Foto: (c)
Fernando Moleres / Intermón Oxfam
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MAYO 2004
COMERCIO
a cualquier precio
El comercio mundial se rige por normas implacables.
Las grandes empresas no tienen fronteras, y se instalan donde se les
ofrecen mejores condiciones, es decir, mano de obra barata y sumisa.
Jornadas exhaustivas por sueldos miserables. Falta de seguridad y miedo
al despido. Así se alimenta el consumo de los países desarrollados.
Texto: Carolina
Fernández
Vestir barato (*)
¿De dónde vienen esos pantalones de
temporada que vemos en un escaparate por sólo 15 euros? Una buena parte
de la ropa que compramos en cualquiera de las grandes cadenas de
establecimientos de moda que hay en España está confeccionada por
mujeres de países pobres que trabajan en condiciones laborales
precarias. Las compañías hacen sus pedidos a fábricas de otros países
para abaratar costes. Uno de estos países es Marruecos, donde la
industria de la confección representa el 33% de las exportaciones y las
mujeres ocupan el 70% de los puestos de trabajo. Para las empresas, todo
son facilidades. A eso se suma la proximidad geográfica, lo que siempre
simplifica las cosas y acorta los plazos de entrega de mercancía. Los
clientes presionan: quieren más rapidez. Se trabaja sin derecho a bajas
por enfermedad o maternidad. Sin pensión, sin cobrar las horas
extraordinarias, y en lugares insalubres y mal acondicionados para el
trabajo, además del factor añadido del acoso sexual, un ingrediente que
siempre está presente cuando se habla de mujeres trabajadoras. Pueden
someterse a jornadas de hasta 16 horas. Disponen de 30 minutos para
comer e ir al servicio. La consigna es producir rápido con el menor
gasto posible.
Ese es el principio de la cadena. El final es el comprador europeo o
americano, que adquiere prendas a precios económicos, inconsciente del
sufrimiento que hay detrás de unos estupendos pantalones de temporada
que vamos a comprarnos, como decíamos, por sólo 15 euros.
La cesta del supermercado(*)
Una visita a la frutería es lo
suficientemente elocuente. Podemos encontrarnos por ejemplo manzanas
chilenas que han sido recogidas por mujeres en condiciones deplorables.
También peras, uvas o kiwis. Las exportaciones de frutas frescas son una
importante fuente de ingresos para Chile. En los últimos 30 años los
beneficios casi se han multiplicado por cincuenta, hasta alcanzar los
1300 millones de dólares, pero las trabajadoras de este país no
participan de esos beneficios. Son empleos precarios y sin cobertura que
asegure una pensión en el futuro. Las jornadas pueden llegar a ser de 20
horas diarias, y pocas veces cobran el salario mínimo. Ganan un tanto
por pieza, por lo que trabajan mucho tiempo y a gran velocidad para
poder llenar el mayor número de cajas y obtener dinero suficiente.
Además, hay que sumar la discriminación por razón de sexo: cobran tres
cuartas partes de lo que gana un hombre por el mismo trabajo. Más de la
mitad trabajan sin contrato.
Un ramo de flores(*)
Colombia es uno de los países
exportadores de flores con mayor volumen de mercado. Las trabajadoras
tienen jornadas que pueden durar hasta 16 horas, desde las 6 de la
mañana hasta las 10 de la noche. Sólo cuentan como horas extra, las que
sobrepasan este horario. La última reforma laboral, aprobada en 2002,
alarga las jornadas, abarata los despidos y fomenta la contratación
temporal. A pesar de que las exportaciones de flores producen
importantes beneficios, sólo superados por el petróleo (700 millones de
dólares en 2002), las trabajadoras no mejoran su situación. Actualmente
se desarrolla una campaña con la que se pretende presentar una demanda
al Tribunal Constitucional contra esta reforma laboral, que perjudica
especialmente a las mujeres.
