El movimiento de liberación
de las mujeres, que únicamente reclama que éstas dispongan de las mismas
oportunidades y derechos que los varones, es una ideología denostada,
ridiculizada y puesta en tela de juicio continuamente. |
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OCTUBRE 2004
LA
HORA VIOLETA
¿VICTIMAS DE VANIDAD?
POR ISABEL MENENDEZ
E l verano es, por definición, un
periodo de sequía informativa. La construcción de la realidad mediática
responde a una serie de rutinas profesionales condicionadas por ciclos
de frecuencia. Esto es así porque los canales que surten de materia
prima a los medios de comunicación sufren ralentizaciones, como en el
mes de agosto, cuando la actividad política, parlamentaria y judicial
entra en estado de letargo. Esta inactividad explica, junto a otras
causas, el tratamiento que reciben algunos hechos que, si hubieran
ocurrido en otro momento, apenas hubieran ocupado espacio o ni siquiera
habrían llegado a formar parte de la agenda informativa, ese repertorio
de temas, espacios y protagonistas que articulan las noticias.
Por ejemplo, las rutinas ayudan a comprender el seguimiento de la muerte
de una señora sin oficio ni beneficio, cuya actividad más notoria era su
adición a las drogas (aunque esta realidad haya sido abordada con
eufemismos), pero consorte y madre de varones relevantes, la opción
preferida para las mujeres desde los aparatos mediáticos. Y también las
rutinas están detrás de la falsa polémica creada en torno al reportaje
que la revista Vogue hizo sobre las ministras españolas. Pero no es esa
la única razón del debate, alentado con saña desde posiciones políticas
afines al partido que lidera la oposición, y que ha llegado al colmo del
ridículo con el planteamiento de preguntas parlamentarias sobre esa
cuestión.
Existe también una razón poderosa y de tinte ideológico: a las mujeres
no se les perdona ostentar puestos con poder. Y menos aún si se han
declarado como feministas. El movimiento de liberación de las mujeres,
que únicamente reclama que éstas dispongan de las mismas oportunidades y
derechos que los varones, es una ideología denostada, ridiculizada y
puesta en tela de juicio continuamente. Y los medios de comunicación,
aparatos de reproducción ideológica, no son inocentes en esa
construcción prejuiciosa y cargada de malas intenciones. Un diario de
tirada nacional, simpatizante de los populares, durante la última
campaña electoral llevaba a su portada un titular manipulador que
ninguneaba todos los esfuerzos realizados desde las políticas de
igualdad para mejorar la vida de las mujeres, asegurando que el
socialismo "pretende que ser mujer sea una ventaja". Así las cosas,
quienes trabajan por la igualdad siguen sin ser consideradas como fuente
informativa. Por eso es una contradicción que la misma publicación,
algunos meses después, recoja un titular a tres columnas donde las
protagonistas son, quizá por primera vez, las cotidianas ausentes del
temario informativo: "Críticas feministas a las ministras de ZP -no
parecen serlo de la ciudadanía sino únicamente de un presidente al que
no puede negársele el compromiso en aplicar la paridad, tampoco parece
que representen su cargo autónomamente, como se supone en los
caballeros, sino por delegación- por posar como top models". No han sido
portada las feministas por reclamar leyes contra la violencia de género
ni tampoco por elaborar un importante corpus teórico que proporciona una
nueva mirada sobre la historia, la política o las artes sino que,
mencionadas como un grupo de homogéneas -iguales y por tanto
intercambiables, tanto vale una como otra- tienen voz en un asunto de
"quítame allá esos trapos". El periodismo ofrece, junto a sus prejuicios
y su alineamiento inquebrantable con el status quo en cuanto al género,
una enorme ignorancia no sólo sobre el feminismo sino también sobre su
propio trabajo: el famoso "posado" de las ministras no era tal sino un
reportaje, ilustrado obviamente con fotografías, como es habitual en ese
género. Se han escrito torpezas de tal calibre que es prácticamente
imposible creer que algo es inocente y que demuestran, además, que la
mayoría de "opinólogos" (casi todos hombres), no han leído la revista.
Las ministras han sido denominadas como "ejecutivas" y no como políticas
y acusadas de ser "víctimas de su propia vanidad". No se ha hablado del
contenido del reportaje. Ningún periódico ha tenido la tentación de
ofrecer a la opinión pública una información de fondo sobre lo que
supone la paridad o sobre el hecho histórico de que ocho mujeres formen
parte del gobierno. Es más fácil atacar su credibilidad profesional
porque además facilita la regularización del pensamiento más
reaccionario, el que no tolera el reparto del poder masculino, hasta
ahora hegemónico.
No importa que los políticos aparezcan habitualmente en los medios,
entregados a actividades lúdicas o deportivas, sin aparente conflicto.
Tampoco importa que las populares hayan ofrecido entrevistas cuando
estaban en el gobierno (aunque no en la misma revista) demostrando que
aparecer en los medios no es nada raro. No importa que la visibilidad de
las mujeres en puestos de decisión necesite de estas informaciones que
normalizan lo que debería ser habitual en los años próximos. Tampoco
importa que esas ministras bien vestidas favorezcan la ruptura de
estereotipos sobre la imagen de las feministas. No importa que las
mujeres puedan compatibilizar capacidad intelectual con belleza (aunque
tal vez la alta costura era privilegio de otras y por eso ha molestado).
Tampoco importa que gran parte de las mujeres, socializadas casi en
exclusiva con las revistas "femeninas" puedan observar un modelo
equilibrado sobre el reparto de espacios públicos. No importa que el
contenido del reportaje no sea frívolo sino que habla de trabajo y
conciliación desde otra perspectiva. Todo eso que no importa pone de
relieve que el poder femenino duele. Lo que se ha leído y escuchado es
que las mujeres normales no visten así. Ya. Tampoco visten como las top
models (delgadísimas) y las artistas (millonarias), únicos modelos
propuestos para las niñas y las jóvenes desde la mayoría de revistas y
programas de entretenimiento. ¿No debería preocupar esto último a los
líderes de opinión? ∆ |