Sin importar lo frustrado
que uno se sienta, sin subestimar las dificultades de la vida, siempre
tenemos la oportunidad de emprender alguna acción, de pensar y creer que
existe una opción. |
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NOVIEMBRE 2004
EL PODER
POR RAQUEL BUZNEGO (PSICOLOGA)
"El poder puede ser utilizado para la competencia y la cooperación, en
vez de para el dominio y el control"
(Anne L. Barstow)
Las
relaciones entre las personas son, en ocasiones, especialmente complejas.
Están plagadas de influencias mutuas, unas son constructivas mientras otras
pueden llegar a ser profundamente devastadoras. El poder es la capacidad
para influir sobre los otros, para bien o para mal, puede suponer, por
tanto, una bendición o una agresión.
Existen diferentes formas de ejercer el poder, a saber:
1. Poder coercitivo: el instrumento utilizado es el temor. Se trata de
controlar la conducta de los demás a través de la intimidación, se les
amenaza o se les hace percibir que si no cooperan pueden perder algún tipo
de beneficio o experimentar represalias. No es una fórmula para influir sino
para obligar.
2. Poder utilitario: se trata de un intercambio, alguien disfruta de poder
porque está en disposición de proporcionar algo que los otros necesitan con
el fin, obviamente, de obtener, asimismo, algo a cambio.
3. Poder basado en principios. La persona que representa el poder es
poderosa porque es creíble, respetada y honrada por los demás. Estos cumplen
sus deseos porque están en la misma lucha, tienen los mismos intereses y
siguen, libremente y con agrado, a la persona que consideran competente y
digna de confianza.
Cada uno de nosotros puede elegir ser poderoso o impotente ante cualquier
circunstancia de la vida. Sin importar lo frustrado que uno se sienta, sin
subestimar las dificultades de la vida, siempre tenemos la oportunidad de
emprender alguna acción, de pensar y creer que existe una opción. En el
momento en que esta consideración se asienta en nuestra mente estamos siendo
poderosos. Desarrollar esta cualidad para influir en los demás es cuestión
de trabajo y tiempo.
El poder basado en principios, el sólido poder, es el que debemos elegir si
deseamos que perdure. Está regulado por el respeto hacia las personas en las
que deseamos influir, debe conducir a la interdependencia. Ambas partes
toman decisiones y escogen alternativas a partir de lo que fue consensuado
como más adecuado, correcto o excepcional. Este tipo de poder alimenta una
conducta ética porque los implicados se sienten libres, asistidos, por
tanto, por el deseo de expresar sus opiniones y razones en función de sus
conocimientos, necesidades y expectativas.
Eisenhower lo expresó de la siguiente manera: "Prefiero convencer a un
hombre para que empiece algo, porque una vez persuadido, lo seguirá
haciendo. Si lo asusto, continuará haciendo las cosas mientras esté asustado
y luego desaparecerá".
Es evidente que el ejercicio de poder requiere, además de respeto por los
demás, capacidad de persuasión. Si se quiere convencer es necesario expresar
sinceramente y con seguridad por qué queremos hacer algo y por qué deseamos
que se impliquen en ese hacer, para ello se deben exponer las razones y
argumentos que existen tras las determinaciones y/o peticiones. Conviene,
por tanto, examinar nuestra conducta a fin de conocer si nuestras palabras,
discursos o peticiones tienen capacidad para ser poderosas. ¿Ofenden cuando
hablamos o creamos relaciones constructivas?
Otra condición, absolutamente necesaria, para ejercer poder es la
amabilidad, el respeto por la vulnerabilidad ajena, el trato delicado y
sincero. Se trata, sencilla y llanamente, de tratar a los demás tal como
desearíamos ser tratados.
El binomio enseñanza/aprendizaje debe estar, igualmente, presente en
cualquier situación en la que se desee ejercer poder. Las personas
influyentes son aquellas que se enriquecen continuamente, que muestran
interés por las personas sobre las que se ejerce la influencia. La idea que
se ha de transmitir es que todos y cada uno son importantes y por ello están
presentes. Una vez que esta idea sea considerada como verdad incuestionable
por cada individuo éste se sentirá realzado, valorado, digno de manifestar
cualquier opinión y, sobre todo, en la obligación moral de hacerlo, porque
de lo contrario estará privando a los demás de consideraciones que pueden
ser altamente enriquecedoras.
Por último, la coherencia. Se trata de la armonía entre pensamiento y
acción. Ser coherente no significa que hagamos lo mismo con cualquier
persona, en cualquier momento o lugar. Significa que ponemos en
funcionamiento los mismos principios básicos cada vez que actuamos.
Todos, en definitiva, deseamos el poder. No se trata necesariamente de
llegar a ser ministro o presidente de una multinacional, se trata de influir
en las personas que nos rodean, hijos, amigos, compañeros, etc., a fin de
obtener el respeto, la colaboración, el entusiasmo y la consecución de
objetivos.
Si trabajamos en los principios expuestos, de forma serena, honrada y
concienzuda, estamos en la senda adecuada para conseguirlo.
Es cuestión de tiempo. ∆ |