Los
gobiernos necesitan inversiones extranjeras, y se pliegan
ante las presiones que reciben por parte de los empresarios.
"Si son demasiado estrictos las empresas no se sienten
cómodas y se van. Están entre la espada y la pared". |
Comercio con Justicia es el nombre de la
campaña con la que Oxfam Internacional pretende aportar datos rigurosos
sobre las condiciones en las que se desarrolla el comercio
internacional. El principal valor de este trabajo, en palabras de Eduard
Cantos, miembro del Departamento de Estudios y Campañas de Intermon
Oxfam, es que se ha elaborado tras la investigación en doce países, diez
del sur y dos del norte (Reino Unido y EE.UU.), con la colaboración de
organizaciones locales dedicadas a temas relacionados con los derechos
humanos, laborales, mujeres, etc. Dentro de este marco, se presentan en
febrero de este año otros documentos, "Más por menos. El trabajo
precario en las cadenas de producción globalizadas", y "Moda que
aprieta. La precariedad de las trabajadoras de la confección y la
responsabilidad social de las empresas". Este último es un informe
sobre la industria textil en Marruecos, que es donde centran su
actividad las cuatro principales empresas españolas del sector. En el
que se denuncia la presión de las empresas textiles españolas sobre sus
proveedores y la repercusión que esto tiene en las mujeres trabajadoras.
Para elaborar este informe, fueron entrevistados 9 gerentes y 46
trabajadoras de 11 fábricas textiles que producen ropa para firmas como
Induyco (principal abastecedor de El Corte Inglés), Inditex (Zara,
Bershka, Stradivarius, Pull & Bear, etc) Mango y Cortefiel y otras.
Aunque son empresas que generan beneficios, quienes trabajan en ellas no
mejoran su calidad de vida en la misma proporción, al contrario, el
coste humano que tienen que pagar es grande. Muchas no pueden cubrir con
lo que ganan las necesidades básicas de su familia. No pueden coger una
baja por enfermedad o por maternidad. En ocasiones trabajan sin contrato
y sin seguro sanitario, no pueden pertenecer a ningún sindicato y no
tendrán pensión para la vejez. No hoy indicios de que esta situación
vaya a cambiar a favor de las trabajadoras, salvo que la presión social
obligue a las compañías a crear códigos de conducta que regulen las
condiciones de trabajo. La colaboración es un factor clave para poder
dar pasos. De momento las empresas implicadas están mostrando interés en
las conclusiones de este trabajo y algunas están dando pasos en su
organización interna para mejorar las condiciones laborales de las
trabajadoras. Responden incluso a las invitaciones que les ha hecho
Intermon Oxfam para debatir la necesidad de esta transformación. Según
Eduard Cantos, las más receptivas son Inditex, Mango y Cortefiel. De
momento Induyco es la más reacia a plantear cambios en su política, y la
que aún no ha mostrado interés en plantearse la necesidad de asumir una
responsabilidad social con las comunidades con las que trabajan. "El
centro del debate -puntualiza Eduard Cantos- consiste en analizar
las políticas de compra y suministro, porque muchas veces entran en
contradicción con los códigos éticos de conducta. Hay que supervisar
esos códigos. El consumidor pide precios más baratos y que la moda se
renueve más rápidamente. Esto origina que los talleres de las empresas
proveedoras de países como Marruecos, soporten una presión más fuerte.
Todo tiene que ser más rápido, más flexible, más barato. Estas
condiciones de compra tan duras son las que impiden que los códigos de
conducta muchas veces no se puedan cumplir en la práctica". En
algunos países ya se están viendo algunos resultados en este sentido,
pero hay que tener en cuenta que en el sector de la confección las tasas
de analfabetismo son altas. Las trabajadoras no conocen los avances que
se producen en algunos casos gracias al trabajo conjunto de muchas
organizaciones que luchan por los derechos de los trabajadores. Si no
conocen, no reclaman, y son víctimas fáciles de la explotación en todas
sus variantes.
