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MAYO 2004

NUEVOS AIRES

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Zapatero ha sentado las bases de su estilo de gobernar con humildad
y con decisión, con una sonrisa y con contundencia, con sensibilidad
y con respeto a la voluntad del pueblo. |
En España soplan nuevos aires que traen
consigo esperanzas, ilusiones, donde sólo había escepticismo, tensión y
malos modos.
El brusco giro de los acontecimientos políticos y sociales ha devuelto la
sonrisa a una mayoría de españoles que, eso sí, son conscientes de los
momentos difíciles que atraviesa el mundo y saben que el nuevo gobierno no
va a tener nada fácil llevar el timón de la nave.
Pero es importante, muy importante, señalar que los métodos de hacer
política han cambiado. Tal vez ésa sea la diferencia fundamental entre la
derecha y la izquierda, y es que la primera se considera depositaria en
exclusiva de los "valores eternos" y no escatima medios para imponerlos en
la sociedad. Con ello sólo consigue crear un profundo rechazo a esos
"valores", independientemente de su bondad o utilidad práctica.
Tal vez el sentido profundo de ese comportamiento esté sintetizado en una de
las últimas frases de Aznar... "un gobernante no tiene por qué ser
atractivo", más o menos, con lo que dejó sentado que la política, para él,
es el arte de imponer lo que se supone es bueno para todos. Claro que para
que eso funcione hay que contar con todos.
Zapatero, sin embargo, puso el énfasis en un nuevo estilo de hacer política,
de gobernar. Y tal vez todo ese estilo está representado por su sonrisa
permanente, su capacidad de diálogo y, sobre todo, en no hacer de la
política el no va más, el infinito, un todo. Porque la sociedad no sólo se
alimenta de la política. En la vida cotidiana existen muchas, muchísimas
cosas, que sirven para dar un sentido profundo a la existencia. Y esas cosas
deben ser respetadas en el exacto valor que tienen para la vida.
Aznar nos recordaba al profesor que se creía que por imponer en su clase una
disciplina militar íbamos a aprender más. Zapatero nos acerca al amigo con
quien se puede dialogar de todo sin la tensión de que al final te va a
desposeer de la razón a bofetadas.
Aznar representaba al político endiosado, enamorado de sí mismo, creído de
su "misión divina" de mirada fría que ocultaba un profundo desprecio a lo
que no fuera él y sus convicciones.
Zapatero representa al hombre que ya comprendió que nada es definitivo, que
la marea sube y baja, que lo que hoy es verdad mañana se convierte en verdad
a medias y pasado mañana en una interpretación errónea de la realidad.
Todo está en movimiento, y eso no es una teoría, sino una enseñanza de la
vida, de la historia.
Aznar lo comprobó de la más dura de las formas, o sea, cuando la historia te
echa a patadas de su sitio de honor porque has despreciado las reglas del
juego. Y es que quien olvide que todos somos uno, que nadie es más
importante, más definitivo, más "elevado" que nadie, entonces está sentando
las bases de su caída. En una carretera, en un viaje, no hay curvas más
definitivas o más importantes que otras. La aparentemente más peligrosa la
puedes tomar sin contratiempos, y en la más sencilla, cuando ya estás
llegando al final del viaje, te puedes salir y matarte.
Es ley de vida, y la política es un viaje, un corto viaje por un corto
espacio en el que el presidente es el conductor del autobús.
Zapatero ha sentado las bases de su estilo de gobernar con humildad y con
decisión, con una sonrisa y con contundencia, con sensibilidad y con respeto
a la voluntad del pueblo.
Aunque sólo sea por eso merece la confianza. Aunque sólo sea por eso merece
que le apoyemos, porque nos ha sacado de un estado de crispación permanente
y nos ha reconocido, al pueblo, a los ciudadanos, en el lugar que nos
corresponde, es decir, los artífices de todo lo bueno y lo malo que ocurra
en este país.
Y aunque sólo sea por devolver al pueblo la dignidad que Aznar y los suyos
le robaron, gracias, Zapatero. /
MC |
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