Las autonomías no han servido
sino para desunir hombres y pueblos, agitar ancestrales egoísmos, agigantar
la burocracia y hacer medrar a la clase política, multiplicando cargos e
instituciones donde los partidos puedan colocar a sus acólitos y asegurarse
puesto a puesto perrunas fidelidades. |
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NOVIEMBRE 2004
PODER PARA PODER
POR JOSE ROMERO SEGUIN
E l pasado mes de octubre M. Fraga y
Baltar, presidente del PP en Orense, sellaron al más puro estilo "cosa
nuestra", un pacto que cerraba la crisis abierta por éste último en el seno
del Partido. Crisis que no nació de la justa y sana discrepancia política en
relación con las necesidades e intereses de los ciudadanos, razón por la que
fueron elegidos en su día, sino por diferencias en el reparto de poder. No
de responsabilidades como sería lo deseable, sino de poder.
Poder para qué, cabe preguntarse, pero ¿cabe ser tan ingenuos?, para qué va
a ser, para poder, para qué otra cosa puede ser.
Es decir, que Baltar no se rebeló: ni por lo de la guerra de Iraq, ni por no
estar de acuerdo en cómo se afrontó la tragedia del Prestige; ni por el
creciente grado de nepotismo en el seno de la administración gallega, o
porque no estuviese de acuerdo con el ideario político de su partido y su
gestión general de gobierno. Él, lo que reclamaba y por lo que clamaba era
por más poder para él y para los suyos.
Y Fraga, el todopoderoso, el omnipotente, al que le cabe el Estado en la
cabeza, lo sabía, no en vano es él quien lo reparte y discute. Porque él
mejor que nadie intuye que en el equilibrado reparto de poder radica la
fuerza del partido, y en la fuerza del partido, el poder, y con el poder, lo
dicho, el que todos puedan en la justa medida de su poder.
Y de fondo, el pueblo, expectante, a la espera de los frutos de la reunión,
como si le fuese algo en ello, como si de esa reunión fuese a salir un nuevo
talante, una nueva forma de hacer política. Como si del encuentro entre
estos dos mastodontes fuesen a obtener ellos algún beneficio. Cuando es todo
lo contrario, porque en esta reunión si algo se fortaleció fueron las bases
de lo ya establecido. Puesto que, como ya he dicho, se habló de reparto de
poder para poder hacer lisa y llanamente unos y otros lo que les venga en
gana con algo más que la voluntad general de los votantes, con sus
impuestos.
Vergonzoso asunto éste, que da idea exacta de cuál es la situación política
en que se vive en este reino de taifas en que se ha convertido España. Un
país que huyendo de un mal gobierno, creó diecisiete a su imagen y
semejanza, en el mayor acto de estupidez política que se haya podido
imaginar. A la sombra claro está de las grandiosas autonomías, engendros
socio-filosófico-teológico-políticos capaces de hacer nación en el corazón
de aquellos que no teniendo otro argumento para sentirse plenos, eligieron
el camino más fácil y placentero, el de la singularidad y seguridad que da
el grupo, la raza en definitiva. Porque no nos engañemos, las autonomías no
han servido sino para desunir hombres y pueblos, agitar ancestrales
egoísmos, agigantar la burocracia y hacer medrar a la clase política,
multiplicando cargos e instituciones donde los partidos puedan colocar a sus
acólitos y asegurarse puesto a puesto perrunas fidelidades. De ahí que
cuando un partido alcanza el poder en alguna de ellas y lo mantiene por un
largo periodo de tiempo, llega a crear una superestructura de clientelismo
que los hace prácticamente inamovibles.
Pero volviendo a lo que nos ocupa habría que precisar que aquí, hoy por hoy,
nada apetecible escapa al control del PP. De ese modo los medios de
comunicación bien sean autonómicos, regionales o locales, salen a la calle
subvencionados, por lo que no hay más discrepancia que la justa. Y qué decir
de la protesta ciudadana, quién se atreve a salir a la calle a protestar sin
que luego sienta sobre sí el memorioso ojo de la administración, que sin
duda le va a devolver el favor, porque este gobierno no conoce nuestros
problemas, especialmente porque no le interesan, pero nos conoce a todos y
cada uno de nosotros de memoria. Aquí, en cuestiones de libertad de
expresión sólo cabe en estricto sentido común, dos opciones, o afiliarte al
partido ganador o jugártela con uno de los aspirantes, cualquier otra es de
facto un suicidio civil en toda regla. Si lo haces con el ganador puedes
tener acceso directo a la tarta, eso siempre, claro está, que no haya otro
que sea hijo de cargo o de individuo más poderoso. Y es que aquí, hoy por
hoy, para aprobar unas oposiciones o ganar un concurso ya no basta ser del
PP, algo a todas luces necesario, sino que tienes que competir con aquellos
que están mejor situados en la parrilla de salida, es decir, que o bien son
hijos de cargos electos o tienen un padrino de mayor grado en la escala del
poder.
Y qué decir de la oposición, pues en posición, a la espera, tanto los
miembros de los partidos que la conforman como aquellos que han apostado por
ellos. En eso se resume la esperanza. O bien votar a éstos que hoy se reúnen
para repartirse el poder, o votar a aquéllos que esperan con más paciencia
que voluntad de cambio, que vaya más allá del mero relevo. Porque para qué
engañarse, aquí ni dios hace propósito de enmienda, aquí ya no hay otra
escuela que ésta de dejarles pudrir de poder para que una vez vencidos por
el peso de la propia podredumbre se derrumben y erguirse ellos a la sombra
de esa putrefacta oportunidad en la nueva esperanza en las tareas del poder.
A mi juicio, gobiernos, los justos, y justamente controladas sus acciones de
gobierno. Esa es la decisión que define pueblos fuertes, democráticos y
capaces. ∆ |