Foto:
(c) Fernando Moleres / Intermón Oxfam |
Ropa viajera
El comercio global también
beneficia a las firmas de moda. Hoy en día las distancias no son un
problema, por eso es fácil que una prenda que compramos cerca de nuestra
casa, haya sido confeccionada a muchos miles de kilómetros, allí donde
los costes de producción son más bajos.
La mayoría de estos puestos de trabajo están ocupados por mujeres.
"Sabíamos que ellas son la parte más vulnerable, la más perjudicada en
unas condiciones laborales que no son las apropiadas". Especial atención
merecen los llamados costes ocultos. "Muchas veces nos fijamos en
cosas que podemos observar en una fábrica: el sueldo, las horas extras,
las condiciones de salubridad, de luz, etc. Pero cuando hablamos de
costes ocultos, hablamos de cuestiones mucho más a largo plazo. Muchas
mujeres, cuando el ritmo de trabajo es tan fuerte, desatienden a sus
hijos; en algunos casos las hijas mayores tienen que dejar la escuela
para cuidar a los pequeños. Padecen enfermedades en la espalda, en el
aparato urinario. Muchas tienen que dejar sus pueblos para ir a trabajar
a la fábrica, y sufren el desarraigo. Estos costes ocultos aparecen a lo
largo de los años".
Finalmente son ellas quienes se amoldan para que la empresa pueda
cumplir. Constantemente está presente el miedo a perder contratos si se
plantean muchas exigencias. El gerente de una fábrica de Tánger se queja
de que los plazos se han reducido considerablemente. "Hace tres años
un pedido estándar podía ser de un mes. Ahora hay pedidos en los que el
camión llega un martes y el sábado tiene que volver con las prendas a
España. Eso es así porque algunas veces hay Semanas Fantásticas en
España... y lo necesitan urgente. Nosotros debemos hacer un esfuerzo
para sacarlo". Los precios caen. Un pantalón que hace tres años
valía 3,3 euros, hoy cuesta 2. "El precio disminuye por la
competencia. Los pedidos son a veces muy urgentes y los aceptamos".
En la medida en que se va dando a conocer este tema, la presión social
aumenta.
La
mayoría de la ropa que compramos en las grandes cadenas de
moda que hay en España está confeccionada por mujeres de
países pobres que trabajan en condiciones laborales
precarias. |
Inditex, por ejemplo, es una de las
firmas más importantes, con unas ventas valoradas en 3.974 millones de
euros en el 2002. Sus plazos de entrega son de los más cortos del
mercado. Los escaparates se renuevan cada 20 días. Los pedidos son muy
voluminosos y urgentes. El proveedor no tiene capacidad para negociar.
Es sólo un ejemplo. Algunas compañías han elaborado un código de
conducta que deben firmar las empresas proveedoras. Con ello lo que se
pretende es exigir unas condiciones laborales mínimas para los
trabajadores, pero a la hora de la verdad, sólo se comprueba
parcialmente que esas condiciones se cumplan. Eso en el mejor de los
casos. Otros, como el grupo Induyco, no tienen departamento ni Consejo
de RSC (Responsabilidad Social Corporativa). No está adherido al Pacto
Mundial. No realiza memoria social ni ambiental, ni tiene Código de
Conducta. Los plazos en ocasiones se reducen a cinco días, sin
posibilidad de negociación.
Es, por tanto, un proceso lento, que avanza con dificultades y da frutos
escasos. "Los consumidores son cada vez más conscientes de esta
problemática. Cada vez son más los que piden información, transparencia,
garantías. Es un proceso que las empresas han entendido. Muchas de ellas
se dan cuenta de que es necesario avanzar, y eso se traduce en cosas
como los llamados Códigos de conducta". Se trata fundamentalmente de
un compromiso para cumplir los estándares laborales internacionales en
sus cadenas de producción. Lo más importante es que estas compañías
reconozcan la relación que existe entre sus prácticas de compra y el
empleo precario al final de la cadena.
