Más vale soltar una
lagrimita y marcharse relajado para casa, que pagar luego la frustración
con la familia, los empleados o el cajero del súper cuando se equivoca
con la vuelta. Esto sí que sería un cambio social: que cada uno se coma
sus marrones en vez de pagarlos con los demás. |
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OCTUBRE 2004
DESAHOGUESE, HOMBRE
POR ELENA F. VISPO
L as cosas ya no son lo que eran.
Antes, lo que hacía uno cuando estaba angustiado era ir al confesionario, y
salía como nuevo. Con la ventaja añadida de que, si justo en la puerta de la
iglesia sufrías un accidente mortal, ibas directamente al cielo. Ahora esto
ya no se lleva, por eso surgen iniciativas como el Cry Bar (bar de llanto),
que es un sitio donde puedes ir, literalmente, a echar la llorada. Por un
módico precio, con consumición incluida.
¿Y dónde han montado semejante invento? Pues no, no es en Estados Unidos,
que sería lo más lógico. Ha sido en China, porque los chinos, a la hora de
montar historias raras, también se quedan solos. El padre de la criatura es
un tal Luo Jun, que antes de dedicarse a la hostelería llevaba una agencia
matrimonial. Claro, al ver tanto drama, el avispado empresario llegó a la
conclusión de que sus clientes tenían ganas de llorar, pero no encontraban
el cómo ni el cuándo. Así que montó el bar de marras: en él, además de los
productos normales de un bar, pinchan siempre música triste, tienen montañas
de kleenex a disposición de la clientela, y también cebolla, gotas de mentol
y pimienta roja para forzar el llanto si no te sale a la primera. Además,
muñecas de trapo y vasos preparados para tirarlos contra la pared si la
tristeza se junta con un ataque de mala leche. Aunque el camarero/a debe de
ser la cosa más comprensiva del mundo, yo creo que al bar le faltaría un
servicio tipo "Teleamigos". Como en el anuncio: te ha dejado tu novia, estás
muy triste, llamas, viene alguien con un pack de cervezas y te abraza: hola,
soy Paco, tu mejor amigo. Y luego le lloras en el hombro un rato. Eso sí,
con el rabillo del ojo en el reloj, ya que Paco debe de cobrar por horas.
Amigos sí, pero la pela es la pela.
En Estados Unidos, a pesar de que la idea no ha sido suya, digo yo que no
tardarán mucho en copiar la idea. Estaría muy bien un bar de esos en Texas,
para que Bush volviese a darse a la bebida después de haber perdido las
elecciones (la esperanza es lo último que se pierde). Aquí unos amigos y yo
hemos desarrollado un plan perfecto para quitarnos de en medio a George W.:
irle mandando botellas de licores autóctonos, que de eso abunda en este
país: licor café, aguardiente de hierbas, orujo, manzanilla... ¿quién puede
resistirse a un buen chupito? Pero si algún alma caritativa abriese un Cry
Bar cerca de su rancho, trabajo que nos ahorraba. En España, en cambio, no
creo que el invento tuviese éxito. Porque los chinos se creen muy modernos,
pero esto aquí se ha hecho toda la vida. Los camareros han sido siempre
confesores, amigos, psicólogos y lo que hiciera falta. Lo que pasa es que a
nadie se le ha ocurrido sacar partido de eso, porque aún nos falta
mentalidad empresarial.
Como terapia, el Cry Bar no está mal. Aunque es, como suelen ser estas
cosas, un invento para ricos. Porque viendo los precios ya no te hace falta
ni la cebolla ni la pimienta ni nada: te pones a llorar directamente. Una
hora te sale por unos cinco euros, con lo cual si te encierras en el baño de
tu casa o te sientas en un banco del parque -es decir, usas el método
tradicional- tienes la ventaja de que, además de desahogarte, estás
ahorrando. El teléfono de la esperanza te sale gratis, y un cartón de vino
está al alcance de cualquier bolsillo. Con un poco de organización, en un
día malo puedes ahorrar más de noventa euros, que no son de perder.
Supongo que el Cry Bar se irá refinando con el tiempo, llegando a dar
premios al llorón del mes, ofertas del dos por uno (paga una copa e invita
gratis a un amigo para que te aguante) o, como apuntaban en un foro de
Internet, crear una tarifa plana, para crisis especialmente gordas. El que
no se desahogue, que sea porque no quiere.
Pensándolo mejor, con lo caro que está el psicólogo, quizá deberían montarse
aquí llorabares estatales. Más vale soltar una lagrimita y marcharse
relajado para casa, que pagar luego la frustración con la familia, los
empleados o el cajero del súper cuando se equivoca con la vuelta. Esto sí
que sería un cambio social: que cada uno se coma sus marrones en vez de
pagarlos con los demás, rompiendo así un círculo vicioso que no beneficia
más que al dueño del bar y a los adictos a la prensa rosa. Sería, además el
final del macho ibérico, ése que no llora nunca y todo lo arregla a golpes
(está en peligro de extinción, sí, pero no vendría mal un empujoncito).
Ya veo las campañas de televisión: Desahóguese, hombre, y comparta los
kleenex. Sus lágrimas están cambiando España. ∆ |