Dyslexicon, de un tal Mark Crispin Muller. Aún así, una
presunta dislexia no lo explica todo, porque, para ponernos un poco al día,
este trastorno del lenguaje sólo tiene que ver con el funcionamiento de los
hemisferios cerebrales. Dicen pues los entendidos que no afecta a la
inteligencia, que, en este caso, como es obvio, está mermada. Parece que lo
visualizo. Los dos hemisferios del cerebro trabajando en perfecta
descoordinación. El hemisferio izquierdo se afana en los procesos del
lenguaje, echando humo para conseguir concordar sujeto y predicado en un
esfuerzo infrahumano (el prefijo no es un error) para escupir un conjunto de
fonemas coherentes que convenzan a la oreja del oyente. Mientras, el
hemisferio derecho recoge información espacial y visual, procesa datos como
un loco, todos a la vez, atropellados, hechos un lío. Se le juntan dos
pensamientos y le hacen al pobre un trombo en el cerebro.
Claro que para tener éxito en el arte de decir sandeces sin que se note, hay
que contar con un público facilón y agradecido, que oye lo que quiere oír, y
aplaude a pesar de que lo dicho carezca por completo de contenido. Pero eso
es tema para otro artículo.
Volviendo al personaje que nos ocupa, el autor del libro, después de haber
observado, estudiado, analizado y recopilado, llega también a la conclusión
de que eso, la dislexia, "no puede causar todos sus errores verbales, que
son tantos y tan variados como para indicar una variedad de incapacidades,
incluyendo simple ignorancia".
Ahí está. Ignorancia. Y nosotros buscando explicaciones científicas. Sea
como sea, ahí van unas cuantas perlas, para regocijo del personal: "Hay
mucha especulación y me parece que seguirá habiendo mucha especulación hasta
que la especulación termine". Otra: "Si ésta fuera una dictadura, todo sería
más fácil, en la medida en que yo fuera el dictador". Otra más: "Estoy
particularmente orgulloso de que Milosevic haya dejado el poder. Así ya no
tendré que esforzarme en recordar su nombre". Y otra: "No es la
contaminación la que amenaza el medio ambiente, sino la impureza del aire y
del agua". Y otra: "La razón de ser de los militares es pelear y ganar la
guerra y por lo tanto, evitar que la guerra tenga lugar antes que nada".
Venga una más: "Cada vez más y más de nuestras importaciones proceden del
exterior". Y otra más: "Debería preguntarle al que me hizo la pregunta. No
tuve oportunidad de preguntarle al que me hizo la pregunta. ¿De qué pregunta
se trata?". Otra que son pocas: "La ilegitimidad es algo de lo que tenemos
que hablar en términos de no tenerla"."El gas natural es hemisférico. Me
gusta llamarle hemisférico en la naturaleza, porque es el producto que
podemos encontrar en el vecindario". Una muestra de sensibilidad exquisita:
"¿Ustedes también tienen negros?". (Al presidente brasileño Fernando Cardoso).
Y para terminar: "Veo esta noche aquí a Bill Buckley, quien fuera mi
compañero de clase en Yale. Si retrocediéramos en el tiempo nos daríamos
cuenta de que los dos tenemos mucho en común. Bill escribió un libro en Yale
y yo leí uno".
No nos lo tomemos a broma. No es un payaso cualquiera. Es el presidente de
la nación más prepotente del planeta. Y es peligroso.
Un hombre capaz de anunciar con convencimiento: "Sé que los seres humanos y
los peces podrán coexistir en paz", tiene toda la justificación moral para
considerar a todos los demás sus enemigos potenciales, a pesar de que no
tengan armas de destrucción masiva. Atengámonos pues a las consecuencias
todos los que no tenemos aletas dorsales y escamas, porque si este hombre
considera un logro la coexistencia pacífica con las merluzas, todo lo demás
viene por añadidura. Ya se sabe: cualquier enemigo es un enemigo hasta que
deja de ser un enemigo, como todos podemos imaginar, y si además se le acusa
de esconder armas de destrucción masiva, es seguro que las tiene a pesar de
que se demuestre lo contrario. Así funcionan las cosas entre los humanos.
Con las merluzas sería más sencillo.
Yo ya me lo tomo con humor, mientras cruzo los dedos de las manos y los pies
para que el señor Michael Moore y otros tantos hayan conseguido desinflar
las urnas de votos republicanos. Mientras tanto, no se preocupe señor
presidente, ya que, como usted mismo dijo, "el analfabetismo es algo que se
puede curar".
El resto tiene peor solución. ∆ |