Cada vez son más las empresas que cotizan en bolsa y que hacen un triple
balance, que consiste en incluir en sus informes anuales no sólo los
datos económicos, sino también información sobre medio ambiente y temas
sociales. Es una consecuencia del interés cada vez mayor del consumidor
y del inversor.
En España, hay empresas que ya han dado sus primeros pasos en este
sentido. Se trata de Inditex, Mango y Cortefiel. Induyco, y por
extensión El Corte Inglés, deben comenzar ese camino, ampliando el
objetivo económico hacia una vertiente social.
Las empresas se fugan
El fenómeno se llama
deslocalización. Las grandes empresas no tienen patria. Buscan en todo
el globo el territorio que ofrezca mejores condiciones para asentarse.
Traducido: Mano de obra barata y sumisa. Pocos gastos. Ninguna
responsabilidad añadida. Y ahí se quedan. Si en algún momento aumentan
las exigencias de manera que suponga una merma en los beneficios,
sencillamente recogen sus bártulos, cierran las puertas y se van a otro
lugar. No importa el descalabro que causen en las comunidades donde se
habían instalado. El mercado manda, y es implacable.
¿Y qué dicen los gobiernos de todo esto? Poco o nada. En muchos casos,
necesitan inversiones extranjeras, y se pliegan ante las presiones que
reciben por parte de los empresarios. Según el portavoz de Intermon
Oxfam, la realidad es que en muchas ocasiones tienen un margen de
maniobra bastante limitado. "Los países que reciben las inversiones,
a veces, no pueden hacer cumplir la legislación existente. Muchas veces
padecen graves situaciones de pobreza y un alto índice de paro. Si son
demasiado estrictos las empresas no se sienten cómodas y se van. Están
entre la espada y la pared". También las grandes instituciones
financieras como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional
recomiendan que la legislación laboral se adapte a las exigencias de las
compañías.
Para Eduard Cantos, la fuga de empresas hacia países con mano de obra
más barata es un proceso que tiene difícil vuelta atrás. "A corto
plazo no es posible competir en los precios, porque por muy mecanizados
que estén los procesos, para hacer una camisa al final hay una persona
sentada detrás de una máquina de coser. Los costes de mano de obra son
muy altos y la diferencia entre lo que percibe una trabajadora de España
y una de Marruecos, aún cobrando bien, es muy grande. Es algo que las
empresas ya han asumido. La cuestión entonces es no aprovechar en exceso
la debilidad de estos países".
Muchas empresas no se instalan directamente, prefieren subcontratar.
Así, si en algún momento hay problemas pueden declinar toda
responsabilidad, que tienen que asumir las empresas locales. Estas, a su
vez, son presionadas para reducir costes, que normalmente se recortan de
los gastos laborales y los destinados a proteger el medioambiente. Los
proveedores se ven obligados a ajustarse a lo que les pidan y
flexibilizar hasta el extremo sus condiciones para no perder contratos
que podrían significar su ruina.
Las
grandes empresas no tienen patria. Buscan en todo el globo
el territorio que ofrezca mejores condiciones para
asentarse. Traducido: Mano de obra barata y sumisa. Pocos
gastos. Ninguna responsabilidad. Si en algún momento
aumentan las exigencias sencillamente recogen y se van. |
El caso de Nike es paradigmático. En
cuanto empieza a aparecer en el horizonte la sombra de sindicatos que
buscan proteger los derechos de los trabajadores, abandona el
territorio. En 2002, unos 7.000 trabajadores indonesios fueron
despedidos por PT Doson cuando Nike anuló sus pedidos, y cerraron la
fábrica. Doson se niega a pagar a los trabajadores la indemnización
total requerida por el gobierno indonesio. Aunque Nike no se viera
obligada finalmente a contribuir económicamente, es indudable que la
multinacional tiene una responsabilidad moral. Muchos trabajadores
indonesios, por ejemplo, se quedaron sin trabajo cuando esta empresa
redujo sus inversiones en el país, en favor de China o Vietnam, lugares
donde la actividad sindical es prácticamente inexistente.
