Anuncian
temas sociales, educación, sanidad, cultura. ¿Cultura? ¿Programas culturales
quieren decir? Ay, santa Esperancita Aguirre, descanse en paz. ¿Programas
educativos? Dicen que existieron, pero nadie los ha visto nunca. Forman
parte de los mitos y leyendas del Ente.
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OCTUBRE 2004
TELE PUBLICA PARA TODOS LOS
PUBLICOS
POR CAROLINA FERNANDEZ
Yo
creo que los españoles sólo empezamos a darnos cuenta de que realmente
Franco había muerto cuando empezamos a ver a nuestro alrededor los primeros
divorcios, tiempo después. Fue entonces, y no antes, cuando efectivamente
caímos en la cuenta de que este señor ya no nos racionaba el aire fresco y
podíamos empezar a vivir en paz. O por lo menos intentarlo como a cada cual
le viniera mejor. Pues ahora estamos viviendo un fenómeno de características
similares. El ambiente enrarecido se empezó a disipar el mismo día que
mudamos de gobierno con más alivio que si nos cambiáramos de calcetines
después de ocho años de sudores. Pero es en la vida cotidiana cuando vamos a
empezar a saborear los detalles del cambio.
Y uno de esos detalles es encender la tele y encontrarse el humor ágil e
inteligente de El Gran Wyoming, el desaparecido en combate, el despedido de
una cadena anterior suponemos que por herir algunas sensibilidades. Pues
bien, después de frotarnos los ojos no una, sino dos y tres veces,
comprobamos que efectivamente, no nos engaña la vista: estamos en la uno, la
primera, el estandarte de Televisión Española, la cadena de las cadenas. Con
Franco esto no pasaría, eso seguro. Entre dardo y dardo, Wyoming pretende
ser el símbolo de una televisión pública de calidad, plural, educativa,
abierta a las críticas y a las opiniones. Servidora se pellizca los brazos
hasta hacerse cardenales. ¿Será cierto? ¿Dónde estará el tongo? ¿Es posible
que se esté gestando una televisión pública libre, con capacidad de
maniobra, con voces distintas, una tele que no se reserve el derecho de
admisión? Yo crecí creyendo que decir tele pública era sinónimo de tele
gubernamental, es decir, la voz de su amo, un no-do disimulado -mal
disimulado, a veces descarado-, fiel espejo de los intereses de Moncloa, sea
quien fuere el inquilino. Hasta hace nada había que ver los telediarios
haciendo un ejercicio de leer entre líneas, para intentar adivinar las
realidades maquilladas, disimuladas o sencillamente omitidas. Y seguir las
noticias por cadenas extranjeras, porque las nacionales -con excepciones-
ocultaron deliberadamente información en momentos clave. Nuestros abuelos
escuchaban Radio Pirenaica, pero nosotros tuvimos que enterarnos de la
realidad del desastre del Prestige visitando páginas web portuguesas y
francesas, porque aquí, todo estaba en completa normalidad. Por poner un
ejemplo. Así que se comprende la alegría, mezclada con cierta incredulidad,
cuando nos presentan la posible existencia de una tele pública y libre.
Anuncian temas sociales, educación, sanidad, cultura. ¿Cultura? ¿Programas
culturales quieren decir? Ay, santa Esperancita Aguirre, descanse en paz.
¿Programas educativos? Dicen que existieron, pero nadie los ha visto nunca.
Forman parte de los mitos y leyendas del Ente. ¿Cine independiente? Cazar
una peli era antes labor de coleccionistas insomnes, que parece que ahora
podrán reinsertarse en los horarios normales y salir de las sombras de las
madrugadas y de los callejones de la programación. ¿Debates, tertulias,
opinión no manipulada, no dirigida, no monopolizada? Jesús qué susto, quién
te ha visto y quién te ve, Prado del Rey. Por lo pronto, vamos a agradecer
que nos dé las noticias la carita risueña de Lorenzo Milá, en vez del gesto
agrio y estreñido de Urdaci, capaz de cortarle la digestión a cualquiera.
Dios existe. ¿Y los programas de cotilleo, rosas, del corazón o como se les
quiera llamar? ¿Qué pasará con esas joyas de la programación, que nadie ve,
pero que no se sabe cómo revientan los índices de audiencia? Espero que poco
a poco empiecen a aparecer programas de desintoxicación, que poco a poco
bajen las dosis de farándula y ayuden a los enganchados incorporarse a una
vida televisiva más saludable. Todo el mundo merece una segunda oportunidad.
De todas maneras, debe comprenderse que los españoles, después de
veintitantos años de democracia con tele del gobierno, estemos todavía bajo
los efectos del perro apaleado, es decir, que no nos acabemos de creer
tantas bondades juntas. La duda sigue sobrevolándonos, porque, entre otras
cosas estamos acostumbrados a creer que democracia es corrupción, abuso de
poder, prepotencia, tergiversación e impotencia ante los atropellos de los
gobernantes. Y ahora nos dicen que también es ilusión, utopía, pluralidad,
autocrítica. Se comprende pues el recelo del personal, que no se lo acaba de
creer del todo, y que aplaude, pero sin pasarse, no sea que luego todo quede
en nada. Aún hay temor a la desilusión, que esta vez sería histórica.
Vamos a ver qué pasa. ∆ |