
Y es que los jóvenes de
ahora van disfrazados, porque esta moda no es una moda revolucionaria, o
que persiga realzar la belleza de los cuerpos, sino una copia, una mala
copia de los yankees, de los chicos del Bronx. |
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OCTUBRE 2004

EL SEMAFORO
POR ELENA G. GOMEZ
E l semáforo se puso en rojo y detuve
mi coche. Mientras esperaba que cambiase de color y pudiera continuar mi
camino me dediqué a observar a la gente...
Cerca de mi coche estaba una abuela con su nieta. La niña, que no tendría
más de cinco años, se había sentado en las escaleras de un portal y se
negaba a caminar. La abuela intentaba convencer a la niña y se veía que la
pobre señora lo estaba pasando realmente mal. Miraba nerviosa a los lados
esperando que nadie se diera cuenta de la escenita que le estaba montando
aquella renacuaja que no levantaba un metro del suelo, (aunque si la señora
lo hubiera pensado un poco no tendría razón para preocuparse, ya que si
algún fenómeno sucede en la llamada civilización es la capacidad de que todo
el mundo parezca invisible, y que nadie se preocupe por lo que esté
sucediendo al ser humano que pasa a su lado), pero la mujer seguía
pacientemente intentando calmar a la niña que estaba chillando y dándole
patadas cada vez que se acercaba a su lado. Sentí lástima por aquella mujer
y pensé en lo mal educados que están ahora los niños, en la confusión que
existe entre darles cariño y atenciones y la ausencia total de disciplina y
respeto. Pero sobre todo me dio pena ver que la mujer aún asume el papel que
a la sociedad le interesa y que las mujeres siguen considerando que su papel
de madre es una profesión de por vida, y que al final de sus días lo que
tienen que hacer es cuidar a los hijos de sus hijos, es decir, a sus nietos,
cuando en realidad en la mayoría de las ocasiones se tienen ganado el
derecho a vivir su propia vida, a tener su propio tiempo. En esto, como en
otras cosas, los animales nos llevan ventaja. Qué pena.
Miré el semáforo pero aún estaba en rojo...
Por el paso de peatones cruzaron tres chicas jóvenes, tres adolescentes, y
al verlas inmediatamente pensé en los diseñadores de moda, y me imaginé a
unos hombres y mujeres que debían tener ya una cierta edad y el sabor amargo
de que ellos ya no son jóvenes porque sólo así se puede entender que
hubieran declarado la guerra a los chicos y chicas, y los hubieran enterrado
en unos modelos, por llamarlos de alguna forma, que ocultan la belleza
propia de su edad. Y es que los jóvenes de ahora van disfrazados, porque
esta moda no es una moda revolucionaria, o que persiga realzar la belleza de
los cuerpos, sino una copia, una mala copia de los yankees, de los chicos
del Bronx.
Y es que la industria del comercio es consciente de que los jóvenes son los
consumidores del futuro, hombres y mujeres que comprarán las cosas no porque
realmente les gusten o las necesiten, sino porque tendrán que seguir los
dictados de una sociedad que les marcará sus necesidades, y que les
convencerá de que felicidad está unida a tener lo último, el último coche,
el chalet adosado, aunque para ello tengan que vivir siempre hipotecados.
El semáforo cambió a ámbar, metí la primera y me disponía a arrancar cuando
vi a una pareja, un chico y una chica que caminaban juntos cogidos de la
mano, y cada uno, para mi sorpresa, estaba hablando por un móvil. ¿Estarán
hablando con otras personas o estarán hablando entre ellos?, me pregunté.
Sí, que nadie se sorprenda, es que el móvil ha entrado de tal forma en
nuestras vidas que no me extrañaría nada que las personas fueran poco a poco
perdiendo la capacidad de hablarse mirándose a los ojos, y que por medio de
ese pequeño aparatito impersonal y frío algunos superasen su timidez o su
incapacidad para decir lo que realmente piensan.
Yo, como afortunadamente no soy de la generación del móvil, y no me pasa
como a algunos americanos que piensan que Nokia es un país, sé vivir sin él,
es más, uno de los mayores placeres que tengo es poder apagarlo y
desconectarme así de esa sensación de estar permanentemente controlada. Me
imagino que dentro de unos años, muy pocos años, habrá personas a las que
les resultará imposible pensar en cómo se podía vivir sin ellos, y que
pensarán que nosotros éramos unos hombres primitivos, atrasados. Y quién
sabe, a lo mejor el móvil se convierte en una religión y a lo mejor tienen
su propia oración, una oración que dirá algo así como... "padre nuestro que
estás en el país de Nokia, danos tu móvil ultima generación y no permitas
que nuestro vecino lo tenga antes que yo. Amén".
El semáforo se puso verde. Pisé el acelerador y salí de la ciudad, de la
"civilización", y volví a mi casa, una casa sencilla en un pueblo sencillo,
donde la gente te saluda cuando pasa a tu lado, donde la gente camina sin
llevar pegado el móvil a la oreja, donde la musiquilla de ese pequeño
monstruo aún no acalló el maravilloso sonido de los cencerros de las vacas.
¡Qué felicidad! ∆ |