Quien manda, en resumen, es el mercado, por encima del interés humano.
El informe elaborado por Oxfam Internacional denuncia que muchos países
presuponen que atraerán inversiones extranjeras que impulsen el
crecimiento si "flexibilizan" los derechos de los trabajadores. Así
mismo, defiende la necesidad de modificar las prácticas de suministro y
compra, y exige a los gobiernos que garanticen la aplicación de las
normas internacionales del trabajo, así como el derecho de los
trabajadores a pertenecer a un sindicato para poder negociar
colectivamente sin miedo a perder su puesto de trabajo.
Se proponen también nuevos enfoques. A quienes sostienen que "un mal
trabajo con salario deficiente es mejor que nada", como el economista
Paul Krugman, se les propone un cambio de enfoque: el tema no es si el
comercio puede ofrecer una mejora marginal dentro de la pobreza, si no
comprobar si los trabajadores obtienen la parte que les corresponde de
los beneficios que ellos mismos contribuyen a generar a través del
comercio.
COMERCIO:
la clave
El comercio mundial bien podría ser una
vía de salida para la economía de muchos países. Sería una manera de
reducir los índices de pobreza y mejorar la calidad de vida de sus
habitantes. Pero la realidad es que el desequilibrio sigue dominando las
redes internacionales, y el modelo de comercio no está orientado hacia
la reducción de la pobreza, de modo que los beneficios que se pudieran
generar se canalizan de manera que no llegan a alcanzar a los más
desfavorecidos.
Según un informe de la ONG Oxfam Internacional, si África, el sureste
asiático y América Latina vieran incrementada en tan sólo un 1%
respectivamente su participación en las exportaciones mundiales, los
ingresos obtenidos sacarían de la pobreza a 128 millones de personas.
Apunta el periodista de la Agencia de Colaboraciones Solidarias, Oscar
Gutiérrez, que el comercio se ha convertido en el principal responsable
del crecimiento económico mundial: "Las exportaciones crecen más
deprisa que el Producto Interior Bruto (PIB). De hecho, para los países
en desarrollo, el comercio exterior representa casi una cuarta parte de
su PIB, una proporción más grande incluso que la de los países ricos. El
obstáculo: las barreras arancelarias, subsidios y trabas comerciales que
hacen imposible un intercambio justo de Norte a Sur. En otras palabras,
más de 1000 millones de dólares que se quedan en las fronteras
comerciales, casi el doble de lo que los países pobres reciben a través
de la ayuda al desarrollo".
Oscar Gutiérrez aporta más datos: En el caso del África Subsahariana
o los países del sur de Asia, si se aumentase un 1% su participación en
el comercio, las rentas superarían en cinco veces lo que reciben como
ayuda desde los países OCDE (Organización para la Cooperación y
Desarrollo Económico).
Los precios de las materias primas no
dejan de caer. Los países aumentan la producción pero ganan menos dinero
por ella. Es el caso de Ghana, que entre 1996 y 2000 incrementó la
producción de cacao en casi un tercio pero le pagaron por ella un tercio
menos. Son datos recogidos en la Campaña Comercio con Justicia, de Oxfam
Internacional. De la misma manera, en 2001 los países productores de
café vendieron un 20% más que tres años antes, pero obtuvieron un 45%
menos por él.
Para el PNUD, una de las llaves que abrirá la puerta al desarrollo del
Tercer Mundo será el desmantelamiento de las subvenciones y aranceles
comerciales. Como señala su Informe sobre Desarrollo Humano, Estados
Unidos concede como subvenciones a los productores de algodón el triple
de lo que destina como ayuda a toda África Subsahariana. La Unión
Europea gasta por cada vaca lechera más de lo que concede para el
desarrollo de cada uno de los habitantes de la misma región africana.
Estas barreras eligen precisamente echar el freno al comercio de
productos de los que dependen totalmente países en desarrollo, de los
que pueden lograr cierta ventaja comparativa en el mercado y mantener su
competitividad. Las subvenciones europeas han desbaratado el comercio de
lácteos desde Jamaica y Brasil, al igual que lo han hecho con el mercado
surafricano de azúcar. La razón: las ayudas a estos sectores facilitan
la sobreproducción a bajo coste, el exceso de demanda en el mercado y la
caída de precios para los países en desarrollo que no cuentan ni con
subvenciones ni con otro producto para competir.
Para
el PNUD, una de las llaves que abrirá la puerta al
desarrollo del Tercer Mundo será el desmantelamiento de las
subvenciones y aranceles comerciales.
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Algunos, como Lula, han denunciado en
varias ocasiones los diferentes criterios que se utilizan para situar
las normas del comercio mundial: los países del sur tienen que ceñirse a
las normas del liberalismo económico, mientras el norte protege sus
fronteras. La justicia social no es un tema frecuente en las mesas donde
se negocian las normas comerciales. El doble rasero, evidentemente,
favorece a los países ricos y empobrece a los que están en vías de
desarrollo. Comercio leal, es lo que pide Luiz Inázio Lula da Silva,
junto con otros dirigentes de izquierda y de centro.
El comercio, que podría hacer despegar las economías de muchos países,
no puede basarse en normas desiguales. Los países ricos protegen su
agricultura frente a las normas del comercio internacional, tendentes a
la liberalización del comercio. Lo hacen a base de subvenciones para
hacer los productos competitivos. Eso deja a los más pobres fuera de la
competición, y produce fenómenos paradójicos: Europa puede exportar
productos agrícolas a países del sur a un precio por debajo de lo que
les cuesta a estos mismos países producirlos. Esto está suponiendo una
destrucción de los mercados agrícolas en el sur. Es una política
comercial creada para las grandes multinacionales, que cada vez tienen
más beneficios.
"Cambiar este panorama resultará complicado mientras prime la
hipocresía de los países del Norte que exigen a los Gobiernos del Sur
que reduzcan el apoyo a sus campesinos, a la par que siguen invirtiendo
1.000 millones de dólares al día en subsidios para los agricultores de
los países ricos", explica el periodista de la Agencia de
Información solidaria Jesús Barcos, que aporta una cifra como
referencia: Si el total del continente africano consiguiese incrementar
en un 1% su cuota de participación en las exportaciones mundiales
-actualmente sólo es del 1,3%- obtendría unos ingresos adicionales
equivalentes a cinco veces la cantidad que recibe en concepto de AOD y
alivio de la deuda externa.
Comercio justo
El Comercio Justo surge en España
aproximadamente a mediados de los años ochenta, veinte años más tarde
que en Europa. No se puede decir que haya habido un crecimiento
explosivo. El desarrollo ha sido más bien escaso, a pesar del esfuerzo
de las organizaciones que desde hace muchos años trabajan en este campo.
En España surge por iniciativa de algunas organizaciones, en respuesta a
un movimiento que viene del Sur por parte de países que reclaman un
lugar dentro del circuito del comercio internacional. Pero imponen sus
propias reglas, es decir, precios justos para los productos; que puedan
ser exportados en condiciones dignas; y que el dinero llegue a los
productores y no quede retenido en los intermediarios.
Una de estas organizaciones es Sodepaz, con sede en Cataluña, pionera en
España en la gestión de productos para Comercio Justo. José Verdú de la
Orden es miembro del Gabinete de Investigación Sodepaz. Junto con
Federica Carraro, Ignacio Martínez y Rodrigo Fernández prepara
actualmente un informe sobre el Comercio Justo en España. "Hay
diferencia con respecto a otros países europeos, quizás porque nos
llevan unos cuantos años de ventaja. En España el consumidor medio no
tiene mucho conocimiento de este tema y hay pocos puntos de venta".
El Comercio Justo busca reducir el número de intermediarios entre el
productor y el cliente. Para eso se compra directamente al productor o a
las cooperativas. Hay seis importadoras en España. Entre ellas canalizan
el grueso de los productos destinados al Comercio Justo en España.
Sodepaz se encarga de importaciones más pequeñas. "Se quiere crear un
comercio alternativo que no esté basado únicamente en la solución
drástica de los costes, en la deslocalización empresarial para reducir
gastos e incrementar beneficios. Por eso productos de Comercio Justo
tienen un precio un poco mayor que el precio del mercado, porque está
permitiendo una remuneración más elevada al productor, que necesitaba
unas condiciones más dignas de vida".
Si
África, el sureste asiático y América Latina incrementarán
en sólo un 1% respectivamente su participación en las
exportaciones mundiales, los ingresos obtenidos sacarían de
la pobreza a 128 millones de personas.
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Actualmente existe un debate en España en
torno a la creación de un sello que identifique los productos de
Comercio Justo, que ya existe en la mayoría de los países europeos. Se
trata de un distintivo que está generando dudas en algunas
organizaciones, ya que ven en ello un arma de doble filo que podría ser
utilizado por algunas empresas para "lavarle la cara" a los servicios
que ofrecen. "Por ejemplo McDonald’s en suiza vende café de Comercio
Justo, por eso algunas organizaciones nos preguntamos hasta qué punto
ellos, que explotan un montón de mercados agrícolas para su producción,
deberían tener permitido vender café de Comercio Justo". Eso le
permite hacer un lavado de su imagen no sólo en los países del Sur, sino
en los países desarrollados, donde las condiciones laborales que ofrece
esta empresa a sus trabajadores son ejemplo de precariedad. "Les
interesa vender una parte de productos de Comercio Justo porque eso es
lo que saldrá en la publicidad -denuncia José-. Supongo que habrá
empresas que no realicen estas prácticas, pero sí son muchas de las que
conocemos todos, como Coca-Cola, Levi's, Nike, Adidas, etc. Algunas de
las cuales también permiten el trabajo de niños".
La baza fundamental para el futuro es la educación: enseñar a consumir
responsablemente. "Es muy importante hacer entender a la gente joven
que la desigualdad en el mundo no es algo fortuito, es decir, que la
riqueza de los países del norte es la pobreza de los países del sur.
Esto es de vital importancia para luego tener sensibilidad a la hora de
consumir".
Teniendo en cuenta que los precios son un poco más elevados de lo que
podemos encontrar en el supermercado, y que los lugares donde se pueden
encontrar este tipo de productos son más bien escasos ¿qué futuro tiene
el Comercio Justo? "Yo tengo la esperanza de que tienda a
incrementarse, ya que está muy relacionado con un movimiento de consumo
responsable, es decir, no motivado por la publicidad, sino por la
conciencia de que el consumidor cada día tiene la oportunidad de cambiar
situaciones de desigualdad e injusticia. Las cosas no van a cambiar si
no hay una sociedad que lo exija. Yo siempre digo que votamos a nuestros
representantes cada cuatro años, pero con el consumo votamos todos los
días. Si con nuestros hábitos penalizamos todos los días las prácticas
injustas, se podrá generar un cambio". ∆
(*) Intermon Oxfam lleva años haciendo un importante esfuerzo de
investigación para dar a conocer las características del comercio
mundial, dentro del marco de la globalización económica, sus
consecuencias, y la situación de los trabajadores en distintos países
del mundo. Los datos recogidos en este reportaje pertenecen a las
campañas "Comercio con Justicia", "Más por menos. El trabajo
precario en las cadenas de producción globalizadas", y "Moda que
aprieta. La precariedad de las trabajadoras de la confección y la
responsabilidad social de las empresas". |